Cínica, inmoral, graciosa y musicalmente de lo más entretenida, «Chicago» es una película que te produce sensaciones encontradas y que debemos reconciliar para que podamos disfrutarla.

Que una historia donde se justifica con toda alevosía e impunidad el crimen y se pervierta de este modo el concepto de Justicia pueda ser divertida, tiene mérito. Es cierto que todo es una sátira, humor negro que sirve como crítica a una sociedad adormecida, borrega y perversa, pero igualmente hay algo mezquino en un espectáculo donde no es difícil interpretar cierta condescendencia hacia esas mujeres asesinas, víctimas de la brutalidad masculina, según nos cantan. Ese mensaje flota por toda la película sin que se evapore nunca, lo que tiene delito.

Independientemente de esta parte ideológica, «Chicago» funciona como un buen musical. Todos los números tienen sentido, forma y originalidad dentro de la trama, desarrollando pensamientos y emociones de cada personaje y logrando así una fusión perfecta de vida y música. Los actores cantan y bailan, y yo no puedo más que arrodillarme ante Catherine Zeta-Jones, que está imponente, impactante e impresionante, con las medias rotas o sin ellas, bellísima, malvada, de rostro gatuno y voz cargada de fuerza. Su «número de la desesperación» es estupendo, por ejemplo, aunque a decir verdad todo lo que ella hace lo es. Renée Zellweger impresiona menos y Richard Gere está genial como abogado sin escrúpulos y bailarín de claqué.

Marchosa y con energía. No está mal.