A Muse

A Muse es un drama fuerte al estilo coreano que apuesta a un guión romántico pero árido y que por momentos aterra.

La historia del escritor anciano que se enamora de una menor de edad y cuya historia plasma en un diario íntimo que pretende mantener oculto. La dupla actoral tiene tanto feeling que el resultado es conmovedor. Como contrapunto también el joven estudiante aprendiz que ve como va perdiendo su lugar al lado del maestro y su incapacidad para manejarlo.

En el film no sobran las palabras pero la comunicación es grandiosa, mérito de un director que muestra su precoz madurez.

Lo que hace que A Muse sea una maravillosa muestra de cine es el clima inalcanzable que logran sus protagonistas, la utilización de la sutileza y sus imperceptibles vueltas de tuerca.

A Muse tiene luz propia y nos deja en el limbo cinematográfico a fuerza de detalles de categoría y actuaciones dignas de premios.

Tal vez el mejor film coreano del 2012.

Una película de una hábil realización y resuelta con majestuosidad, si bien exageradamente a veces (es un melodrama coreano), pero con puro sentimiento y sutileza. La peculiar relación de amor que ronda lo imposible y desafiante se desarrolla bellamente, con palabras significativas y en ocasiones repletas de valor poético, pues la poesía y el proceso de su elaboración es una constante a lo largo de la película. Se trata pues de amor, que transciende naciones y edades. Muchos poetas se han enamorado de jovencitas treinta o cuarenta años más jóvenes, alabando la fineza de la piel suave, las caricias jogosas y la juventud en general. El anciano poeta en la película siente nostalgia, melancolía y una cierta desesperación irritante, cosa que se percibe claramanete a lo largo de amplios silencios y palabras poéticas y ambiguas. Por otra parte, la banda sonora da en el clavo: una composición minimalista que muestra con fineza el sentir de los protagonistas.

La Lolita de turno, con sus tradicionales excusas de soledad e incomprensión, irrumpe entre dos hombres, rompiendo el letargo del anciano maestro, devolviéndole la ilusión de la juventud perdida, y provocando los celos turbios del torpe discípulo hasta el enfrentamiento destructor.
Hay que ser honestos: aquí no se trata de amor, sino de concupiscencia, a todos niveles: el poeta lo plasma en hermosas palabras, el chico en acción bruta y el director en bellas y trágicas imágenes.