El proyecto Florida
17,459
Drama
Una niña de 6 años y sus amigos pasan el verano en un pequeño motel muy próximo a Disneyworld, mientras sus padres y el resto de adultos que les rodean sufren aún los efectos de la crisis. (FILMAFFINITY)
2 de octubre de 2017
222 de 247 usuarios han encontrado esta crítica útil
Existen más parques temáticos de los que parece en Florida.
Están Disney World, que se compone de Magic Kingdom, Hollywood Studios, Animal Kingdom y Epcot, luego está Universal Studios, Sea World... y otro más, uno más difícil de contemplar.
Uno en el abundan los castillos de colores chillones, y gigantescos magos de plástico saludan al paseante. Uno en el que no faltan las noches de fuegos artificiales, y un edificio ardiendo es la mejor atracción que se puede desear. En él, la diversión nunca termina y otros dirían que nunca acaba de empezar.
'The Florida Project' abre una ventana a la periferia de los sueños infantiles, versión estadounidense, en esa zona en la que un puñado de visionarios creyeron necesarios lugares de evasión, donde la gente podría olvidarse de sus frustraciones y saludar a su personaje de dibujos animados favorito.
Por supuesto, orbitar esa clase de anhelados lugares de recreo no puede ser tan fácil como estar en ellos, y pronto se demuestra así: Moonee y su pandilla pasan las horas del verano en las cunetas de la carretera, rodeados de adultos negligentes y miseria social, que malvive en moteles baratos como la pintura de colores que los cubre.
Pero, sorpresa, algo que nunca nadie imaginaría viendo todo eso desde fuera, es que los niños nunca han necesitado nada más, porque todavía son niños.
Ellos no conocen la tristeza o la crueldad, porque se han criado con ella y sus madres (solteras y jóvenes, que se quedaron a la espera de un padre irresponsable) procuran que se olviden de todo eso como cualquier madre haría.
Hasta los castigos los toman como un juego, como una excusa para conocer una nueva amiga, tan desconectados están del mundo adulto que ni de sus gritos o reproches se enteran.
En este verano, la diversión no conoce límites para ellos y adultos buenazos como el gerente Bobby (maravilloso Willem Dafoe) solo contribuyen a ella.
Se podría discutir que la historia no parece tener un camino lineal, que más bien parecen una recolección de vivencias, o quizás que Sean Baker está demasiado enamorado de sus perlas entre la mierda... pero basta echar un vistazo más cercano para apreciar un triste relato de fin de la infancia, contado en un lugar en el que todos creemos que vive por siempre.
Sin necesidad de ver a Mickey o visitar el castillo de Cenicienta, Moonee y sus amigos se las apañan para divertirse, mientras de fondo sus madres luchan contra la marginación social día tras día, buscando un empleo por horas que les permita mantener un crío y salir de fiesta de vez en cuando.
Es tan miserable el contraste, pero está tan bien hilado dentro de este reino de colores vibrantes, que sólo nos damos cuenta de lo horrible que estamos viendo cuando son los niños quienes lo sufren directamente: como testigos silenciosos permanecen ante las acciones más brutales de sus mayores, incapaces de procesarlas en su mente infantil, marcados inevitablemente con la violencia y vileza que les demuestran.
Porque hemos creído que estos niños lo tienen todo sin tener que visitar a Goofy, y ese pensamiento nos alegra, pero no es así: "este es mi árbol favorito porque a pesar de caer siguió creciendo" confiesa Moonee a su nueva mejor amiga Jancey, inesperadamente consciente de su situación y trazando un paralelismo con miles de familias que, como ella, crecen hacia donde les dejan y donde les permiten, muchas veces luchando con uñas y dientes de la manera más rastrera posible.
En ese punto, cuesta poco simpatizar con Moonee por una infancia que nunca tendrá: ella imagina su habitación ideal en unos apartamentos abandonados, y nos damos cuenta de que sus deseos tienen tanto futuro como ese cascarón vacío (pero colorido), abandonado al sol inclemente de Florida.
No nos extraña que Bobby, habiendo confesado sus flaquezas en dos frases (porque a veces no hace falta decir mucho más para imaginar mil desgracias), haya querido ser el guardián de la inocencia de estos pequeños, pero hasta él poco puede hacer sin rendirse a la evidencia de que el árbol ya está podrido, y la pequeña rama con ello debe vivir, aunque no tenga cabeza ni ánimo para darse cuenta.
Pienso que igual no hacía falta recrearse tanto en la pobreza moral de Halley, la madre de Moonee, o que me sobran muchas escenas que solo inflan las vivencias de estos niños y poco aportan.
Pero también pienso que, cuando alguien va a Florida, tiende a ignorar apresuradamente a estos merodeadores del atardecer, porque son los reinos de fantasía los que importan: por una vez, aunque se cargue el ritmo de la película, y aunque una madre así tenga difícil redención, no me parece mal que nos mande a todos a la mierda, aunque sea desde una cuidada ficción.
Es cierto, para Moonee todos los días eran una celebración, porque vivía en el parque temático más desconocido y más extraño de Florida.
Pero solo se puede ignorar la edad adulta hasta determinado momento, hasta que sus extremos asoman, y lo que antes fue perfecto ahora doloroso e injusto se queda.
Están Disney World, que se compone de Magic Kingdom, Hollywood Studios, Animal Kingdom y Epcot, luego está Universal Studios, Sea World... y otro más, uno más difícil de contemplar.
Uno en el abundan los castillos de colores chillones, y gigantescos magos de plástico saludan al paseante. Uno en el que no faltan las noches de fuegos artificiales, y un edificio ardiendo es la mejor atracción que se puede desear. En él, la diversión nunca termina y otros dirían que nunca acaba de empezar.
'The Florida Project' abre una ventana a la periferia de los sueños infantiles, versión estadounidense, en esa zona en la que un puñado de visionarios creyeron necesarios lugares de evasión, donde la gente podría olvidarse de sus frustraciones y saludar a su personaje de dibujos animados favorito.
Por supuesto, orbitar esa clase de anhelados lugares de recreo no puede ser tan fácil como estar en ellos, y pronto se demuestra así: Moonee y su pandilla pasan las horas del verano en las cunetas de la carretera, rodeados de adultos negligentes y miseria social, que malvive en moteles baratos como la pintura de colores que los cubre.
Pero, sorpresa, algo que nunca nadie imaginaría viendo todo eso desde fuera, es que los niños nunca han necesitado nada más, porque todavía son niños.
Ellos no conocen la tristeza o la crueldad, porque se han criado con ella y sus madres (solteras y jóvenes, que se quedaron a la espera de un padre irresponsable) procuran que se olviden de todo eso como cualquier madre haría.
Hasta los castigos los toman como un juego, como una excusa para conocer una nueva amiga, tan desconectados están del mundo adulto que ni de sus gritos o reproches se enteran.
En este verano, la diversión no conoce límites para ellos y adultos buenazos como el gerente Bobby (maravilloso Willem Dafoe) solo contribuyen a ella.
Se podría discutir que la historia no parece tener un camino lineal, que más bien parecen una recolección de vivencias, o quizás que Sean Baker está demasiado enamorado de sus perlas entre la mierda... pero basta echar un vistazo más cercano para apreciar un triste relato de fin de la infancia, contado en un lugar en el que todos creemos que vive por siempre.
Sin necesidad de ver a Mickey o visitar el castillo de Cenicienta, Moonee y sus amigos se las apañan para divertirse, mientras de fondo sus madres luchan contra la marginación social día tras día, buscando un empleo por horas que les permita mantener un crío y salir de fiesta de vez en cuando.
Es tan miserable el contraste, pero está tan bien hilado dentro de este reino de colores vibrantes, que sólo nos damos cuenta de lo horrible que estamos viendo cuando son los niños quienes lo sufren directamente: como testigos silenciosos permanecen ante las acciones más brutales de sus mayores, incapaces de procesarlas en su mente infantil, marcados inevitablemente con la violencia y vileza que les demuestran.
Porque hemos creído que estos niños lo tienen todo sin tener que visitar a Goofy, y ese pensamiento nos alegra, pero no es así: "este es mi árbol favorito porque a pesar de caer siguió creciendo" confiesa Moonee a su nueva mejor amiga Jancey, inesperadamente consciente de su situación y trazando un paralelismo con miles de familias que, como ella, crecen hacia donde les dejan y donde les permiten, muchas veces luchando con uñas y dientes de la manera más rastrera posible.
En ese punto, cuesta poco simpatizar con Moonee por una infancia que nunca tendrá: ella imagina su habitación ideal en unos apartamentos abandonados, y nos damos cuenta de que sus deseos tienen tanto futuro como ese cascarón vacío (pero colorido), abandonado al sol inclemente de Florida.
No nos extraña que Bobby, habiendo confesado sus flaquezas en dos frases (porque a veces no hace falta decir mucho más para imaginar mil desgracias), haya querido ser el guardián de la inocencia de estos pequeños, pero hasta él poco puede hacer sin rendirse a la evidencia de que el árbol ya está podrido, y la pequeña rama con ello debe vivir, aunque no tenga cabeza ni ánimo para darse cuenta.
Pienso que igual no hacía falta recrearse tanto en la pobreza moral de Halley, la madre de Moonee, o que me sobran muchas escenas que solo inflan las vivencias de estos niños y poco aportan.
Pero también pienso que, cuando alguien va a Florida, tiende a ignorar apresuradamente a estos merodeadores del atardecer, porque son los reinos de fantasía los que importan: por una vez, aunque se cargue el ritmo de la película, y aunque una madre así tenga difícil redención, no me parece mal que nos mande a todos a la mierda, aunque sea desde una cuidada ficción.
Es cierto, para Moonee todos los días eran una celebración, porque vivía en el parque temático más desconocido y más extraño de Florida.
Pero solo se puede ignorar la edad adulta hasta determinado momento, hasta que sus extremos asoman, y lo que antes fue perfecto ahora doloroso e injusto se queda.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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7 de octubre de 2017
70 de 80 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sean Baker, fenómeno indie gracias a "Starlet" y "Tangerine", firma en "The Florida Project" su consagración como una de las voces más atrevidas del cine estadounidense. Baker sitúa la acción de su película más redonda en las inmediaciones de Disney World, un espacio marginal con tintes de irrealidad. En ese entorno, que para unos funciona como lugar de paso y para otros de purgatorio extravagante, un grupo de niños hacen y deshacen a su antojo, con una espontaneidad y una ingenuidad que Baker filma con una verdad inconmesurable, rayando incluso el estilo documental. "The Florida Project" es, por lo tanto, el retrato de unos pillos, una sucesión de travesuras, juegos, idas y venidas entre luces de neón, piscinas vacías, descampados, fuegos artificiales y edificios teñidos de amarillo y púrpura. También, en su resolución, un descenso a los infiernos que su director, cómplice de la desdicha de sus personajes, mitiga con un plano final precioso, un ejercicio escapista que reivindica la fantasía aun cuando apremia la realidad más desfavorable. "The Florida Project" consigue dibujarnos una amplia sonrisa sin obviar las aristas más tristes de su historia, con un dominio de la luz, los tonos pastel y la dirección de actores al alcance de pocos superdotados. Con momentos, además, que se quedan grabados en la memoria del espectador: destacamos el concurso de eructos, la discusión que termina con una compresa pegada en el cristal o el helado que los niños chupetean y comparten entre tres. En resumen, una película energética y elegíaca que, irremediablemente, se gana el afecto de todos, como esas personas que afrontan sus problemas con una sonrisa de boca a oreja, o como ese árbol caído que sigue creciendo y que, a la postre, se convierte en el símbolo de toda la película.
@CinoscaRarities http://cachecine.blogspot.com
@CinoscaRarities http://cachecine.blogspot.com
28 de febrero de 2018
35 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Crónica desoladoramente exacta de una infancia robada (el azar le dio una madre sin esperanza. Que seguramente también en sus años de infanta tuvo y sufrió lo suyo. La rueda que gira y se ceba muchas veces con los mismos, con los que comparten sangre y estirpe).
Retrato perfecto de una mujer derrotada, en apuros, sin recursos.
Una madre y una hija. En Florida. En verano. Sin nada que hacer. Ella no trabaja. Espera. Nada. La hija pequeña juega. Con las vecinas.
El tiempo pasa. Nada sucede. Todo ocurre.
Gota a gota. Mansa/morosamente el tiempo se derrite y expande.
Pequeños hechos inadvertidos se van sumando. Uno tras otro hacen un puñado.
Se palpa el desastre. Se tensa el ambiente.
Y al final se rompe el cántaro, se acaba el cuento, se piden cuentas. Siempre habrá alguien que pagará el pato.
Spoiler:
La madre pierde la única ayuda, a su amiga. La hija, a su compañero de juegos.
No importa mucho. Pero ahora están todavía más solas.
Ella, la madre, trapichea, vende perfumes de aquella manera. Hasta que también se acaba eso. Teme ir al talego.
Se prostituye. Era el final inevitable. El único medio (aquí no lo muestran de manera explícita. Otra decisión hermosa). El más fácil/difícil.
Le quitan a la niña. También era previsible.
Es un reguero de desgracias, en definitiva, en sordina. Un recorrido muy triste (y vitalista; y lleno de amor a pesar de todo. Claro que sí, suelen darse a veces los extremos) por un sonoro fracaso.
Lo importante es cómo se cuenta. De forma (casi) milagrosa. Por su completa ausencia de trampas, trucos o añagazas sentimentales/sensibleras, por no utilizar el énfasis o buscar la sensación morbosa más impactante. Por todo lo que acertadamente omite y evita, sin excluir lo esencial.
Lo cual demuestra que se puede mostrar lo más penoso o sórdido de forma elegante, elíptica, educada, sin caer en groserías innecesarias que nada aportan o sin tener que gritarlo todo con altavoces para tontos/sordos.
Retrato perfecto de una mujer derrotada, en apuros, sin recursos.
Una madre y una hija. En Florida. En verano. Sin nada que hacer. Ella no trabaja. Espera. Nada. La hija pequeña juega. Con las vecinas.
El tiempo pasa. Nada sucede. Todo ocurre.
Gota a gota. Mansa/morosamente el tiempo se derrite y expande.
Pequeños hechos inadvertidos se van sumando. Uno tras otro hacen un puñado.
Se palpa el desastre. Se tensa el ambiente.
Y al final se rompe el cántaro, se acaba el cuento, se piden cuentas. Siempre habrá alguien que pagará el pato.
Spoiler:
La madre pierde la única ayuda, a su amiga. La hija, a su compañero de juegos.
No importa mucho. Pero ahora están todavía más solas.
Ella, la madre, trapichea, vende perfumes de aquella manera. Hasta que también se acaba eso. Teme ir al talego.
Se prostituye. Era el final inevitable. El único medio (aquí no lo muestran de manera explícita. Otra decisión hermosa). El más fácil/difícil.
Le quitan a la niña. También era previsible.
Es un reguero de desgracias, en definitiva, en sordina. Un recorrido muy triste (y vitalista; y lleno de amor a pesar de todo. Claro que sí, suelen darse a veces los extremos) por un sonoro fracaso.
Lo importante es cómo se cuenta. De forma (casi) milagrosa. Por su completa ausencia de trampas, trucos o añagazas sentimentales/sensibleras, por no utilizar el énfasis o buscar la sensación morbosa más impactante. Por todo lo que acertadamente omite y evita, sin excluir lo esencial.
Lo cual demuestra que se puede mostrar lo más penoso o sórdido de forma elegante, elíptica, educada, sin caer en groserías innecesarias que nada aportan o sin tener que gritarlo todo con altavoces para tontos/sordos.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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8 de octubre de 2017
37 de 45 usuarios han encontrado esta crítica útil
Fue el turno de otra perla a las 12:00 en el mismo Victoria Eugenia: el drama independiente estadounidense The florida project, obra de Sean Baker que ya se pudo ver en Cannes, dónde fue una sensación crítica. En un verano caluroso en las inmediaciones del Walt Disney world Resort de Florida, viven en un motel de color púrpura y humildes instalaciones la niña Moonee y su madre soltera veinteañera Halley. Los infantes jugarán y se divertirán con ignorancia y explosividad en un divertido y vivo verano, mientras la precariedad laboral y la ruina económica asola a sus jóvenes madres, perturbando paulatinamente el bienestar de estas familias disfuncionales hasta límites incontrolables.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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10 de febrero de 2018
30 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Disney World, Florida. Resorts de lujo, grandes atracciones, espectáculos noche y día… un paraíso que nos transporta a un imaginario fantástico instaurado ante la más patente de las miserias. The Magic Castle, Futureland… moteles-cuchitril de los que huyen brasileños en busca de un lugar donde celebrar su luna de miel para cobijarse en el lujo, paredes pintadas de morado, una historia en cada habitación —al que siempre viene a buscar la policía, a la que está casada con Dios…—, y las mínimas circunstancias para poder salir adelante ya sea en condiciones, o no. Dos universos tan cercanos, pero al mismo tiempo tan lejanos que, paradójicamente, Sean Baker no confronta en ningún momento. Un hecho, huir de esa confrontación, que sin embargo el autor de Tangerine contrasta al situar a sus personajes cerca de un complejo turístico cuya presencia se sugiere en todo momento, exponiendo de ese modo un contexto muy distinto: de la fantasía fomentada por un lugar quimérico e inalcanzable hecho realidad, a la imaginación y el dejar fluir la propia esencia como si de un mecanismo de escape se tratase.
Es así como a partir de situaciones mínimas, inalterables para el devenir de sus protagonistas —dar la bienvenida a los ‹freshies› en el Futureland, importunar al gerente de cualquier modo… hacer y deshacer sin responsabilidad alguna, en definitiva—, Baker fomenta un microcosmos complementado por ese ambiente kitsch y colorista que les rodea. Las ruinas —ya no sólo esos moteles dominados por lo estridente de sus colores, también esos complejos abandonados que sirven como cobijo para drogadictos— que bordean Disney World, anidando cerca del lujo, mutan en torno a una óptica genuina e inocente: la de Moonee y sus compañeros de fatigas, que exploran cada rincón habido y por haber, y amoldan sus características a un parque de recreo donde ellos parecen tener el control absoluto, por más que en alguna ocasión se les escape de las manos. El cineasta reformula de este modo todos y cada uno de los espacios donde se mueven, y esas “ruinas” dejan de serlo para acontecer una suerte de extensión vívida de la perspectiva que sostienen los dos protagonistas, como si el drama que les rodea —el clima viciado en el que policías, peleas callejeras e incluso pederastas se dan cita— no importase lo más mínimo y, conscientes de ello o no, todo formase parte de un proceso liberador.
Sean Baker logra escindir de tal modo el entorno de la realidad, abordando a través de ese tono atenuante un carácter social que no condiciona a sus personajes en apariencia, por más que en el fondo sepamos que su circunstancia es otra. The Florida Project se aleja de la miseria que debería reflejar un marco como el que se nos presenta, minimizando su efecto hasta que sólo queda la desacomplejada e incontrolada mirada de Moonee, mitigando un conflicto que en realidad no existe. Y es que, como ya sucedía en sus anteriores trabajos —como en Starlet, donde sorteaba con acierto ese choque dramático que se podría haber producido en su conclusión—, el de Nueva Jersey vuelve a jerarquizar la importancia de lo liviano, impulsando así la búsqueda de una humanidad más cercana, en pos de un contexto que, sin dejar de ser una herramienta mediante la cual dar voz a esas situaciones desfavorables, nunca consigue ganar terreno a sus personajes, tan independientes como presos de una coyuntura ineludible al fin y al cabo.
Toda esa composición, dotada de unas capacidades escénicas tan coherentes como particulares y guiada por esa apreciación del sentido dramático que lo logra desposeer de todo su peso, se ve reforzada por un elenco que rebasa sus propios lindes para conectar a la perfección con el microcosmos descrito. Baker se confirma pues como un gran director de actores, algo no únicamente reflejado en interpretaciones como las de una Brooklynn Prince que, pese a su edad, se come la pantalla a bocados, o un Willem Dafoe que revela tanto una autoridad como una ternura encomiables, también en una química que logra imbuir a cada nueva secuencia un extraño magnetismo; como si el buen ambiente que se deduce del rodaje —la complicidad entre Dafoe y Bria Vinaite parece delatarlo— fuese capaz de contagiarse al propio espectador. The Florida Project es, en ese aspecto, un film que delata pasión y mimo, una complicidad que es difícil ver en pantalla y que Sean Baker ha transformado en un milagro, en un escenario rebosante de autenticidad donde tan fácil es reír como llorar, o incluso palpitar con una maravillosa conclusión que deviene consecuente extensión de su imperecedero universo.
Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
Es así como a partir de situaciones mínimas, inalterables para el devenir de sus protagonistas —dar la bienvenida a los ‹freshies› en el Futureland, importunar al gerente de cualquier modo… hacer y deshacer sin responsabilidad alguna, en definitiva—, Baker fomenta un microcosmos complementado por ese ambiente kitsch y colorista que les rodea. Las ruinas —ya no sólo esos moteles dominados por lo estridente de sus colores, también esos complejos abandonados que sirven como cobijo para drogadictos— que bordean Disney World, anidando cerca del lujo, mutan en torno a una óptica genuina e inocente: la de Moonee y sus compañeros de fatigas, que exploran cada rincón habido y por haber, y amoldan sus características a un parque de recreo donde ellos parecen tener el control absoluto, por más que en alguna ocasión se les escape de las manos. El cineasta reformula de este modo todos y cada uno de los espacios donde se mueven, y esas “ruinas” dejan de serlo para acontecer una suerte de extensión vívida de la perspectiva que sostienen los dos protagonistas, como si el drama que les rodea —el clima viciado en el que policías, peleas callejeras e incluso pederastas se dan cita— no importase lo más mínimo y, conscientes de ello o no, todo formase parte de un proceso liberador.
Sean Baker logra escindir de tal modo el entorno de la realidad, abordando a través de ese tono atenuante un carácter social que no condiciona a sus personajes en apariencia, por más que en el fondo sepamos que su circunstancia es otra. The Florida Project se aleja de la miseria que debería reflejar un marco como el que se nos presenta, minimizando su efecto hasta que sólo queda la desacomplejada e incontrolada mirada de Moonee, mitigando un conflicto que en realidad no existe. Y es que, como ya sucedía en sus anteriores trabajos —como en Starlet, donde sorteaba con acierto ese choque dramático que se podría haber producido en su conclusión—, el de Nueva Jersey vuelve a jerarquizar la importancia de lo liviano, impulsando así la búsqueda de una humanidad más cercana, en pos de un contexto que, sin dejar de ser una herramienta mediante la cual dar voz a esas situaciones desfavorables, nunca consigue ganar terreno a sus personajes, tan independientes como presos de una coyuntura ineludible al fin y al cabo.
Toda esa composición, dotada de unas capacidades escénicas tan coherentes como particulares y guiada por esa apreciación del sentido dramático que lo logra desposeer de todo su peso, se ve reforzada por un elenco que rebasa sus propios lindes para conectar a la perfección con el microcosmos descrito. Baker se confirma pues como un gran director de actores, algo no únicamente reflejado en interpretaciones como las de una Brooklynn Prince que, pese a su edad, se come la pantalla a bocados, o un Willem Dafoe que revela tanto una autoridad como una ternura encomiables, también en una química que logra imbuir a cada nueva secuencia un extraño magnetismo; como si el buen ambiente que se deduce del rodaje —la complicidad entre Dafoe y Bria Vinaite parece delatarlo— fuese capaz de contagiarse al propio espectador. The Florida Project es, en ese aspecto, un film que delata pasión y mimo, una complicidad que es difícil ver en pantalla y que Sean Baker ha transformado en un milagro, en un escenario rebosante de autenticidad donde tan fácil es reír como llorar, o incluso palpitar con una maravillosa conclusión que deviene consecuente extensión de su imperecedero universo.
Crítica para www.cinemaldito.com
@CineMaldito
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