La ópera prima de Guillaume Gallienne me desconcierta. Me quito el sombrero ante una maravillosa doble interpretación pero ignoro un tanto sus reflexiones casi existenciales. Me río con varias de sus escenas y sin embargo no evita que con su escasa duración mire el reloj varias veces. Me resulta tremendamente original y al mismo tiempo empalagosa. Siento empatía por su evidente sensibilidad y a pesar de ello dan ganas de darle un bofetón para que espabile. Hay momentos en que no sé si estamos ante un niño que parece un adulto o ante un adulto que parece un niño.
La película parece hecha para el exclusivo lucimiento de Gallienne, quien es actor, director y guionista de la misma y basada en una obra suya en la cual ya hacía todos los personajes. El resto del reparto es una mera comparsa en donde destaca Diane Kruger como una espartana fisioterapeuta.
Aparte de una marcada homosexualidad, que de manera muy sutil se deja entrever como una especie de metáfora ya en el mismo título -“Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!”, como si fuera el chico que no se siente como los demás, raudo y veloz a la orden de su madre-, posiblemente un profesional de la conducta humana viera en el personaje protagonista un claro complejo de Edipo. Yo, que no lo soy, quiero limitarme a seguir la historia con su gran elocuencia verbal y gesticular pero me resulta bastante insatisfactoria. Sus "charlas" continuadas con el espectador no me desagradan pero me dejan con cierta indiferencia. Tengo la impresión que el salto de la obra del escenario teatral al cine no ha salido todo lo bien que cabría esperar o todo lo bien que debiera.