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Críticas 304
Críticas ordenadas por utilidad
Críticas ordenadas por utilidad
8
27 de julio de 2018
87 de 108 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tengo que reconocer que, en esta ocasión, mis predicciones han fallado estrepitosamente. Narcotizado por completo por la peligrosa y autodestructiva corriente de las secuelas interminables que invaden la industria cinematográfica americana, comencé el visionado de la sexta entrega de “Misión imposible” imbuido de un pesimismo desbordante. Presagiaba la enésima reiteración de tópicos y una nueva rendición de la creatividad frente a una concatenación de secuencias grandilocuentes alejadas años luz de la más mínima credibilidad. Sin embargo, confieso que me ha sorprendido gratamente. Me atrevo incluso a afirmar que se trata la mejor de las seis películas estrenadas hasta la fecha y, muy posiblemente, ante el largometraje de acción del verano. Una conclusión inimaginable para mí cuando, desde hace ya varios meses, repasaba el listado de estrenos estivales.
La saga ya había llegado a las salas de proyección a través de cinco títulos dirigidos por cinco directores distintos. El primero, bueno, a cargo de un efectivo y clásico Brian de Palma. El segundo, claramente el peor, firmado por un descontrolado y desnortado John Woo. El tercero, revitalizando y enderezando el camino, de la mano del enérgico y visionario J.J. Abrams. El cuarto, algo desubicado, con Brad Bird tras la cámara asumiendo el reto de su primera obra no animada. Y el quinto, pretendiendo de nuevo reorientar el serial en la dirección correcta, de un potente y complejo Christopher McQuarrie que no logró alcanzar plenamente su objetivo. El conjunto ofrecía aportaciones interesantes, si bien dentro de una trayectoria irregular.
En este sexto proyecto uno de los cineastas repite detrás tras la cámara. McQuarrie, ganador del Oscar al mejor guion original por la turbadora “Sospechosos habituales”, filma su cuarta cinta como realizador y completa, sin duda, su mejor trabajo. “Misión: Imposible – Fallout” es emocionante, espectacular y con un ritmo constante. Como filme de acción, responde a las expectativas, aunque no se puede negar que las escenas están cosidas con cierta precipitación y el protagonismo de los personajes resulta escaso. No obstante, tales carencias se suplen con creces con una acertada plasmación visual y con un inesperado acierto en las dosis de aventura y tensión. Más de lo que pudiera parecer evidente a simple vista, en numerosos planos se aprecia la mano precisa de un director preocupado por los detalles. Así, el resultado se traduce en una claro ascenso del nivel de calidad de una franquicia que auguraba seguir tambaleándose sobre un alambre. Personalmente, yo no comenzaría a preparar la séptima aventura a tenor de las alabanzas recibidas, ya que bingos de este calibre no se suelen cantar a menudo y, menos aún, de forma consecutiva.
Su estrella indiscutible es Tom Cruise, sobre el que ya he manifestado en otras críticas cinematográficas mi confusión en cuanto a su perfil interpretativo. Inició su carrera artística compaginando papeles centrados en su atractivo físico y en películas de mero entretenimiento (“Top Gun”, “Días de trueno”) con actuaciones más exigentes en otros proyectos de complejidad superior (“Rain Man”, “Nacido el cuatro de julio”). Sus innegables éxitos de taquilla parecían ir asociados a una reconocible calidad (“La tapadera”, “Algunos hombres buenos”, Minority Report”). Trabajaba con directores emblemáticos que le brindaban sus trabajos más arriesgados, como Stanley Kubrick con “Eyes Wide Shut” o Paul Thomas Anderson con “Magnolia”. Pero, de repente, esa deriva cesó para dar paso a una única modalidad de propuestas donde Cruise se empecina en reiterar su prototipo de héroe intrépido e invencible, cerrando aparentemente las puertas a la posibilidad de valorar otras opciones. Una auténtica lástima. Le acompañan en el reparto Henry Cavill (el último Superman), Ving Rhames (un veterano de la saga), Angela Bassett (“Días extraños”, “Tina”) y Michelle Monaghan (“Adiós pequeña, adiós”, “La boda de mi novia”).
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@gerardo_perez_s
gerardops
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3
17 de enero de 2014
82 de 123 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sé que voy a contracorriente pero, a pesar de sus numerosos premios, reconocimientos y nominaciones, “El Lobo de Wall Street” me ha desilusionado. Considero que es una película menor y, hasta cierto punto, mediocre. Puedo entender que, para recrear la vida de un corredor de bolsa sin escrúpulos en Wall Street (lo segundo es, por lo visto, condición indispensable para lo primero), sea preciso dedicar una parte del metraje a la plasmación del despilfarro, del lujo sin medida, de la lujuria, del desenfreno y de otras inmoralidades e ilegalidades que llevan aparejada la codicia sin control ni límites. Pero tres horas de proyección cuyo único común denominador sea tal avalancha de impudicia, dispendio y ostentación revela un desinterés manifiesto por abordar la historia con rigor y una preferencia por dejarse llevar por el estilo más obsceno de la comedia adolescente y descerebrada. Personalmente, estaba saturado antes de la primera media hora de semejante festival de Barbies operadas, Ferraris y yates espectaculares, y pastillas y polvos esnifados. Y a los noventa minutos, ya no daba crédito a que Martin Scorsese firmase el largometraje.
Porque, por mucho que quiera vender que se trata de una parodia de ese universo financiero, responsable en gran medida de una de las peores crisis económicas mundiales, la triste realidad es que roza más la apología de ese estilo de vida. De hecho, son pocas las diferencias entre varias de sus escenas y los últimos videoclips de Miley Cyrus, productos vacíos, artificiales y prefabricados que pretenden divertir y excitar pero que, al menos en mi caso, fracasan en el intento. Les invito a comparar las imágenes de la otrora angelical chica Disney lamiendo herramientas de construcción y contorneándose sobre una gigantesca bola de demolición con la escena en la que el protagonista gesticula obscenamente mientras engaña por teléfono a un pardillo para que invierta miles de dólares en Bolsa. Tan solo faltaba de fondo la decadente música de Pitbull para que la horterada lo inundase todo. Y así, casi tres horas.
El film está basado en el libro de memorias de Jordan Belfort, donde narra su evolución personal desde el tan manido sueño americano hasta la codicia financiera más salvaje. Es una idea que se puede abordar de muchas maneras. Por ejemplo, hace tres años se estrenó la recomendable “Margin Call”, nominada al Oscar al mejor guion y, un cuarto de siglo atrás, Oliver Stone trasladó su visión a la gran pantalla en “Wall Street”. Cualquiera de estos dos títulos supera con creces a esta concatenación de secuencias sobre la chulería y la prepotencia de un grupo de tiburones de las finanzas carentes de escrúpulos.
No obstante, pese a terminar harto de su personaje, reconozco la buena labor interpretativa de Leonardo DiCaprio y centro los fallos en el guion y en la dirección. El actor se limita a obedecer con solvencia las órdenes de Scorsese. Le acompañan numerosos rostros conocidos, como Matthew McConaughey, Jean Dujardin o los directores Rob Reiner y Jon Favreau – a cargo de pequeños papeles-. Todos ellos contribuyen a personificar la juerga desenfrenada que ha ideado el realizador italonorteamericano.
Este indiscutible referente del Séptimo Arte ya trabaja en sus dos próximos proyectos: “Silence”, con Andrew Garfield y Ken Watanabe y “Sinatra”, biopic del célebre actor y cantante. Ambos largometrajes tienen previsto su estreno en 2015. Confío en que con ellos recupere su rigor profesional y un estilo personal cuya calidad y brillantez ha demostrado sobradamente en tantas ocasiones.
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@gerardo_perez_s
gerardops
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6
1 de septiembre de 2017
45 de 58 usuarios han encontrado esta crítica útil
Doug Liman es un interesante cineasta que ha realizado obras sobresalientes (“El caso Bourne”) y notables (“Caza a la espía”) y que, en general, domina con soltura el género de acción (“Al filo del mañana”), incluso cuando lo combina con un desenfadado toque cómico (“Sr. y Sra. Smith”). Aunque cuente en su haber con algún título claramente prescindible, se ha ganado a pulso un nombre dentro de la industria del Séptimo Arte, de tal manera que su participación en un proyecto supone aval suficiente para prestarle atención. Ahora estrena “Barry Seal: El traficante”, nueva incursión en esa modalidad que mezcla la recreación humorística con la intensidad narrativa de la aventura y que ya abordó en el largometraje citado anteriormente y protagonizado por la otrora pareja sentimental formada por Angelina Jolie y Brad Pitt. Lo cierto es que el producto final resulta entretenido y efectivo, en el sentido de dejarse llevar por un relato sostenido sobre la comicidad y el ritmo ágil.
Del mismo modo que Steven Spielberg narró con un tono divertido y una brillantez indiscutible la historia real del estafador Frank W. Abagnale en “Atrápame si puedes”, Liman, con menor genialidad pero suficiente habilidad, aborda la biografía de Barry Seal, un expiloto reconvertido en importante narcotraficante del cartel de Medellín que acabó siendo reclutado por la CIA y por el Departamento de Inteligencia de la DEA. Pese a que se hayan adaptado convenientemente unos hechos ciertos para presentarlos ante el público con un envoltorio osado y gracioso, el resultado final funciona. Los espectadores se darán cuenta de esa voluntaria tergiversación destinada a lograr un toque más descarado y comercial de la cinta, pero a buen seguro la perdonarán, ya que recibirán a cambio un pasatiempo amable y entretenido.
Tal y como ocurría en “Sr. y Sra. Smith” (sus primeros veinte minutos me parecen geniales, si bien dan paso después a una proyección más irregular), en sus casi dos horas de duración hay lugar para todo. Se percibe tanto la superficialidad del tratamiento de la trama como la innegable efectividad de la mezcla entre acción y diversión. Si uno renuncia a encontrar las pegas y se limita a disfrutar del dinamismo del metraje y de la narración desenvuelta, termina por pasar un buen rato. Sin ser en absoluto su mejor trabajo, Liman continúa sumando como profesional.
Desde luego, Tom Cruise no es Brad Pitt (éste posee una mayor capacidad para dotar a su personaje de ese toque gamberro pero adorable) pero, tras una década concatenando malas interpretaciones en proyectos mediocres, por fin afronta una interpretación mínimamente acertada. Creo que Cruise es un buen actor y parte de su filmografía lo acredita sin discusión. Sin embargo, desde la ya lejana “Leones por corderos” había entrado en una espiral de actuaciones centradas en dar una imagen de héroe de acción que le estaban arrastrando al desastre. Por fin aquí se ha decantado por un papel más elaborado, aunque alejado aún de su mejor nivel. Por desgracia, da la sensación de no ser consciente de su deriva, habida cuenta que sus próximos estrenos serán la sexta entrega de “Misión imposible” y la continuación de “Top Gun”.
Me gustaría recuperar al intérprete de “El color del dinero”, “Rain man”, “Nacido el 4 de julio”, “Algunos hombres buenos” o “Collateral” pero, engullido por el terrible agujero negro de la falta de creatividad, sigue rodando secuelas y optando por perfiles destinados a actores quince años más jóvenes que él. Una lástima.
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@gerardo_perez_s
gerardops
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3
1 de mayo de 2013
37 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Mientras veía “La gran boda” no pude evitar que mi mente asociase a la mayoría de sus actores con otros personajes interpretados en comedias de antaño por ellos mismos y con idéntica fortuna. Es decir, ninguna. Para dar vida al sacerdote, Robin Williams se habrá basado en su desesperante recreación del religioso de la insoportable “Hasta que el cura nos separe”, cinta en la que demuestra que, sin un director capaz de frenar unos impulsos más propios de Jim Carrey, termina por convertirse en una mala caricatura. A su vez, Robert de Niro debió pensar que, dejándose barba, evitaría ser comparado con otro progenitor como el de “Los padre de él”, “Los padres de ella” o “Ahora los padres son ellos”. Pese a ser uno de los mejores actores de la historia del cine, no descubro nada nuevo al afirmar con rotundidad que el género cómico no es precisamente su especialidad. Por lo que se refiere a Diane Keaton, le han obligado a repetir diez años después “Cuando menos te lo esperas”, mientras que Susan Sarandon, que hasta ahora no había caído en la tentación de hacer el ridículo en filmes pseudo humorísticos y no tenía pasado del que echar mano, se deja arrastrar por la decadencia de este elenco de primeras figuras de Hollywood que, rozando la setentena, han optado por llenar de borrones sus cuasi impolutas filmografías. Sus jóvenes compañeros de reparto están bastante mejor, sin duda porque, al no contar con el glorioso pasado de sus colegas, tampoco se exponen a unas comparaciones tan odiosas.
Se trata de un título plagado de buenas intenciones, pero también de tópicos, reiteraciones, copias, plagios y referencias a otros que en su momento ya exprimieron una fruta a la que no le queda apenas jugo. Narra la historia de un matrimonio maduro que ha fracasado por la infidelidad y posterior enlace del esposo con la mejor amiga de su mujer. Ante el inminente enlace de su hijo adoptado, tratarán de hacer creer a su madre biológica -que acudirá a la ceremonia y que mantiene unas profundas creencias religiosas- que continúan felizmente casados. Partiendo de estas premisas, el realizador y guionista Justin Zackham intenta componer situaciones graciosas, hilarantes, irónicas que fracasan en su mayor parte. Además, la sensación de falta de originalidad y de creatividad es patente. Estamos nuevamente ante el enésimo ejemplo de copia disfrazada, unida a la mediocridad de unos gags que pretenden sin éxito concatenar unos fotogramas con otros.
En resumen, la comedia americana persiste en su particular camino hacia la autodestrucción y, aun con el precipicio delante, acelera. De eso sabe mucho Susan Sarandon desde que participó en “Thelma & Louise”. Y eso que, aunque la mítica película que rodó Ridley Scott de 1991 no era una comedia, contaba con algunas escenas que consiguieron arrancarme la risa y también el aplauso. Claro que estoy hablando de otra clase de cine, otra categoría, otro nivel.
Entre los integrantes más jóvenes del reparto se salva la actriz Katherine Heigl, una habitual de la comedia que, aunque a veces participa en largometrajes regulares, completa su trayectoria profesional con otros más dignos como “27 vestidos”. Le acompaña la cada vez más popular Amanda Seyfried (“Mamma Mía, Los Miserables). En definitiva, un reparto de primera fila desaprovechado por culpa de un pobre guión que refleja una buena idea mal desarrollada.
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@gerardo_perez_s
gerardops
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4
24 de noviembre de 2017
55 de 82 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen algunas películas que pretenden apabullar a sus espectadores a través de una sobredosis de estrellas de cine en sus repartos. Dichos elencos se diseñan como una concatenación de celebridades (por regla general, grandes actores que encaran ya la etapa final de sus carreras profesionales o que, en su caso, tratan de frenar un declive demasiado prematuro). Pero lo cierto es que semejante concentración de intérpretes suele influir negativamente en el resultado final de las obras, tanto por el riesgo de terminar sobreactuando en papeles forzados como por embelesar al público con su mera presencia en cartel, prescindiendo de otras virtudes. Eso sí, el despliegue técnico y visual es considerable; las imágenes, llamativas; los juegos y movimientos de cámara, muy marcados; y la fotografía, estimulante. Un conjunto, sin duda, sugerente. Lástima que ese espectacular envoltorio esconda, en realidad, un vacío de contenido. La última versión de “Asesinato en el Orient Express” es, a mi juicio, buena prueba de ello. Destila un tufillo a viejas glorias que ansían despedirse a lo grande y, sobre todo, a galanes y comediantes deseosos de redirigir un rumbo, a menudo, errático, desde un suntuoso y colorido escaparate capaz de atraer a un auditorio al que, a ratos, logra engatusar.
Las expectativas durante los primeros minutos de proyección resultan tan elevadas, habida cuenta la reunión de talentos y la vistosidad de fotogramas, que es fácil dejarse llevar por el espectáculo. El ritmo narrativo es correcto y la presentación, adornada con acierto, por lo que la primera parte del metraje puede calificarse de agradable. Sin embargo, a medida que el tiempo va transcurriendo, las expectativas decaen, el ritmo se estanca y se evidencia una cierta incapacidad para hilvanar la historia con garantías. Conviene recordar que se trata de un libro muy leído, llevado en varias ocasiones a la gran y a la pequeña pantallas. Por lo tanto, sería exigible una mínima aportación novedosa u original. De modo que, a la pregunta de qué innova esta propuesta de Kenneth Branagh respecto de sus antecesoras, la respuesta es sencilla: nada. Podrá presumir del renombre de su equipo artístico y de una mayor pulcritud técnica, fruto de los avances experimentados en este terreno, pero siempre se tratará de méritos ajenos al director. Desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, el largometraje es decepcionante y, en algunos giros del guion, llega a rozar el ridículo. Sus numerosos protagonistas no están bien compenetrados y determinadas escenas chirrían ante lo postizo de su planteamiento. Branagh se afana en que el proyecto no se venga abajo, como uno de esos malabaristas que lanza mazas al aire con la esperanza vana de que ninguna se le caiga, hasta que varias de ellas terminan por los suelos.
El Orient Express, legendario tren que atraviesa el Viejo Continente, se ve detenido a causa de una tormenta de nieve. Durante esa accidentada noche se produce un misterioso asesinato en su interior. El detective Hércules Poirot será el encargado de resolver un crimen del que todos los pasajeros resultarán sospechosos.
Llevo décadas sin reconocer al Kenneth Branagh que deslumbró mundialmente con “Enrique V” o “Los amigos de Peter”. El cambio de milenio le provocó una inexplicable transformación que evaporó su genialidad como cineasta y su inventiva como artista, dando paso a un realizador que, al servicio de las grandes productoras, se dedicaba a revisar clásicos intocables (como “La huella”), a rodar versiones innecesarias (“Cenicienta”) o a apostar por la vertiente menos interesante del género de acción (“Jack Ryan: Operación Sombra”, “Thor”). Con este “Asesinato en el Orient Express” insiste en recorrer unos caminos ya transitados, desgastados y que no conducen a ninguna parte.
En esta ocasión le acompañan Penélope Cruz, Willem Dafoe, Judi Dench, Johnny Depp, Michelle Pfeiffer y Derek Jacobi, unos profesionales tan magníficos como desaprovechados. Especialmente preocupantes son los casos de Depp y Pfeiffer, otrora referentes de una generación, con grandes currículums y filmografías que atesoran inolvidables actuaciones, pero que arrastran una larga etapa fallando en la elección de sus papeles.
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