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Voto de Coleccionista Visual:
6
10 de marzo de 2019
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Domingo 3 de marzo, Cinéteca Nacional 2:20 pm. Clímax es la más reciente obra del argentino Gaspar Noé, el controvertido director que acaparó la atención de la crítica especializada y del público enfocado al llamado cine de culto con Irreversible, cinta que trataría de romper convencionalismos a la hora de presentarse con una trama que va del caos hacia armonía a través de escenas por demás desenfrenadas y la que no nos permitió quedarnos en la indiferencia sin duda alguna.
Gaspar retoma de ese primer rodaje —ya como un sello de sus películas y a 18 años de su estreno— lo atroz de la condición humana, la cual se encuentra al acecho y que aprovecha la vulnerabilidad del otro para consumarse sin miramientos, ni prejuicios y darle cabida al placer depravado, repulsivo e incontrolado. Sin embargo aunque hay mucho de aquella cinta, el director no podía repetirse y su fórmula de ensamble sólo es empleada inicialmente y dar paso a planos secuencia donde los jóvenes ahí convocados montarán un hipnótico ritual coreográfico de gozo que se irá transformando conforme transcurra el tiempo y las circunstancias.
Con un soundtrack por demás poderoso, que en combinación con la soltura y seguridad de los interpretes —un grupo multi-racial de la Francia nuestro tiempo— se apuntalan las coreografías de una presentación que ha sido ensayada durante un tiempo que les permitirá presentar sus tendencias de baile urbano en una gira. Este período fue sin duda una ventana de conocimiento personal entre ellos, quienes al momento de integrarse al grupo y expresar su arte individualmente o como complemento, borran momentáneamente sus prejuicios y se entregan por completo al ritmo que pauta la música.
En la culminación de dichos ensayos, el grupo ha decidido festejar en ese extraño salón —que con certeza genera desconfianza y mucha tensión no sólo en algunos de ellos, sino en el espectador que vuelve a remitirse a algunas escenas de Irreversible— donde la ambientación predominantemente roja prevé una malpasada para sus protagonistas que ya entonados van liberando ese subconsciente malicioso.
Entre conversaciones que marcan el dominio de género y poder sexual ejercido en la vida cotidiana, se va desequilibrando la armonía hacia circunstancias de caos, debido a que alguien insidiosamente ha agregado LSD a la sangría que la mayoría ha bebido, hecho que alterará los estados de ánimo hacia a una exaltación de la desconfianza, el poder y el deseo previsto durante la etapa de ensayos y reafirmadas a través de las conversaciones sexistas y de una competencia implícita.
Podrá gustar a aquéllos que no tienen una compatibilidad con el encanto de un cine conciliador y sea del agrado de quienes prefieren el exceso al momento de visionar algo más agreste y que va en búsqueda de respuestas aunque eso signifique desorden asegurado. Una película excesiva en toda la extensión de la palabra, con un plus que hace de ella el dos en uno, el baile, que también se vale de lo sugerido al momento de plantear lo atroz.
Gaspar retoma de ese primer rodaje —ya como un sello de sus películas y a 18 años de su estreno— lo atroz de la condición humana, la cual se encuentra al acecho y que aprovecha la vulnerabilidad del otro para consumarse sin miramientos, ni prejuicios y darle cabida al placer depravado, repulsivo e incontrolado. Sin embargo aunque hay mucho de aquella cinta, el director no podía repetirse y su fórmula de ensamble sólo es empleada inicialmente y dar paso a planos secuencia donde los jóvenes ahí convocados montarán un hipnótico ritual coreográfico de gozo que se irá transformando conforme transcurra el tiempo y las circunstancias.
Con un soundtrack por demás poderoso, que en combinación con la soltura y seguridad de los interpretes —un grupo multi-racial de la Francia nuestro tiempo— se apuntalan las coreografías de una presentación que ha sido ensayada durante un tiempo que les permitirá presentar sus tendencias de baile urbano en una gira. Este período fue sin duda una ventana de conocimiento personal entre ellos, quienes al momento de integrarse al grupo y expresar su arte individualmente o como complemento, borran momentáneamente sus prejuicios y se entregan por completo al ritmo que pauta la música.
En la culminación de dichos ensayos, el grupo ha decidido festejar en ese extraño salón —que con certeza genera desconfianza y mucha tensión no sólo en algunos de ellos, sino en el espectador que vuelve a remitirse a algunas escenas de Irreversible— donde la ambientación predominantemente roja prevé una malpasada para sus protagonistas que ya entonados van liberando ese subconsciente malicioso.
Entre conversaciones que marcan el dominio de género y poder sexual ejercido en la vida cotidiana, se va desequilibrando la armonía hacia circunstancias de caos, debido a que alguien insidiosamente ha agregado LSD a la sangría que la mayoría ha bebido, hecho que alterará los estados de ánimo hacia a una exaltación de la desconfianza, el poder y el deseo previsto durante la etapa de ensayos y reafirmadas a través de las conversaciones sexistas y de una competencia implícita.
Podrá gustar a aquéllos que no tienen una compatibilidad con el encanto de un cine conciliador y sea del agrado de quienes prefieren el exceso al momento de visionar algo más agreste y que va en búsqueda de respuestas aunque eso signifique desorden asegurado. Una película excesiva en toda la extensión de la palabra, con un plus que hace de ella el dos en uno, el baile, que también se vale de lo sugerido al momento de plantear lo atroz.