Sin querer, Los fantasmas de Goya acaba siendo un folletín puro y duro. Eso hace que no me pueda quedar con su historia, pero sí me quedo con otros muchos aspectos. Sobre todo, merece la pena el intento de Forman de mirar aquella época con los ojos de Goya, con los ojos de quien ve derrumbarse su país desde la más profunda soledad de su sordera y de quien ve el mundo como un gran grotesco lleno de represión y desolación, un mundo dominado por la más oscura iglesia. Esa mirada goyesca es la que otorga a este film su mayor atractivo.
En su contra está su condición final de folletín, además del hecho de profundizar poco en la persona de Goya, a pesar de que Stellan Skarsgaard tiene suficientes cualidades para encarnarlo con solvencia. El pintor actúa durante gran parte de la película como mero espectador, como testigo de todo lo que ocurre, y al final da la impresión de que se ha desaprovechado la ocasión de explorar su atormentada existencia.
Por lo demás, Los fantasmas de Goya no es una mala película, pero si se hubiera pulido un poco más, sería una gran película. Irregular sería un buen adjetivo para calificarla. Nos traslada de forma inmejorable a su época, pero su planteamiento argumental frustra en buena medida nuestras expectativas. Por otra parte, además de Skarsgaard, buenas interpretaciones de Bardem y Portman. Pero es inevitable esperar más del director de películas como Amadeus o Alguien voló sobre el nido del cuco.