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Críticas ordenadas por utilidad
30 de septiembre de 2011
695 de 827 usuarios han encontrado esta crítica útil
No sé si serán sus perfectos encuadres, sus planos aéreos de esa ciudad que resplandece en la penumbra de la noche, su hipnótica banda sonora, las explosiones de violencia arrancadas desde la pausa y la sensibilidad o sus encadenados que unen la obra como si fuera carburante a punto de quemarse en pantalla… pero Nicolas Winding Refn ha construido un vehículo cuya única calificación debe ser de cinta de culto a través de esa carretera llamada tiempo.
Debajo de la rueda y apasionando el asfalto yacen sus referencias. De “Vivir y morir en Los Angeles” a “Driver”, de “Impacto” a “Bullitt”… del cine negro a su perfecta estética de estilo que derrapa entre la Serie B y el cine indie. El propio director mira el retrovisor y habla de un homenaje a Alejandro Jodorowsky e inspiración en “Scorpio Rising” de Kenneth Anger. Es cierto, “Drive” habla sobre un escorpión, que por naturaleza es solitario, en el cuerpo de un personaje sin nombre que podría haber parido el cine de Leone. Pero también nos habla de mortíferos aguijones frente a balas y armas de fuego, nos quema con manos peligrosas y dinero sucio, nos conduce a la naturaleza de las cosas, de esperar el momento, de cómo construir la secuencia desde la hipnosis para cazarnos, para pisar el acelerador, dar un volantazo y asestarnos un golpe letal como espectador y presa.
Nicolas Winding Refn se sitúa en terrenos explorados por pocos, en el camino que atraviesa inalcanzables carreteras secundarias, pasto del desierto y territorio vedado y prohibido, como las de Lynch y Tarantino.
No hay lugar equivocado para el escorpión sino para el que se enfrenta a su aguijón aunque tiene una debilidad compartida con la mayoría de las bestias… la necesidad del amor. Y en “Drive” el amor se equipara a esa sensación del espectador de encontrarse en una carretera cubierta de niebla junto a un profundo acantilado. No pares. Pisa el acelerador y déjate llevar.
Debajo de la rueda y apasionando el asfalto yacen sus referencias. De “Vivir y morir en Los Angeles” a “Driver”, de “Impacto” a “Bullitt”… del cine negro a su perfecta estética de estilo que derrapa entre la Serie B y el cine indie. El propio director mira el retrovisor y habla de un homenaje a Alejandro Jodorowsky e inspiración en “Scorpio Rising” de Kenneth Anger. Es cierto, “Drive” habla sobre un escorpión, que por naturaleza es solitario, en el cuerpo de un personaje sin nombre que podría haber parido el cine de Leone. Pero también nos habla de mortíferos aguijones frente a balas y armas de fuego, nos quema con manos peligrosas y dinero sucio, nos conduce a la naturaleza de las cosas, de esperar el momento, de cómo construir la secuencia desde la hipnosis para cazarnos, para pisar el acelerador, dar un volantazo y asestarnos un golpe letal como espectador y presa.
Nicolas Winding Refn se sitúa en terrenos explorados por pocos, en el camino que atraviesa inalcanzables carreteras secundarias, pasto del desierto y territorio vedado y prohibido, como las de Lynch y Tarantino.
No hay lugar equivocado para el escorpión sino para el que se enfrenta a su aguijón aunque tiene una debilidad compartida con la mayoría de las bestias… la necesidad del amor. Y en “Drive” el amor se equipara a esa sensación del espectador de encontrarse en una carretera cubierta de niebla junto a un profundo acantilado. No pares. Pisa el acelerador y déjate llevar.
30 de abril de 2007
625 de 837 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobre el 23:
• 23 está formado por la sucesión de los dos primeros primos.
• Sherlock Holmes y el Doctor Watson vivieron en el 221B de Baker Street durante un período de 23 años
• Es uno de ‘los números’ de la serie “Perdidos”.
• Los padres contribuyen cada uno con 23 cromosomas al ADN de sus hijos.
• Existen 23 discos en la columna vertebral humana.
• A la sangre le lleva 23 segundos circular alrededor del cuerpo.
• En los seres humanos es el cromosoma 23 el que determina el género.
• Julio César fue apuñalado 23 veces en su asesinato.
• Existen 23 letras en el alfabeto latino.
• William Shakespeare nació el 23 de abril de 1564 y murió el 23 de abril de 1616.
• El Titanic se hundió en la mañana del 15 de abril de 1912 (4 + 1 + 5 + 1 + 9 + 1 + 2 = 23).
• Los Mayas creían que el mundo se acabaría el 23 de diciembre de 2012 (20 + 1 + 2 = 23).
• Tengo fusiladas más de 23 críticas (que alguien haga algo para ahora mismo para cuadrar el número).
• Michael Jordan, LeBron James y David Beckham llevan el número 23.
• 11 de Septiembre de 2001 = 11 + 9 + 2 + 0 + 0 + 1 = 23.
• Marujita Díaz afirma tener 23 años.
=====
Sobre el primo de Joel Schumacher y su última atrocidad cinematográfica:
• 23 veces pensé en que esto iba a ser un inteligente thriller.
• Y otras 23 veces imaginé durante la proyección nuevos métodos de tortura para castigar a sus responsables.
• 23 x 23 = los diálogos bochornosos que provocan vergüenza ajena.
• 23 x 23 x 23 = las situaciones en las que el espectador reza y suplica que no le tomen otra vez más el pelo con semejante patraña.
• 23 + 23 = las palizas que más de uno hubiese endosado a Schumacher si el cine le hubiese costado 23 €.
• 2,3 = mi nota de la película.
• Debería ser nominada a 23 Razzies.
• La mejor frase de la película: “No existe el destino, sólo existen diferentes elecciones”. Y una de ellas debe ser olvidar esta miserable película en 23 segundos.
• 23 está formado por la sucesión de los dos primeros primos.
• Sherlock Holmes y el Doctor Watson vivieron en el 221B de Baker Street durante un período de 23 años
• Es uno de ‘los números’ de la serie “Perdidos”.
• Los padres contribuyen cada uno con 23 cromosomas al ADN de sus hijos.
• Existen 23 discos en la columna vertebral humana.
• A la sangre le lleva 23 segundos circular alrededor del cuerpo.
• En los seres humanos es el cromosoma 23 el que determina el género.
• Julio César fue apuñalado 23 veces en su asesinato.
• Existen 23 letras en el alfabeto latino.
• William Shakespeare nació el 23 de abril de 1564 y murió el 23 de abril de 1616.
• El Titanic se hundió en la mañana del 15 de abril de 1912 (4 + 1 + 5 + 1 + 9 + 1 + 2 = 23).
• Los Mayas creían que el mundo se acabaría el 23 de diciembre de 2012 (20 + 1 + 2 = 23).
• Tengo fusiladas más de 23 críticas (que alguien haga algo para ahora mismo para cuadrar el número).
• Michael Jordan, LeBron James y David Beckham llevan el número 23.
• 11 de Septiembre de 2001 = 11 + 9 + 2 + 0 + 0 + 1 = 23.
• Marujita Díaz afirma tener 23 años.
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Sobre el primo de Joel Schumacher y su última atrocidad cinematográfica:
• 23 veces pensé en que esto iba a ser un inteligente thriller.
• Y otras 23 veces imaginé durante la proyección nuevos métodos de tortura para castigar a sus responsables.
• 23 x 23 = los diálogos bochornosos que provocan vergüenza ajena.
• 23 x 23 x 23 = las situaciones en las que el espectador reza y suplica que no le tomen otra vez más el pelo con semejante patraña.
• 23 + 23 = las palizas que más de uno hubiese endosado a Schumacher si el cine le hubiese costado 23 €.
• 2,3 = mi nota de la película.
• Debería ser nominada a 23 Razzies.
• La mejor frase de la película: “No existe el destino, sólo existen diferentes elecciones”. Y una de ellas debe ser olvidar esta miserable película en 23 segundos.
17 de septiembre de 2009
609 de 805 usuarios han encontrado esta crítica útil
1. El triunfo de la voluntad
Más un cineasta maldito que bastardo, Quentin Tarantino tiene innumerables padres cinematográficos que tejen, sobre diferentes tonos y géneros, un compendio fílmico cuya individualidad supera el conjunto que ofrece el mosaico de referencias. No se trata de una conexión directa con el género o el filme que origina el título de la cinta, “Aquel maldito tren blindado”, sino que el talento y estilo propio del cineasta se impone creando una nueva visión dimensionada del autor. Es así un filme puramente tarantiniano cuyos orígenes quedan borrados y ametrallados por la cinefilia y genialidad.
La secuencia que abre la película es simplemente monumental: aparece el título «Capítulo 1: Érase una vez… En una Francia ocupada por los nazis». Se abre como un western con tono clásico a lo Ford o Eastwood con la banda sonora de “El álamo” en los créditos, pero alude también al spaghetti western con vistas a Leone y a su fiereza. La planificación es maravillosa y se sostiene con referencias propias: diálogos continuos rellenado una larga secuencia hasta que la violencia encumbra el clímax.
Esa lucha constante entre el cine clásico y la serie B hace erigir el triunfo de aunar la elegancia, precisión y monumentalidad clásica con la originalidad, provocación y radicalidad del cine alternativo. Tarantino es el único cineasta que ha alcanzado el equilibrio perfecto entre ambas corrientes creando un estilo propio.
2. Teléfono negro, hoy volamos hacía Paris
“Malditos bastardos” presenta a uno de los villanos más maquiavélicos de la historia del cine, el coronel Hans Landa, que construye en la apertura el leitmotiv de toda la cinta: un simple disparo puede cambiar toda una guerra como si de un efecto mariposa se tratase. No sólo es una representación conocida del concepto del azar sino del conocimiento personal y las vivencias. Es importantísimo el juego de idiomas en el guión y el pasado que arrastran los personajes como los actos que desencadenan.
La recreación de la Segunda Guerra Mundial no es un retrato de las trincheras, ni del campo de batalla sino de pura negociación (las situaciones en todas las secuencias se resuelven siempre así). También de imposición del cine sobre la cultura universal y los designios de la civilización. Hay cierto grado de anacronismo lírico fundido con la brutalidad de la violencia. De cine extremo entre cigarros fundidos en humo y llamas. Es puro celuloide incandescente con infinitas lecturas metacinematográficas, como si todo fuese una metralla de fotogramas quemados por la celeridad antes del impacto.
“Malditos bastardos” es un monumento cinematográfico a la historia del cine. Un acto de amor brutal, combativo y suicida donde la ficción reescribirá el cine salvándolo. Tarantino, de hecho, ha vuelto a rehacer la historia del cine salvando a toda la humanidad. A todos nosotros.
Más un cineasta maldito que bastardo, Quentin Tarantino tiene innumerables padres cinematográficos que tejen, sobre diferentes tonos y géneros, un compendio fílmico cuya individualidad supera el conjunto que ofrece el mosaico de referencias. No se trata de una conexión directa con el género o el filme que origina el título de la cinta, “Aquel maldito tren blindado”, sino que el talento y estilo propio del cineasta se impone creando una nueva visión dimensionada del autor. Es así un filme puramente tarantiniano cuyos orígenes quedan borrados y ametrallados por la cinefilia y genialidad.
La secuencia que abre la película es simplemente monumental: aparece el título «Capítulo 1: Érase una vez… En una Francia ocupada por los nazis». Se abre como un western con tono clásico a lo Ford o Eastwood con la banda sonora de “El álamo” en los créditos, pero alude también al spaghetti western con vistas a Leone y a su fiereza. La planificación es maravillosa y se sostiene con referencias propias: diálogos continuos rellenado una larga secuencia hasta que la violencia encumbra el clímax.
Esa lucha constante entre el cine clásico y la serie B hace erigir el triunfo de aunar la elegancia, precisión y monumentalidad clásica con la originalidad, provocación y radicalidad del cine alternativo. Tarantino es el único cineasta que ha alcanzado el equilibrio perfecto entre ambas corrientes creando un estilo propio.
2. Teléfono negro, hoy volamos hacía Paris
“Malditos bastardos” presenta a uno de los villanos más maquiavélicos de la historia del cine, el coronel Hans Landa, que construye en la apertura el leitmotiv de toda la cinta: un simple disparo puede cambiar toda una guerra como si de un efecto mariposa se tratase. No sólo es una representación conocida del concepto del azar sino del conocimiento personal y las vivencias. Es importantísimo el juego de idiomas en el guión y el pasado que arrastran los personajes como los actos que desencadenan.
La recreación de la Segunda Guerra Mundial no es un retrato de las trincheras, ni del campo de batalla sino de pura negociación (las situaciones en todas las secuencias se resuelven siempre así). También de imposición del cine sobre la cultura universal y los designios de la civilización. Hay cierto grado de anacronismo lírico fundido con la brutalidad de la violencia. De cine extremo entre cigarros fundidos en humo y llamas. Es puro celuloide incandescente con infinitas lecturas metacinematográficas, como si todo fuese una metralla de fotogramas quemados por la celeridad antes del impacto.
“Malditos bastardos” es un monumento cinematográfico a la historia del cine. Un acto de amor brutal, combativo y suicida donde la ficción reescribirá el cine salvándolo. Tarantino, de hecho, ha vuelto a rehacer la historia del cine salvando a toda la humanidad. A todos nosotros.
18 de diciembre de 2010
529 de 706 usuarios han encontrado esta crítica útil
1.- BALLATA TRISTE DI UNA TROMBA
Fallida, inacabada, insustancial, alargada innecesariamente, tan valiente como tirarse a pozo sin fondo, desaprovechada hasta el vértigo, dividida y diversificada como lo que pretendía plantear. No hay vómito de cine, sólo simple y desagradable sabor a bilis. Grotesca. Y, realmente, me duele escribir esto porque era uno de tantos que veía en “Balada triste de trompeta” el definitivo tour de force de Álex de la Iglesia, el resurgir de un cineasta que merecía más y la venganza por el maltrato injustificado de “Muertos de risa”. Hay muchos enlaces comunes con esa obra maldita e indignamente olvidada pero están ensuciados por la arena de una pista de circo que el director de “El día de la bestia” nunca debía pisar solo. Hablo de Jorge Guerricaechevarría y lo mucho que se le recuerda cuando finaliza el grito desconsolado del público envuelto en llanto y lágrimas.
Hay directores que no necesitan guión ni historia. La imaginería y el despliegue de un paritorio de imágenes sobrepasan cualquier límite que les imponga un texto predefinido. El problema de Álex de la Iglesia es que nos quiere contar una historia pero finalmente no sabe cómo hacerlo. Sus imágenes, planos y secuencias quedan, por lo tanto, vacios por disfuncionalidad, huecos por ordinariez narrativa y prendados de un hilo mínimo hacía la empatía de un espectador que tiene que buscar pequeños brotes en un gran huerto seco sin vida.
Sin recuerdos tan sólo queda el olvido. “Balada triste de trompeta” es una película de historia sin historia.
Me parece muy bien que Álex quiera dar trabajo a su novia pero Carolina Bang no es Giulietta Masina ni Ingrid Bergman, es Yola Berrocal oxigenada con el mismo portento interpretativo que Paris Hilton. En manos de ellas su personaje queda inútilmente descrito y tira por la borda esfuerzos que no conducen a nada. El viaje que inicia desde Fellini hasta Hitchcock pasando por la barbarie y el esperpento queda en la cabeza del director como lo que nunca fue plasmado por disfuncionalidades en la postproducción, cortes en secuencias que no se entienden y personajes desdibujados con acciones incomprensibles.
Álex de la Iglesia es autor pero no nos encontramos ante una película personal ni insólita sino desmenuzada y quebrada en el letargo de lo insípido. ¡Más carne, esto es la guerra!, parece decirnos un director que pretende aglutinar toda la España mediática y política desde la Guerra Civil en los himnos a la televisión por medio de Raphael y que finalmente me deja igual que la canción cuando acaba la película:
«Balada triste de trompeta
por un pasado que murió
y que llora
y que gime
como yo»
«Esta crítica continua con spoilers, desnudos y vísceras en el Spoiler»
Fallida, inacabada, insustancial, alargada innecesariamente, tan valiente como tirarse a pozo sin fondo, desaprovechada hasta el vértigo, dividida y diversificada como lo que pretendía plantear. No hay vómito de cine, sólo simple y desagradable sabor a bilis. Grotesca. Y, realmente, me duele escribir esto porque era uno de tantos que veía en “Balada triste de trompeta” el definitivo tour de force de Álex de la Iglesia, el resurgir de un cineasta que merecía más y la venganza por el maltrato injustificado de “Muertos de risa”. Hay muchos enlaces comunes con esa obra maldita e indignamente olvidada pero están ensuciados por la arena de una pista de circo que el director de “El día de la bestia” nunca debía pisar solo. Hablo de Jorge Guerricaechevarría y lo mucho que se le recuerda cuando finaliza el grito desconsolado del público envuelto en llanto y lágrimas.
Hay directores que no necesitan guión ni historia. La imaginería y el despliegue de un paritorio de imágenes sobrepasan cualquier límite que les imponga un texto predefinido. El problema de Álex de la Iglesia es que nos quiere contar una historia pero finalmente no sabe cómo hacerlo. Sus imágenes, planos y secuencias quedan, por lo tanto, vacios por disfuncionalidad, huecos por ordinariez narrativa y prendados de un hilo mínimo hacía la empatía de un espectador que tiene que buscar pequeños brotes en un gran huerto seco sin vida.
Sin recuerdos tan sólo queda el olvido. “Balada triste de trompeta” es una película de historia sin historia.
Me parece muy bien que Álex quiera dar trabajo a su novia pero Carolina Bang no es Giulietta Masina ni Ingrid Bergman, es Yola Berrocal oxigenada con el mismo portento interpretativo que Paris Hilton. En manos de ellas su personaje queda inútilmente descrito y tira por la borda esfuerzos que no conducen a nada. El viaje que inicia desde Fellini hasta Hitchcock pasando por la barbarie y el esperpento queda en la cabeza del director como lo que nunca fue plasmado por disfuncionalidades en la postproducción, cortes en secuencias que no se entienden y personajes desdibujados con acciones incomprensibles.
Álex de la Iglesia es autor pero no nos encontramos ante una película personal ni insólita sino desmenuzada y quebrada en el letargo de lo insípido. ¡Más carne, esto es la guerra!, parece decirnos un director que pretende aglutinar toda la España mediática y política desde la Guerra Civil en los himnos a la televisión por medio de Raphael y que finalmente me deja igual que la canción cuando acaba la película:
«Balada triste de trompeta
por un pasado que murió
y que llora
y que gime
como yo»
«Esta crítica continua con spoilers, desnudos y vísceras en el Spoiler»
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
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18 de diciembre de 2013
573 de 795 usuarios han encontrado esta crítica útil
Después de ser amenazado de muerte e insultado por mensaje privado por el mismo usuario que ha finalizado su crítica con la palabra PAZ, me veo obligado a ejercer mi derecho de contrarréplica con el único medio disponible a mi alcance. No me preocupan en absoluto las lamentables acciones o manipulación sesgada de mi crítica originaria por parte de un claro sociópata que convierte en monjas de clausura a Edwin Epps y Amon Goeth. Sí me incomoda que se pueda malinterpretar mi opinión por culpa de seres inhumanos que utilizan a personajes de la literatura infantil para cometer sus atroces delitos y aquí aparece el objeto de este texto y crítica: defenderme de los latigazos de ese racista torturador.
Tengo que dejar claro que ni soy familia de Mel Gibson ni pertenezco a ninguna organización que luce capucha blanca y se dedica a quemar cruces por las noches, simplemente ofrezco mi libre opinión que evidentemente otros no compartirán (ni respetarán). No estoy en absoluto de acuerdo con la adaptación de John Ridley de la biografía de Solomon Northup e indudablemente disiento de la visión Steve McQueen. Se trata de un posicionamiento manipulado. Ojo, no histórico sino emocional. Entiendo que muchos de aquellos que hemos leído las memorias y pesares de Northup en su lengua original (su libro por fin se ha editado en nuestro país en español después de 160 años…) no sentiremos decepcionados no tanto por los desvíos argumentales de la masa literaria primigenia sino por la perspectiva que ofrecía un hombre libre versado víctima de uno de los cientos de secuestros que se produjeron en la época para satisfacer al mercado esclavista. Northup ofrecía desde su primera persona y un relato costumbrista la posibilidad de que otros contemplasen las condiciones de vida de los esclavos de Luisiana y su relación con sus amos. Las declaraciones previas de McQueen «No existía ninguna película realista sobre la esclavitud» confirman que su ‘realismo’ es claro ejemplo de ‘efectismo’. Y si nos ponemos efectistas prefiero los márgenes en los se mueven “Django desencadenado” o la reciente “American Horror Story: Coven”. No puedo entender, por lo tanto, que la misma crítica y público que vilipendió “Lo imposible” aplauda aquí los mismos recursos sensacionalistas y morbosos de una tragedia. Si Juan Antonio Bayona realizaba una crónica híper-estilizada y manipulada (ojo sociópatas, emocionalmente) para impactar y hacer llorar a toda costa al espectador, McQueen hace lo propio relegando el relato de supervivencia de un hombre libre esclavizado a una lluvia de látigos, gritos, sangre, sudor y lágrimas. ¿Y el cine, la psicología y la crónica costumbrista de Northup dónde quedan aquí?
No obstante, hay buen cine en “12 años de esclavitud” porque McQueen ha demostrado sus virtudes en “Hunger” y “Shame” y cuando la cinta declina de ser una revisión blaxploitation de “La pasión de Cristo” emerge una gran película. Una gran película que lamentablemente da la impresión de estar encerrada entre el academicismo para auparse y ganar todos los premios posibles (es favorita para ganar tantos en los Globos de Oro y Oscars) y los 100 latigazos de marras cada cinco minutos. Será sobrevalorada aunque abrirá las puertas a que muchos lean la biografía en la que se basa. Se mantiene, eso sí, esa perspectiva de Northup de comparar su vida como hombre libre a su martirio como esclavo pero el autor no necesitaba apenas mencionar la palabra ‘látigo’ para que su sonido ensordeciera la conciencia del espectador. Nunca me han convencido las dramatizaciones del Holocausto y prefiero documentales como “Shoah” o “Noche y niebla” precisamente porque considero que utilizar actores —por muy real que sea la historia— deja constancia de la manipulación emocional implícita en la misma. En “12 años de esclavitud” el carrusel de celebrities (Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch, Michael K. Williams, Tom Walker de Homeland, Slim Charles de The Wire, Bryan Batt y, como colofón, Brad Pitt —productor y salvador—), me apartan más si cabe de las intenciones. Su posicionamiento, por lo tanto, me parece muy manipulado emocionalmente: gente muy buena que sufre, gente muy mala que tortura. “12 años de esclavitud” debería ser más psicológica que física, ser “El diario de Ana Frank” sobre el holocausto que vivieron los afroamericanos y el espectador aquí únicamente recordará el impacto del látigo por encima del drama y terror interior. Por encima de la historia que escribió Solomon Northup.
Y, ahora, pueden ya sacar su látigo de esclavistas sociópatas y dar al NO.
Tengo que dejar claro que ni soy familia de Mel Gibson ni pertenezco a ninguna organización que luce capucha blanca y se dedica a quemar cruces por las noches, simplemente ofrezco mi libre opinión que evidentemente otros no compartirán (ni respetarán). No estoy en absoluto de acuerdo con la adaptación de John Ridley de la biografía de Solomon Northup e indudablemente disiento de la visión Steve McQueen. Se trata de un posicionamiento manipulado. Ojo, no histórico sino emocional. Entiendo que muchos de aquellos que hemos leído las memorias y pesares de Northup en su lengua original (su libro por fin se ha editado en nuestro país en español después de 160 años…) no sentiremos decepcionados no tanto por los desvíos argumentales de la masa literaria primigenia sino por la perspectiva que ofrecía un hombre libre versado víctima de uno de los cientos de secuestros que se produjeron en la época para satisfacer al mercado esclavista. Northup ofrecía desde su primera persona y un relato costumbrista la posibilidad de que otros contemplasen las condiciones de vida de los esclavos de Luisiana y su relación con sus amos. Las declaraciones previas de McQueen «No existía ninguna película realista sobre la esclavitud» confirman que su ‘realismo’ es claro ejemplo de ‘efectismo’. Y si nos ponemos efectistas prefiero los márgenes en los se mueven “Django desencadenado” o la reciente “American Horror Story: Coven”. No puedo entender, por lo tanto, que la misma crítica y público que vilipendió “Lo imposible” aplauda aquí los mismos recursos sensacionalistas y morbosos de una tragedia. Si Juan Antonio Bayona realizaba una crónica híper-estilizada y manipulada (ojo sociópatas, emocionalmente) para impactar y hacer llorar a toda costa al espectador, McQueen hace lo propio relegando el relato de supervivencia de un hombre libre esclavizado a una lluvia de látigos, gritos, sangre, sudor y lágrimas. ¿Y el cine, la psicología y la crónica costumbrista de Northup dónde quedan aquí?
No obstante, hay buen cine en “12 años de esclavitud” porque McQueen ha demostrado sus virtudes en “Hunger” y “Shame” y cuando la cinta declina de ser una revisión blaxploitation de “La pasión de Cristo” emerge una gran película. Una gran película que lamentablemente da la impresión de estar encerrada entre el academicismo para auparse y ganar todos los premios posibles (es favorita para ganar tantos en los Globos de Oro y Oscars) y los 100 latigazos de marras cada cinco minutos. Será sobrevalorada aunque abrirá las puertas a que muchos lean la biografía en la que se basa. Se mantiene, eso sí, esa perspectiva de Northup de comparar su vida como hombre libre a su martirio como esclavo pero el autor no necesitaba apenas mencionar la palabra ‘látigo’ para que su sonido ensordeciera la conciencia del espectador. Nunca me han convencido las dramatizaciones del Holocausto y prefiero documentales como “Shoah” o “Noche y niebla” precisamente porque considero que utilizar actores —por muy real que sea la historia— deja constancia de la manipulación emocional implícita en la misma. En “12 años de esclavitud” el carrusel de celebrities (Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch, Michael K. Williams, Tom Walker de Homeland, Slim Charles de The Wire, Bryan Batt y, como colofón, Brad Pitt —productor y salvador—), me apartan más si cabe de las intenciones. Su posicionamiento, por lo tanto, me parece muy manipulado emocionalmente: gente muy buena que sufre, gente muy mala que tortura. “12 años de esclavitud” debería ser más psicológica que física, ser “El diario de Ana Frank” sobre el holocausto que vivieron los afroamericanos y el espectador aquí únicamente recordará el impacto del látigo por encima del drama y terror interior. Por encima de la historia que escribió Solomon Northup.
Y, ahora, pueden ya sacar su látigo de esclavistas sociópatas y dar al NO.
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