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192 pages, Paperback
First published January 1, 1981
“Marta se soltó de mi brazo, caminó sola y decidida hasta un resto de muro, apoyó en él la espalda y me ordenó en silencio que la besara. Bebí, antes que sus labios, el tufo y el olor de su morbo, lo acogí dentro de mis pulmones con un júbilo y un grito silencioso, el mismo que acompaña, mientras cae, el puño del matricida. Y una voluntad de destruir, impía y alegre, me hormigueaba en las manos, mientras buscaba los salientes y las flacas dunas de sus miembros. La oía abrasarse y gemir contra mí. Como una gavilla que se consume sin llamas, por un fuego interior, y se retuerce humanamente en el aire.”Leyendo la novela, es imposible no acordarse de esa magnífica Montaña mágica con la que comparte similar escenario y penas parejas.
“Solo yo soy de verdad y lo seré mientras viva. Vosotros, los demás, apenas sois sombras y ficciones que siento respirar y hablar a mi lado. Y la historia sólo os concierne a vosotros, yo no sé qué quiere decir. Entiéndeme: entro todos los miles de millones de siglos pasados y futuros yo no sé encontrar acontecimiento más importante que mi muerte. Y todas las carnicerías y derivas de continentes y estallidos de estrellas son únicamente cancioncillas y comedias en comparación con este minúsculo e irrepetible cataclismo, la muerte de Marta. Haría cualquier cosa por retrasarla un instante.”Aunque aquí predomine la historia de amor y sus desarrollos estén ciertamente alejados, ambas novelas mantienen simbolismos y rasgos comunes, como no podía ser menos. En ambas historias encontramos al sanatorio refugio, frontera y recordatorio permanente, un mundo dentro de ese otro mundo, el de fuera, que se va haciendo cada vez más ajeno; los compañeros de infortunio y los lazos tan fuertes y al mismo tiempo tan leves que entre ellos se establecen; los diagnósticos, la muerte, propia y ajena, y las estrategias inútiles para disipar o reconducir el poder de su presencia. No por nada la elección del término “perorata”, discurso que en el fondo no sirve para nada, pues poco o nada se puede decir sobre el tema que realmente nos aproveche.
“… sé que esparzo y contagio por todas partes la muerte, en las superficies de las paredes, en las servilletas, en los bordes del plato. A veces se me ocurre una idea: utilizar adrede dicho omnipotente poder de incubación y de siembra; me imagino entrando en una casa; y que sea un casa feliz; me imagino escupiendo cuidadosamente sobre las cuatro paredes de cada habitación, sobre una funda de almohada, sobre un biberón... Cada vez siento mayor curiosidad por mí misma.”Ambos son jóvenes y podemos entender la novela como una historia de aprendizaje y no puede ser más revelador el destino que a cada uno de ellos le asigna el autor, siendo lo más reseñable, aparte del sentimiento de culpabilidad y deslealtad que embarga al autor, la sensación de pérdida que acaba arruinando su vida posterior. ¿Puede la muerte cercana conferir a la vida una intensidad tal que pueda llegar a vaciarla de sentido una vez conjurado el peligro? ¿La idea de la muerte nos hace madurar o es la madurez la que nos permite anticiparnos y prepararnos para la aniquilación? ¿Debe estar el hecho incuestionable de nuestra muerte presente durante toda nuestra vida? ¿Esa presencia temprana, no la modificaría, no la trastocaría ya para siempre y quizás no para bien? ¿Realmente la conciencia de esa muerte nos empujaría a una vida más intensa? ¿O esa conciencia solo sería un recuerdo constante del absurdo de la vida o, simplemente, nos haría imposible su pleno disfrute? ¿Puede sentirse añoranza de esas escaleras al patíbulo?
“Mañana me esperaban otros caminos. Fáciles, ruidosos, comunes. La fe a medias, las falsas banderas. Me resignaría a ello, ¿qué otra cosa podía hacer? Puesto que la seducción de la nada era inútil, repugnándole al corazón por tantos indicios dejarse persuadir por ella. Y ni la infelicidad, con su amarga miel, me servía ya.”
It sets in at the first glimmer of daylight, and even in sleep you can hear the dogs whimpering in the olive-groves. Then the sun erupts over the rooftops, an oozy egg-yolk, horrendous menstruation of the heavens. The breath begotten of it does not even make you sweat, but grips your heart in its fist, fires the swallows to dash against the lava-dross, wheresoever they are tricked by the tremulous glitter of non-existent water. [48]
A vision that had readily come to blend with others of mine, childhood Easters in my home town, and me on my father's shoulder watching the rocking ascent of a gaily-coloured squadron of fire-fed tissue-paper airships, camels and big fat women and pot-bellied barrels, which a light wind wafted like kites towards a cloud. . . [77–8]
”After that everything changed. One by one I lost my friends. I took to going out with the country people, to pick mustard, olives, lemons; but only to weary my limbs and get some sleep at nights. I discovered the pleasure of long nocturnal rambles, when moonlight fills the valley to the brim and likes to go hand in hand with the long shadows of things. I'd no longer sit for hours at the window, picturing the clouds as pack-saddled mule-trains with bridles jingling with bells, but walked alone between the two verges of pathways, slowly repeating my name till my mouth was sated with it. It dates from then, this madding of the senses, this panic as if ever on the run, as soon as summer comes. Ever since I have felt that someone, some merciless tyrant, has been wilfully strewing my path with moments of truth intermingled with times of lies. So it is that my fingers, groping about as in a blind-man's buff with strangers, do nothing but light on monsters." [121]