Drama épico bastante consistente en todas sus vertientes, al que es posible que le sobre metraje, pero que tiene credibilidad, honestidad y dignidad suficientes, como para inclinar la balanza a su favor, sin complejos, ante otras superproducciones de mayor presupuesto, lanzadas a bombo y platillo.

Su solidez está basada en unas interpretaciones cargadas de realismo, sin esperpentos ni aderezos innecesarios, que acompañan a una puesta en escena adecuada y a una exposición del guión, que intenta escapar de una sobrecarga emotiva fácil, a riesgo de caer en una frialdad excesiva, incluso en el recreo de las secuencias más aptas para ello.

Es larga e historias como esta las he visto y leído muchas veces. Sin embargo no me ha defraudado y en ningún momento he sentido estar perdiendo el tiempo. Creo que eso no es un mal síntoma.

Watanabe se ha convertido ya, por derecho propio, en el mejor creador de series de anime desde que nos regaló la inigualable "Cowboy Bebop", serie absolutamente genial y que estoy seguro nunca volveré a ver nada que se acerque a su nivel. En "Samurai Champloo", su segunda serie, vuelve a presentarnos unos personajes magníficamente caracterizados, con una personalidad perfectamente definida, una animación exquisita y con unas bases rítmicas en el aspecto musical, muy actuales y extrañamente acordes con la época "Edo" en la que se ambienta la historia.

Aunque, como ya comenté antes, nunca será posible acercarse al grado de genialidad conseguido en su primogénita, Watanabe construye una nueva joya, cuyo eje principal, al que hará referencia en varias ocasiones la entrañable y preciosa "Fuu", se encuentra en el propio camino que recorre junto a sus dos compañeros de viaje, el místico "Jin" y el caótico "Mugen", camino que servirá para que estos tres seres encuentren finalmente la anhelada tranquilidad de espíritu, fruto del creciente cariño que ha ido medrando entre ellos, casi sin darse cuenta.

Absolutamente recomendable para quienes sepan degustar anime de máxima calidad, porque es diferente, moderno, entrañable, violento, poético, humano, hermoso, y por encima de todo, genuino.

Vi primero su remake y me gustó mucho Pacino, pero ahora me doy cuenta de que tan solo era un doble del auténtico. Vittorio Gassman lo borda, fluye por sí mismo con una naturalidad innata, de la que Risi se aprovecha y utiliza sabiamente como base, para confeccionar una magnífica comedia-drama a la italiana, llena de humor, tristeza y plagada de todo tipo de personajes impagables.
La ambientación es perfecta, Italia no es América y sus tugurios y gentes portan una especial carga primitiva, imposible de adquirir en unos pocos siglos de historia (comparar Nápoles con Las Vegas es algo así como comparar a Gardel con Bisbal o a Billie Holiday con Marta Sánchez).

Me ha resultado muy cercana, como si hubiese visto un vídeo familiar del que, obviamente, conozco a todos los que aparecen. Cine entrañable, humano y de una tan difícil sencillez que te deja rendido a sus pies.

Pues sí, parece un telefilm con profundo tufillo disney, bastante inocentón y destinado más bien a público infantil, pero lo cierto es que no me ha disgustado en absoluto. Su total y absoluta carencia de pretensiones ha calado en mí, además, los personajes son estupendamente cercanos en todo momento.
Ciertamente cada día valoro más las historias sencillas y modestas, apartadas de egos ambiciosos, conocedoras de sí mismas y de sus limitaciones y precisamente por ello, portadoras de un calor interior cada vez más infrecuente en la despiadada y mercantilista industria cinematográfica actual.
En esta película no hay nada espectacular, ni nada que quiera llamar excesivamente la atención. Tan solo un pequeño pueblo australiano, una familia, un chaval encantador, una chavala con dos colegas imaginarios en torno a los que gira la historia y una pequeña y acertada reflexión sobre lo que realmente es la vida.
En el fondo, bastante más valiosa de lo que parece.

Es como un mapa vacío. Efectivamente, a ciegas. Sin saber a donde va, dando tumbos de secuencia en secuencia, sin guión, sin saber qué contar, a donde llegar, qué decir...

Y es una lástima pues intenta tratar lo que nadie quiere afrontar y quienes lo intentan suelen estar totalmente enclichetados, aunque se disfracen detrás de una visión supuestamente objetiva. Calparsoro quiere, pero, ni sabe, ni como consecuencia, puede. El único punto de destino que alcanza es el de la nada y además una nada en absoluto consciente.


Nada aporta. Nada perderás obviándola.