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Voto de vitroxbh:
8
4 de octubre de 2018
31 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Admitámoslo: los autoproclamados “cinéfilos” enfundados en la franja millenial de la edad no podemos resistirnos a Gaspar Noé. Cuando la noticia del último estreno del galo llega a nuestras manos, el cerebro no tarda en accionarnos el mecanismo de la atracción inmediata. Rupturismo formal y provocación desvergonzada: ¿qué más puedes ofrecerle a un chaval que acaba de empezar a ver cine “en serio”?
Bajo los planos cenitales y la colorida estética visual a la que nos tiene acostumbrados, Noé nos expone esta vez una tesis, significativa cuanto menos: la vida en diversidad y/o colectivo es inviable en nuestros estándares de sociedad. “Vivir es una imposibilidad colectiva”, nos dice un título que ocupa toda la superficie del rectángulo. Con tal de trabajar esta idea, el lenguaje cinematográfico del director en Climax destaca como nunca.
Pero vayamos por partes. En la película se identifican dos tratamientos formales muy diferenciados. Por un lado tenemos los planos estáticos de las entrevistas y de las conversaciones del principio de la fiesta. En otras palabras, cuando los personajes están aislados de los demás por medio del corte (o como mucho emparejados por etnia, sexualidad o familia) domina la tranquilidad y el equilibrio. Noé aprovecha estas escenas de diálogo (pr��cticamente las únicas) para sembrar una mínima información sobre los personajes.
Por otro lado, en cambio, tenemos los famosos planos secuencia, dinámicos y repletos de virguerías técnicas, en los momentos de coreografías de baile y de representación de los efectos de la droga. Esta vez, pero, el movimiento de la cámara se encarga de agrupar a varios de los personajes en un mismo cuadro, o bien, de desplazarse fluidamente de uno a otro. Tanto el baile racional como el éxtasis irracional de la droga suponen momentos de euforia colectiva, o sea que para Noé, el clímax es capaz tanto de conectar a la gente (baile) como de destrozar vidas (droga) al mismo tiempo.
A través del recurso de la toma larga, la música incesante, la interpretación histérica y la iluminación heterogénea, el director nos irá sumiendo en una espiral de clímax orgiástico y alucinógeno hasta que, finalmente, la imagen se tinte de rojo sangre y la cámara voltee a los personajes del revés para traspasarlos al inframundo.
El mensaje es claro: el infierno somos nosotros.
Bajo los planos cenitales y la colorida estética visual a la que nos tiene acostumbrados, Noé nos expone esta vez una tesis, significativa cuanto menos: la vida en diversidad y/o colectivo es inviable en nuestros estándares de sociedad. “Vivir es una imposibilidad colectiva”, nos dice un título que ocupa toda la superficie del rectángulo. Con tal de trabajar esta idea, el lenguaje cinematográfico del director en Climax destaca como nunca.
Pero vayamos por partes. En la película se identifican dos tratamientos formales muy diferenciados. Por un lado tenemos los planos estáticos de las entrevistas y de las conversaciones del principio de la fiesta. En otras palabras, cuando los personajes están aislados de los demás por medio del corte (o como mucho emparejados por etnia, sexualidad o familia) domina la tranquilidad y el equilibrio. Noé aprovecha estas escenas de diálogo (pr��cticamente las únicas) para sembrar una mínima información sobre los personajes.
Por otro lado, en cambio, tenemos los famosos planos secuencia, dinámicos y repletos de virguerías técnicas, en los momentos de coreografías de baile y de representación de los efectos de la droga. Esta vez, pero, el movimiento de la cámara se encarga de agrupar a varios de los personajes en un mismo cuadro, o bien, de desplazarse fluidamente de uno a otro. Tanto el baile racional como el éxtasis irracional de la droga suponen momentos de euforia colectiva, o sea que para Noé, el clímax es capaz tanto de conectar a la gente (baile) como de destrozar vidas (droga) al mismo tiempo.
A través del recurso de la toma larga, la música incesante, la interpretación histérica y la iluminación heterogénea, el director nos irá sumiendo en una espiral de clímax orgiástico y alucinógeno hasta que, finalmente, la imagen se tinte de rojo sangre y la cámara voltee a los personajes del revés para traspasarlos al inframundo.
El mensaje es claro: el infierno somos nosotros.