Seis consejos de expertos si tu propósito es leer más en 2024
Libreros, editoras y lectores empedernidos aportan las claves de su fructífera relación con los libros. No obligarse a leer y disfrutar del momento de lectura, tener un prescriptor de confianza o evitar marcarse objetivos cuantitativos son algunas de sus propuestas
Hacer más deporte, ser más ahorrativos o comer mejor. Entre los bienintencionados propósitos que para muchas personas acompañan la llegada del Año Nuevo suelen estar presentes todos estos, además de otra resolución clásica: la de leer más. Nunca parecen ser pocas las razones para hacerlo, pues la lectura es un hábito que se relaciona con muchos valores positivos. Pero quienes más saben de libros, es decir, aquellas personas que trabajan con libros, conviven con ellos y hacen de los libros, en definitiva, su vida, lo advierten: convertir la lectura en una carrera contra uno mismo no sirve de gran cosa. Si las listas de objetivos no funcionaron el año pasado ni el anterior, tal vez sea una señal para cambiar de estrategia a una en la que toda esa iniciativa no se desinfle bajo la presión de sentir que no se está leyendo lo suficiente.
En el contexto de una cultura que valora la hiperproductividad como una virtud, incluso en el tiempo de ocio, no es extraño que también estos objetivos de nuevo curso se traduzcan en el deseo de métricas al alza. Pero esto tiene poco o nada que ver con las razones por las que los libros atraen hasta sí a sus lectores. Bajo esa meta cuantitativa de leer más libros tal vez subyace el deseo de volver a sentir la lectura con el goce y la diversión de la infancia. Algunos grandes lectores ceden a en este artículo sus claves para recuperar esa relación con la lectura y, tal vez, aunque eso importa menos, cumplir con esa voluntad de leer más en 2024.
Hacer del rato de lectura un momento de gozo
Coger un libro como un momento de gozo camina de la mano con la idea de deshacerse de las imposiciones de productividad. Ponerse un objetivo cuantitativo concreto puede ayudar a algunos lectores, pero ser contraproducente para otros. Replantear la relación con la lectura, los momentos para leer, puede ser una alternativa. “La lectura es ocio, disfrute, yo no me lo impongo, me relaja y me ayuda a desconectar de las redes sociales, a las que dedico mucho tiempo por trabajo”, cuenta Guillermo Granado, librero en Letras Corsarias, en Salamanca, quien lee entre 130 y 150 títulos al año (“algo que no le aconsejo a nadie”). Granado identifica leer como un acto de resistencia, algo por definición no productivo desde la óptica capitalista. “Leer parte del conocimiento absoluto de que estás haciendo algo contra el sistema. Nos han inoculado que todo lo que hagamos en nuestra vida tiene que tener un rédito, y la lectura tiene que romper con eso”.
Paula Vázquez es cofundadora y librera en Lata Peinada, una librería en Barcelona dedicada exclusivamente a la literatura latinoamericana que aloja a toda una comunidad lectora, todavía más amplia en redes sociales. También es escritora y autora de un libro de carácter autobiográfico que acaba de ver la luz, La librería y la diosa (Lumen, 2023). Para Vázquez, leer también es “una actividad que hace que el tiempo transcurra de un modo particular, por fuera de la lógica de la productividad”. La librera destaca el vínculo sensorial que se produce entre el lector y el libro, un vínculo que describe como profundo, especialmente con el tradicional libro en papel, del que es firme defensora, aunque sin desmerecer otras opciones. Ella confirma la receta: “Obligarse a leer no sirve. La lectura tiene que ser por placer, para el placer. Para obligaciones está el resto de la vida, el resto del mundo. La lectura es para arrancarle belleza a la vida, no puede estar emparentada con récords o mandatos”.
En términos de placer también se expresa Paloma Abad, editora en el sello de ensayo Debate, y eso que su relación con la lectura tiene un ineludible tono profesional. “Aunque a veces me he obsesionado con la productividad lectora, hace tiempo que frené esa ambición en favor del placer”, confiesa. “Mi mayor placer literario lo practico poco, porque está reñidísimo con la sostenibilidad. Me gusta darme un baño de agua muy caliente mientras paso las páginas del libro que esté devorando. Si existe el paraíso, no debe andar muy lejos de esa imagen a remojo. He sido testigo de grandes historias sin salir de mi bañera”.
Fuera cargos de conciencia
Por lo tanto, fuera las culpas. Lo afirman quienes se dedican al sector del libro, y eso sirve de consuelo para el resto. Pero precisamente abrazar que la lectura es un acto de placer requiere desprenderse de la culpa en aquellas temporadas en las que no se encuentra el tiempo para ello. “No siempre acompañan las circunstancias”, reconoce Abad. “A veces estoy cansada porque mi bebé ha pasado mala noche, o porque he tenido un día con mucho trabajo, y esos días simplemente me tiro en la cama y me rindo ante el scroll infinito de TikTok. Tengo cero cargo de conciencia por ser improductiva. Eso es importante. En mi casa, no leer no penaliza”.
Sara Jiménez es librera y prescriptora literaria, y desde su bitácora en Instagram (donde acumula 15.600 seguidores) ofrece una perspectiva jugosa de los títulos que la rodean, que van de novedades editoriales a clásicos. Ella contextualiza un poco de dónde proceden esas dificultades de ponerse ante el libro. “Es algo muy complicado por la falta de tiempo, y por la falta de dinero para poder tener tiempo”, matiza. Para Jiménez, es fundamental contar con la figura de un bibliotecario o librero que ayude a navegar la inmensidad de libros disponibles y a atinar con lo que a cada lector le gusta: “Quizás se puedan ver saturados por un exceso de títulos, y porque el mercado literario sea algo tan efímero, rápido y atropellado. Eso no ayuda a explorar más vías”.
Guillermo Granado, quien dedica varias horas al día a leer, asegura odiar la idea de que la lectura hace mejores personas. “Constantino Bértolo tiene un texto muy interesante en el que dice que hay que desacralizar la lectura”, recomienda el librero, que advierte sobre todas esas virtudes que asociamos al medir la cantidad de libros que alguien lee, “y eso que la lectura es muy importante en mi vida”.
Ser un ‘abandonador’ de libros no es algo malo
“Si un libro no nos gusta, no nos convence, no hay nada para nosotros en una historia, hay que abandonarlo. Sin culpa. Digo más: abandonarlo es un ejercicio de responsabilidad”, sentencia la escritora y librera Paula Vázquez, que subraya la necesidad de cuidar el espacio de goce que debe proveer la lectura. “Yo abandono libros todo el tiempo”, reconoce la mujer tras la librería Lata Peinada. “Los sigo hasta el final si me dan ganas de volver al libro, si, a pesar del trabajo y el día que nos fuerza a otras cosas, hay una pequeña astilla de la historia o del lenguaje o el tono que me queda prendida en algún lado, que me empujan a volver al texto”.
Paloma Abad coincide con la perspectiva de Vázquez: existe la necesidad de superar el viejo prejuicio lector sobre dejar los libros a medias. “Si leo algo es porque me gusta. Si no me gusta, lo abandono rápidamente”, asegura la editora. “Esto es importante porque en ese resquicio de frustración (la de sentir que tienes que terminar lo que has empezado, aunque no te guste) se pierden muchos buenos lectores”. Que no hay nada malo en los libros que a uno le parecen malos podría ser una sentencia que firmase también Sara Jiménez. “Los libros presentan una escala de grises. Te puede parecer malo y aun así sacar un montón de cosas de él, o bibliografía. De hecho, pensar que un libro es malo está genial, porque fomenta otra conversación que sigue siendo pertinente”, reflexiona.
En lugar de una lista de objetivos, comenzar un diario de libros
Para aquellos a los que les funciona llevar un registro público de libros leídos que vaya completando un objetivo de una cifra total, o mínima, no hay mejor receta. Pero si la estrategia lleva un par de años siendo fuente de frustración o estrés, y además no se alcanza ese ansiado objetivo, tal vez sea el momento de reconsiderarla. Lo malo de hacerse una lista de objetivos, incluso aquellos que son más sencillos como leer 20 páginas al día o terminar un libro al mes, es que estos se pueden volver en contra del lector.
Ante la imposibilidad de seguir el ritmo pautado, o lograr el objetivo establecido, hay quien optará por abandonarlo por completo. Y rodear de una sensación de fracaso el acercamiento a la lectura mina la buena intención de disfrutar de un tiempo de placer o desconexión con un libro entre las manos. La librera y prescriptora literaria Sara Jiménez ha dado con algo mucho mejor que las listas y la redacción de reseñas en plataformas digitales, “a las que les hacemos trabajo gratis”. Todo mejoró el día que se compró un cuaderno: “Es una cosa que me ha ayudado muchísimo. Iba de un libro a otro pero no profundizaba en las lecturas”. Explica que ahora se sienta a escribir en el cuaderno: “Apunto cosas, bibliografía, me hago listas de otros libros que me apetece leer o listas de libros sobre un tema”. Este hábito, cuenta, ha mejorado su capacidad retentiva y de reflexión en torno a la lectura.
Probar las bondades de leer en compañía
El éxito de los clubes de lectura se explica por sus numerosos beneficios: ayudan al lector a acercarse a títulos a los que de otra manera no se adentrará, sus dinámicas temporales y el compromiso con otras personas incentivan el seguimiento de la lectura y, puede que por encima de todo lo anterior, extraer impresiones para compartirlas con el grupo, así como estar abierto a escuchar las de los demás, permite profundizar en el contenido. Tal vez incluso dar con lecturas nuevas que sin este intercambio no estarían al alcance.
Los clubes de lectura abundan últimamente, no solo en sus encuentros físicos, sino también en su formato online. Los hay para todos los gustos lectores y no son difíciles de encontrar, casi todas las bibliotecas públicas y las librerías cuentan con alguno. Victoria Borrás se confiesa contenta con su club de lectura. Ella es la editora del sello independiente Amor de Madre, que acaba de publicar la primera novela de la autora de ensayo Elisa Coll, Nosotras vinimos tarde, y editorial responsable de dar al mundo Carcoma, el exitoso libro de la escritora madrileña Layla Martínez. Para Borrás, la clave que mantiene su club de lectura es que no es demasiado numeroso. “El último domingo de cada mes nos juntamos tres o cuatro amigas para comentar un libro que decidimos entre todas, ya sea ensayo o novela”, explica. “Nos preparamos las ideas antes y el encuentro nos permite profundizar en la lectura”.
La también editora Paloma Abad coincide con Borrás; ella mantiene un club de lectura mensual con sus amigas que le ha permitido conocer autores a los que de otra manera no habría prestado atención. “Compartir las impresiones con otras personas siempre es bueno. Lleva el momento íntimo de la lectura al entorno social, a validar o refutar emociones y a fantasear sobre las verdaderas intenciones del autor al escribir tal o cual trama. A entender el texto de manera colectiva, en definitiva. Es de lo más enriquecedor. No es posible no aprender y no disfrutar en un club de lectura”, asegura la editora.
Sara Jiménez dice que contar al menos con un amigo o amiga que acompañe en las lecturas es “lo más importante para ese gustito lector”. “Las conversaciones más ricas son con mis amigos hablando de libros, ya sea porque nos mandamos audios o porque quedamos para tomar un café. Esas conversaciones me generan ganas de leer”, admite la librera y prescriptora literaria “Los clubes de lectura, las presentaciones de libros… A veces todo lo que hay alrededor del libro es lo que consigue que te enganches a él”.
Buscar en nuevos lugares: de los audiolibros a salirse del calendario de novedades
El audiolibro es un formato que no deja de crecer y ganar adeptos. Aunque suscita una cierta división y controversia, Victoria Borrás se sitúa como firme defensora de las posibilidades que brindan y recomienda acudir al servicio público virtual de bibliotecas Ebiblio para encontrar una buena colección accediendo con el carné de biblioteca. “No estoy de acuerdo con quienes dicen que escuchar audiolibros no cuenta como leer”, defiende. “Leer es que se forme en tu cabeza una historia, y el audiolibro es una herramienta igual de digna que el libro en papel. Hace más accesible la lectura para quienes no tienen tiempo para leer pero sí tres cuartos de hora de metro o de conducción al día”.
En japonés existe un término para definir la acumulación de nuevo material de lectura sin leer: tsundoku. La editora Victoria Borrás lo pone sobre la mesa: leer fuera del ajetreadísimo calendario de novedades, que a veces genera en los lectores esa imprecisa sensación de que se llega tarde a un libro o a su conversación, es muy necesario. Borrás recomienda girar la vista a la librería, a la mesita de noche, a los libros que ya están en casa, y darles la oportunidad que esperan antes de salir a por uno nuevo. Es lo que hacen en su club de lectura.
La editora Paloma Abad brinda otra idea para encontrar libros apasionantes: acudir a los escritores favoritos. “Gracias a mi trabajo como editora en Debate, hablo a menudo con muchos autores, que me comparten sus últimos descubrimientos literarios”, cuenta. “No hay nada en este mundo que genere más vocación lectora que un lector (más si es escritor) apasionado”.
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