Otra vuelta de tuerca
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6 de abril de 2010
26 de 30 usuarios han encontrado esta crítica útil
Alejándose esta vez de sus habituales docudramas sociales y de sus crónicas urbanas de adolescentes marginales, Eloy de La Iglesia aborda a mediados de la década de los ochenta esta particularísima versión de la célebre novela de Henry James Otra vuelta de tuerca. Debemos estar sin duda ante la adaptación más kitsch y sui generis de cuantas se hayan hecho del clásico británico a lo largo de la historia, tal es el tratamiento que en todo momento adquiere éste en manos del director vasco.
De La Iglesia no duda en hacer suyo el texto literario introduciendo algunos cambios significativos en su film. El escenario al que se nos traslada por ejemplo ya no es aquella misteriosa mansión de Bly en la que se desarrollaba la acción de la novela original sino que es ahora un regio caserón situado a orillas de la costa cantábrica. Asimismo los nombres de los protagonistas ya no son Mr Quint o Mrs Jessel sino los más reconocibles Don Pedro y Doña Cristina.
Con todo, el cambio más notable es el que se produce en relación al cambio de sexo del personaje principal que en la novela de James era una mujer y en esta versión cinematográfica es un hombre, hecho éste que trastoca por completo el sentido de la obra original. Añádase el detalle además de que nuestro joven protagonista es un ex seminarista que acaba de abandonar la orden de los jesuitas y al que nada más arrancar la película encontramos sumido en un mar de dudas – y no solamente de tipo religioso.
Durante algunos años hubo una tendencia casi generalizada en este país a ningunear la figura de Eloy De La Iglesia y a denostar todas y cada una de sus películas. Parece, no obstante, que en los últimos tiempos se empieza a hacer justicia y comienza a reivindicarse a un cineasta valiente e irrepetible cuyo legado cinematográfico presenta además un incalculable valor sociológico.
Más que como un ejercicio de valentía y de transgresión, esta versión de Otra vuelta de tuerca podría interpretarse como un auténtico exorcismo. De La Iglesia utilizaba el cine y sus películas como un instrumento para sacudirse de sus propios fantasmas y demonios. Fue el precio que tuvo que pagar como autor de una obra apartada de convencionalismos y de discursos políticamente correctos en una época muy determinada. El fantasma de la represión en todas sus vertientes – social, religiosa, sexual- se movía con especial soltura en una obra como la de De La Iglesia. Nada mejor que una historia de fantasmas para, mediante otra vuelta de tuerca, intentar ahuyentarlo.
De La Iglesia no duda en hacer suyo el texto literario introduciendo algunos cambios significativos en su film. El escenario al que se nos traslada por ejemplo ya no es aquella misteriosa mansión de Bly en la que se desarrollaba la acción de la novela original sino que es ahora un regio caserón situado a orillas de la costa cantábrica. Asimismo los nombres de los protagonistas ya no son Mr Quint o Mrs Jessel sino los más reconocibles Don Pedro y Doña Cristina.
Con todo, el cambio más notable es el que se produce en relación al cambio de sexo del personaje principal que en la novela de James era una mujer y en esta versión cinematográfica es un hombre, hecho éste que trastoca por completo el sentido de la obra original. Añádase el detalle además de que nuestro joven protagonista es un ex seminarista que acaba de abandonar la orden de los jesuitas y al que nada más arrancar la película encontramos sumido en un mar de dudas – y no solamente de tipo religioso.
Durante algunos años hubo una tendencia casi generalizada en este país a ningunear la figura de Eloy De La Iglesia y a denostar todas y cada una de sus películas. Parece, no obstante, que en los últimos tiempos se empieza a hacer justicia y comienza a reivindicarse a un cineasta valiente e irrepetible cuyo legado cinematográfico presenta además un incalculable valor sociológico.
Más que como un ejercicio de valentía y de transgresión, esta versión de Otra vuelta de tuerca podría interpretarse como un auténtico exorcismo. De La Iglesia utilizaba el cine y sus películas como un instrumento para sacudirse de sus propios fantasmas y demonios. Fue el precio que tuvo que pagar como autor de una obra apartada de convencionalismos y de discursos políticamente correctos en una época muy determinada. El fantasma de la represión en todas sus vertientes – social, religiosa, sexual- se movía con especial soltura en una obra como la de De La Iglesia. Nada mejor que una historia de fantasmas para, mediante otra vuelta de tuerca, intentar ahuyentarlo.
30 de abril de 2007
24 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es la particular adaptación que hace Eloy de la Iglesia de la inquietante y estupenda novela del mismo título, que ya ha dado otro gran título al cine ("Suspense", de Jack Clayton), y adaptaciones más o menos correctas como "Los últimos juegos prohibidos", o mediocridades disfrazadas de cine de calidad, como la española "El celo".
De la Iglesia, como no podía ser menos, hace una adaptación muy personal, porque para que vaya de acuerdo con los intereses de este director maldito del cine español, le cambia el sexo al personaje protagonista, que de aya, pasa a ser "ayo", para que la morbosa y ambigüa relación del niño con su cuidadora de la historia original pase a ser aquí de corte homosexual.
Contra todo pronóstico, De la Iglesia se olvida aquí por un instante de los delincuentes, drogadictos, etarras, quinquis y navajeros que siempre han poblado su cine y se mete en una historia de misterio de la que en mi opinión sale sorprendentemente bien parado.
Es la que más me gusta de sus películas, pues tampoco hay ninguna otra que me convenza demasiado, aunque sí que me gusta "El pico", y me parecen simplemente interesantes, pero muy coyunturales, "El diputado", "El sacerdote" o "Los placeres ocultos".
De la Iglesia, como no podía ser menos, hace una adaptación muy personal, porque para que vaya de acuerdo con los intereses de este director maldito del cine español, le cambia el sexo al personaje protagonista, que de aya, pasa a ser "ayo", para que la morbosa y ambigüa relación del niño con su cuidadora de la historia original pase a ser aquí de corte homosexual.
Contra todo pronóstico, De la Iglesia se olvida aquí por un instante de los delincuentes, drogadictos, etarras, quinquis y navajeros que siempre han poblado su cine y se mete en una historia de misterio de la que en mi opinión sale sorprendentemente bien parado.
Es la que más me gusta de sus películas, pues tampoco hay ninguna otra que me convenza demasiado, aunque sí que me gusta "El pico", y me parecen simplemente interesantes, pero muy coyunturales, "El diputado", "El sacerdote" o "Los placeres ocultos".
5 de mayo de 2012
17 de 20 usuarios han encontrado esta crítica útil
El éxito popular de sus previas "Colegas" y las dos entregas de "El pico" tuvo para de la Iglesia un aspecto materialmente muy positivo pero cinematográficamente enormemente nefasto. Tal es así que esta "Otra vuelta de tuerca" no solo pasa por ser la gran película de su autor sino uno de los films descollantes en el género de terror de los 80 a nivel mundial. Así de claro. El público, despistado, fue reacio al film (mucha culpa de ello tiene el propio de la Iglesia empeñado en venderse a productos fáciles, gratuitos y al filo de la navaja, denigrando su buena y no poca capacidad de hacer cine), y la crítica, que sigue manteniendo semisepultado al mismo, sin valorar en lo necesario las conseguidísimas cualidades de la película y que han dejado a su autor en un encasillamiento, por otra parte, repito que buscado y quizás, tristemente merecido.
El reto para de la Iglesia era tremendo. La adaptación de una obra del díficil y gran Henry James que ya diera pie al inolvidable "Suspense" de Jack Clayton. El resultado fue un soberbio film de horror, un notabilísimo ejercicio cinematográfico.
Es la historia de un preceptor de débil espíritu (Sánchez), que tras ser incapaz de consumar su vocación jesuítica, será enviado por el conde de Etxeberría a su mansión a fin de educar a sus dos sobrinos. Allí descubrirá que debido a un luctuoso pasado, las almas de la anterior institutriz y del jardinero se están apoderando de las mentes y cuerpos de los dos niños. De la Iglesia cambia la obra de James, pues, en ciertos aspectos: la ubica en el País Vasco y la institutriz original es sustituida por un preceptor, lo cual supone un acierto total y absoluto que permite al cineasta remarcar y conceptutalizar el permanente sesgo homosexual de su cine, de forma sobresaliente, sugerente y bellamente trágica.
De tal forma se extrae un film hermoso de soberbio terror espiritual, esmerado y sugerente, de permanente halo mágico y perfecta realización -sugiere tanto como muestra, cualidad de muchas obras maestras del Cine, no lo olvidemos-, resultando ambigua y fascinante, de imponente atmósfera y puesta en escena, con una soberbia fotografía y gran capacidad de poderío en sus imágenes (todas las apariciones de las almas del jardinero y la institutriz...). Magníficas son también las interpretaciones de Pedro Mari Sánchez como el torturado/atormentado preceptor, y de Queta Claver como la criada de la mansión, con unos niños que no les van a la zaga, en un conjunto de agradable y muy conseguido, por inaudito, perfume clasicista, casi inpensable.
Una gran película, la obra maestra de su autor, que pide a puro grito de celuloide su justa revisión y reconocimiento.
El reto para de la Iglesia era tremendo. La adaptación de una obra del díficil y gran Henry James que ya diera pie al inolvidable "Suspense" de Jack Clayton. El resultado fue un soberbio film de horror, un notabilísimo ejercicio cinematográfico.
Es la historia de un preceptor de débil espíritu (Sánchez), que tras ser incapaz de consumar su vocación jesuítica, será enviado por el conde de Etxeberría a su mansión a fin de educar a sus dos sobrinos. Allí descubrirá que debido a un luctuoso pasado, las almas de la anterior institutriz y del jardinero se están apoderando de las mentes y cuerpos de los dos niños. De la Iglesia cambia la obra de James, pues, en ciertos aspectos: la ubica en el País Vasco y la institutriz original es sustituida por un preceptor, lo cual supone un acierto total y absoluto que permite al cineasta remarcar y conceptutalizar el permanente sesgo homosexual de su cine, de forma sobresaliente, sugerente y bellamente trágica.
De tal forma se extrae un film hermoso de soberbio terror espiritual, esmerado y sugerente, de permanente halo mágico y perfecta realización -sugiere tanto como muestra, cualidad de muchas obras maestras del Cine, no lo olvidemos-, resultando ambigua y fascinante, de imponente atmósfera y puesta en escena, con una soberbia fotografía y gran capacidad de poderío en sus imágenes (todas las apariciones de las almas del jardinero y la institutriz...). Magníficas son también las interpretaciones de Pedro Mari Sánchez como el torturado/atormentado preceptor, y de Queta Claver como la criada de la mansión, con unos niños que no les van a la zaga, en un conjunto de agradable y muy conseguido, por inaudito, perfume clasicista, casi inpensable.
Una gran película, la obra maestra de su autor, que pide a puro grito de celuloide su justa revisión y reconocimiento.
26 de junio de 2013
8 de 11 usuarios han encontrado esta crítica útil
La interpretación en el cine, y en el teatro, de personajes infantiles tiene una gran dosis de dificultad pues estos, en su inmadurez, no alcanzan a darle a sus personajes todos los matices que se requieren. Algunos casos de actores infantiles son excepcionales y en los otros casos que han conseguido llevar adelante al personaje que representan se debe casi siempre al buen trabajo de un director. Algún director famoso, creo que fue John Ford, detestaba trabajar con niños. Y algo de todo esto ocurre aquí con Eloy de la Iglesia que a pesar de contar con Asier Hernández no consigue sacarle todo el partido. El mismo problema tienen los actores adultos cuando tienen que darle la réplica a los niños, y en este caso Pedro Mari Sánchez tampoco consigue sacar partido a su interpretación y a la de los niños. Eloy de la Iglesia ha trabajado también con un guión adaptado demasiado literario, muy influenciado por la novela de Henry James y eso se nota en los diálogos tan difíciles de decir por los intérpretes, especialmente los niños. Con todo, el director consigue crear una buena atmósfera de intriga y algo de terror utilizando una magnífica localización que es el caserón donde se desarrollan los hechos. A ello le acompaña una buena ambientación, una buena iluminación (hay que ver que bien lleva Pedro Mari Sánchez el candelabro por los pasillos y salones) y un sonido un poco exagerado con ruidos de tormentas, viento, aullidos, ladridos, graznidos y chirriar de cadenas, aunque sean de un columpio. El tema de la homosexualidad empieza a volar por encima de toda la película ya desde el principio, pero el director no consigue que aterrice el tema, quizás porque tampoco está explícito en la novela original.
21 de febrero de 2017
7 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Lei la novela de James en un ayer demasiado lejano como para tenerla en mente. Estoy sin embargo seguro que no la percibí como una historia de fantasmas, a tal punto que cuando tuve posteriores noticias de adaptaciones cinematográficas o televisivas, me sorprendió sobremanera que diesen por sentado que sí lo fuese.
¿Falta de atención mía debida al irremediable tedio que me provoca el bueno de Henry, tal que me arredró ante la eventualidad de una relectura más detenida que me hiciese recapacitar sobre lo que mi distracción pasó por alto?
Bienvenida sea pues la interpretación que de la novela ofrece Eloy de la Iglesia, ya que corrobora en cierto modo la mía propia.
El documentado trabajo de Pascale Catala "Apparitions & maisons hantées" (Apariciones y casas tomadas) tiende a demostrar que todos los eventos supuestamente sobrenaturales que se ha tenido la posibilidad de estudiar y analizar objetivamente están siempre ligados a la presencia insustituible de cierto ser humano de carne y hueso, en la mayoría de los casos un adolescente perturbado o un adulto joven aquejado de trastornos psicológicos.
Nada de almas insustanciales vagando por paraisos, infiernos o purgatorios consistentes en mansiones otrora escenario de horrendos hechos, que visitan mediante fétidos olores, corrientes de aire helado, desplazamiento de objetos o estruendosos golpes.
Ese folklore deriva de nuestras supersticiones, del mero hecho que no queramos resignarnos a admitir que la muerte constituya el fin de los fines.
Existen, eso sí, seres vivos y coleantes capaces de inducir fenómenos paranormales semejantes a los expuestos más arriba, pero jamás de forma voluntaria, y sin que ellos mismos sean conscientes de ser la causa de los tales.
Es el caso del maestro, ya que lo que Eloy de la Iglesia sugiere claramente a mi entender, es que la amenaza que se cierne sobre los niños no proviene de la fantasiosa presencia maligna de la pareja muerta, sino del propio maestro, de sus inconscientes poderes alucinatorios y de sus obsesiones íntimas, quizás derivadas de una religiosidad pervertida, como lo insinúa las laceraciones que se inflije.
Su cerebro crea las apariciones, las ve en el sentido literal de la palabra, y por tanto queda plenamente convencido de su realidad. Esa auto-persuasión, junto a sus explícitas pulsiones pedófilas, le compelen a desear encarnizadamente que los niños se sumen al juego malsano que su mente ha fantaseado. Se convierte así en un instrumento de perversión para los niños, queriendo, o queriendo creer, ser su ángel custodio.
Impresionante película, con actores certeramente elegidos y bien dirigidos.
¿Falta de atención mía debida al irremediable tedio que me provoca el bueno de Henry, tal que me arredró ante la eventualidad de una relectura más detenida que me hiciese recapacitar sobre lo que mi distracción pasó por alto?
Bienvenida sea pues la interpretación que de la novela ofrece Eloy de la Iglesia, ya que corrobora en cierto modo la mía propia.
El documentado trabajo de Pascale Catala "Apparitions & maisons hantées" (Apariciones y casas tomadas) tiende a demostrar que todos los eventos supuestamente sobrenaturales que se ha tenido la posibilidad de estudiar y analizar objetivamente están siempre ligados a la presencia insustituible de cierto ser humano de carne y hueso, en la mayoría de los casos un adolescente perturbado o un adulto joven aquejado de trastornos psicológicos.
Nada de almas insustanciales vagando por paraisos, infiernos o purgatorios consistentes en mansiones otrora escenario de horrendos hechos, que visitan mediante fétidos olores, corrientes de aire helado, desplazamiento de objetos o estruendosos golpes.
Ese folklore deriva de nuestras supersticiones, del mero hecho que no queramos resignarnos a admitir que la muerte constituya el fin de los fines.
Existen, eso sí, seres vivos y coleantes capaces de inducir fenómenos paranormales semejantes a los expuestos más arriba, pero jamás de forma voluntaria, y sin que ellos mismos sean conscientes de ser la causa de los tales.
Es el caso del maestro, ya que lo que Eloy de la Iglesia sugiere claramente a mi entender, es que la amenaza que se cierne sobre los niños no proviene de la fantasiosa presencia maligna de la pareja muerta, sino del propio maestro, de sus inconscientes poderes alucinatorios y de sus obsesiones íntimas, quizás derivadas de una religiosidad pervertida, como lo insinúa las laceraciones que se inflije.
Su cerebro crea las apariciones, las ve en el sentido literal de la palabra, y por tanto queda plenamente convencido de su realidad. Esa auto-persuasión, junto a sus explícitas pulsiones pedófilas, le compelen a desear encarnizadamente que los niños se sumen al juego malsano que su mente ha fantaseado. Se convierte así en un instrumento de perversión para los niños, queriendo, o queriendo creer, ser su ángel custodio.
Impresionante película, con actores certeramente elegidos y bien dirigidos.
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