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Abuelo Quotes

Quotes tagged as "abuelo" Showing 1-10 of 10
Ransom Riggs
“Los abuelos tenían que morir en camas, en lugares silenciosos donde zumbaban máquinas, no desplomados sobre el suelo empapado y apestoso con hormigas pasándole por encima y un abrecartas de latón aferrado en una mano temblorosa.”
Ransom Riggs

Erlend Loe
“Mi abuelo es un hombre de bien. Me pregunto si yo seré un hombre de bien. Me pregunto si habrá hombres de bien en mi generación.”
Erlend Loe, Naïve. Super

Wendelin Van Draanen
“—El carácter de uno se forma en una temprana edad, hijo. Las decisiones que tomes ahora te afectarán para el resto de tu vida—Se quedó callado por un momento, luego dejó caer la cortina y dijo—: Odio verte nadar tan lejos que después no puedas regresar.”
Wendelin Van Draanen, Flipped

Wendelin Van Draanen
“No se puede pensar en lo que podría haber sido, Bryce—entonces, como si pudiera leer mi mente, añadió—: Y no es justo condenarlo por algo que no ha hecho.”
Wendelin Van Draanen, Flipped

Wendelin Van Draanen
“—Es fácil mirar hacia atrás y ver, y es fácil dar el consejo, pero la triste realidad es que la mayoría de las personas no se muestran como son en realidad hasta que ya es demasiado tarde.”
Wendelin Van Draanen, Flipped

Chimamanda Ngozi Adichie
“—El abuelo solía decir que todo empeora y luego mejora. O dikata njo, o dikwa mma —comentó Kainene.”
Chimamanda Ngozi Adichie, Medio sol amarillo

Wendelin Van Draanen
“Él se limitó a sonreír y dijo—: Algunos de nosotros tenemos un acabado mate, otros satinado, otros esmaltado.... —él se volvió hacia mí—. Pero de vez en cuando conoces a alguien que es iridiscente, y cuando ocurre, no hay nada comparable.”
Wendelin Van Draanen, Flipped

Wendelin Van Draanen
“—No hay nada como una mujer de cabeza fuerte para hacerte feliz de estar vivo.”
Wendelin Van Draanen

Raquel Silva
“En la mayoría de las ocasiones, el hogar se halla en un abrazo, en un beso o una simple mirada. El hogar es amor, cariño y comprensión y se construye en el lugar donde tus sentimientos viven.”
Raquel Silva Merchán, (Relato) El vuelo de las Perseidas

Almudena Grandes
“Aquella fue la primera vez en su vida que Raquel Fernández Perea vio llorar a su abuelo, la primera y la última, la única, pero nunca se sintió privilegiada ni orgullosa por haber sido testigo de su llanto, como había sido tantas veces espectadora de su alegría, porque su abuelo lloraba como un niño pequeño, sin freno, sin pausa, sin consuelo, olvidado de su nieta y de sí mismo, del hombre que había sido y del que seguía siendo, un hombre que había podido morir muchas veces y había salvado la vida para celebrar la muerte de su enemigo bailando un pasodoble con su mujer en una plaza del Barrio Latino de París, muy poco, poquísimo, casi nada, con un frío que pelaba y delante de una pandilla de inocentes, Ignacio Fernández Muñoz, alias el Abogado, defensor de Madrid, capitán del Ejército Popular de la República, combatiente antifascista en la segunda guerra mundial, condecorado dos veces por liberar Francia, rojo, español, y propietario de una pena negra, honda y sonriente que su nieta no olvidaría jamás, como no olvidaría la tarde en que le vio llorar, más solo, más angustiado, más derrotado que nunca, incapaz de seguir reteniendo por más tiempo todas las lágrimas que no había dejado ir mientras toreaba a la muerte por su cuenta, mientras se fugaba de las cárceles, de los campos, de los trenes, de los que le querían matar sólo porque era él, y que eran todos, mientras se acostumbraba al fracaso perpetuo de una vida próspera en un país ajeno, y al sueño imposible de la ciudad propia que volvía a perder cada mañana, porque somos de un país de hijos de puta, vamos a brindar, porque somos de un país de mierda, brindemos, él había levantado la copa, todas sus copas, pero había retenido también todas sus lágrimas para dejarlas ir ahora, sin freno, sin pausa, sin consuelo, para llorar el llanto de una vida entera [...]”
Almudena Grandes, El corazón helado