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Críticas ordenadas por utilidad
28 de febrero de 2007
365 de 415 usuarios han encontrado esta crítica útil
Jamás el cine había reflejado con tal brutalidad e hiperrealismo, la tortura, vejaciones y muerte de Jesús de Nazareth en sus últimos días.
Grandes cineastas abordaron su figura, como personaje central, desde diversas ópticas, pero siempre idealizando, edulcorando o embelleciendo las escenas correspondientes a los últimos días de su vida.
Los más destacados son Nicholas Ray que nos ofreció en su "Rey de Reyes" de 1961, quizá el relato más equilibrado del mensaje místico de Jesús, entremezclado con una trama que pretendía reflejar la conflictividad social de la época.
En 1964, Pier Paolo Pasolini nos brindó en su "La Pasión según San Mateo" un relato nihilista y esteticista que pretendía aproximarse a Jesús desde una estética social y contemporánea.
George Stevens es el responsable en 1965 del gran espectáculo hollywoodiense "La Historia Más Grande Jamás Contada", film trufado de las estrellas de la época, que se inspiraba en las representaciones pictóricas más reconocidas de las escenas de la vida de Jesús.
Franco Zeffirelli pretendió decir la última palabra sobre la vida de Jesús, amalgamando en su extensa "Jesús de Nazareth" de 1977, misticismo, lirismo, esteticismo y gran espectáculo, arropado también por numerosas estrellas de su época.
La aproximación más controvertida hasta la fecha del estreno del film de Gibson, sobre la figura de Jesús, la realizó en 1988, Martin Scorsese, que con su "La Última Tentación de Cristo", reflejó la otra cara de la pasión, el sacrificio no físico, sino existencial, de renunciar a una vida propia, a una mujer y a unos hijos y a crear su propia familia, para entregarse a un destino universal.
Los principales detractores del film de Gibson, le tachan de brutal, antisemita y reaccionario.
Y es cierto que es agresivamente brutal, pero no lo es más de lo que pudo ser el suplicio sufrido por un condenado a morir crucificado en la Palestina del siglo I d.C.
Tampoco se le puede tildar de antisemita, por reflejar los manejos de los airados sacerdotes y de la turba de fariseos, para conseguir la condena de quien consideran una amenaza para el mantenimiento de su ortodoxia religiosa y de sus privilegios.
Ni siquiera de reaccionario, por construir una historia que, aún basada en textos bíblicos, rompe con la visión, socialmente aceptada pero falsa, de un martirio blando e idílico, que parece construido para posar en un lienzo inmortal.
La visión hiperrealista del film, llevada a su último extremo al utilizar las lenguas muertas de la época, latín y arameo, no debería permitir obviar su valiente mensaje de denuncia, al reflejar una situación más actual de lo que a simple vista se puede reconocer, los poderes religiosos contaminando la opinión a través del fanatismo, el odio y el miedo, propician la intervención del poder militar para evitar la ruptura del equilibrio de poderes.
Grandes cineastas abordaron su figura, como personaje central, desde diversas ópticas, pero siempre idealizando, edulcorando o embelleciendo las escenas correspondientes a los últimos días de su vida.
Los más destacados son Nicholas Ray que nos ofreció en su "Rey de Reyes" de 1961, quizá el relato más equilibrado del mensaje místico de Jesús, entremezclado con una trama que pretendía reflejar la conflictividad social de la época.
En 1964, Pier Paolo Pasolini nos brindó en su "La Pasión según San Mateo" un relato nihilista y esteticista que pretendía aproximarse a Jesús desde una estética social y contemporánea.
George Stevens es el responsable en 1965 del gran espectáculo hollywoodiense "La Historia Más Grande Jamás Contada", film trufado de las estrellas de la época, que se inspiraba en las representaciones pictóricas más reconocidas de las escenas de la vida de Jesús.
Franco Zeffirelli pretendió decir la última palabra sobre la vida de Jesús, amalgamando en su extensa "Jesús de Nazareth" de 1977, misticismo, lirismo, esteticismo y gran espectáculo, arropado también por numerosas estrellas de su época.
La aproximación más controvertida hasta la fecha del estreno del film de Gibson, sobre la figura de Jesús, la realizó en 1988, Martin Scorsese, que con su "La Última Tentación de Cristo", reflejó la otra cara de la pasión, el sacrificio no físico, sino existencial, de renunciar a una vida propia, a una mujer y a unos hijos y a crear su propia familia, para entregarse a un destino universal.
Los principales detractores del film de Gibson, le tachan de brutal, antisemita y reaccionario.
Y es cierto que es agresivamente brutal, pero no lo es más de lo que pudo ser el suplicio sufrido por un condenado a morir crucificado en la Palestina del siglo I d.C.
Tampoco se le puede tildar de antisemita, por reflejar los manejos de los airados sacerdotes y de la turba de fariseos, para conseguir la condena de quien consideran una amenaza para el mantenimiento de su ortodoxia religiosa y de sus privilegios.
Ni siquiera de reaccionario, por construir una historia que, aún basada en textos bíblicos, rompe con la visión, socialmente aceptada pero falsa, de un martirio blando e idílico, que parece construido para posar en un lienzo inmortal.
La visión hiperrealista del film, llevada a su último extremo al utilizar las lenguas muertas de la época, latín y arameo, no debería permitir obviar su valiente mensaje de denuncia, al reflejar una situación más actual de lo que a simple vista se puede reconocer, los poderes religiosos contaminando la opinión a través del fanatismo, el odio y el miedo, propician la intervención del poder militar para evitar la ruptura del equilibrio de poderes.
19 de mayo de 2007
312 de 335 usuarios han encontrado esta crítica útil
La tercera colaboración de Frank Capra con James Stewart, tras "Vive como Quieras" en 1938 y "Caballero sin Espada" en 1939, es una maravillosa alegoría sobre la importancia del ser humano en el desarrollo de sus semejantes, casi una filosófica reflexión sobre el sentido de la vida.
Para los que acusan a Capra de optimismo exacerbado, este film es una clara muestra de su propia evolución personal, ya que presenta la particularidad de que el mal, representado como en casi toda su filmografía, por una parte de la sociedad, nihilista, materialista y manipuladora, e interpretado magistralmente en este film por Lionel Barrymore, ya no es vencido por la nobleza y los elevados ideales, sino que seguirá desarrollándose, a pesar de la existencia de éstos.
La interpretación de James Stewart en el papel del generoso, abnegado y sacrificado George Bailey, que renuncia a sus sueños de gloria personal para devenir un filántropo, entregado al servicio de su familia y de la comunidad de Bedford Falls, y que sufre una terrible crisis existencial, que le llevará hasta las puertas de la muerte, es tierna, vibrante y conmovedora, una de las mejores de su carrera y una excelente muestra de su gran versatilidad como actor.
Incombustiblemente optimista, a pesar de su acerada crítica social, rabiosamente divertida, a pesar de los tintes trágicos de su historia, realista en el tratamiento de sus personajes, a pesar de su fantástico argumento, el visionado del film sólo admite una reflexión al finalizar oyendo sonar las campanas en el árbol de Navidad de los Bailey.... ¡Qué bello es vivir!
Para los que acusan a Capra de optimismo exacerbado, este film es una clara muestra de su propia evolución personal, ya que presenta la particularidad de que el mal, representado como en casi toda su filmografía, por una parte de la sociedad, nihilista, materialista y manipuladora, e interpretado magistralmente en este film por Lionel Barrymore, ya no es vencido por la nobleza y los elevados ideales, sino que seguirá desarrollándose, a pesar de la existencia de éstos.
La interpretación de James Stewart en el papel del generoso, abnegado y sacrificado George Bailey, que renuncia a sus sueños de gloria personal para devenir un filántropo, entregado al servicio de su familia y de la comunidad de Bedford Falls, y que sufre una terrible crisis existencial, que le llevará hasta las puertas de la muerte, es tierna, vibrante y conmovedora, una de las mejores de su carrera y una excelente muestra de su gran versatilidad como actor.
Incombustiblemente optimista, a pesar de su acerada crítica social, rabiosamente divertida, a pesar de los tintes trágicos de su historia, realista en el tratamiento de sus personajes, a pesar de su fantástico argumento, el visionado del film sólo admite una reflexión al finalizar oyendo sonar las campanas en el árbol de Navidad de los Bailey.... ¡Qué bello es vivir!
29 de enero de 2007
285 de 309 usuarios han encontrado esta crítica útil
Todos los amantes del mago Hitchcock tenemos una cita periódica en Manderley.
Una cita para revisitar el único film del maestro al que le fue concedido un oscar a lo largo de toda su carrera.
Una cita para dejarse envolver por los múltiples misterios ocultos entre los muros de la mansión de Manderley, siempre atentos a no profanar el ala este de la mansión, el templo donde mora la memoria de Rebecca, vigilada celosamente por su férrea sacerdotisa, la Sra. Dambers.
Una cita para acompañar en su terrible odisea a la única heroína (que yo conozca) del cine y de la literatura carente de nombre propio, para aumentar, si cabe aún más, el sentimiento de despersonalización, empequeñecimiento y anulación a que es sometida, magnificado porque el nombre que da título a la obra, Rebecca, cuya arrebatadora personalidad está presente en todos los rincones de la mansión, es el nombre de una mujer muerta.
Una cita para revivir la tortura interior de Maximillian de Winter, el poseedor de un angustioso secreto, quien, bajo una óptica contemporánea, tomaría el papel de inconsciente torturador, por sus brotes de ira y por el abandono a que somete a su joven esposa.
Una cita para aterrorizarnos con la perversión de la patología lésbico-necrófila de la Sra. Dambers, magistralmente interpretada por la actriz Judith Anderson, en un papel que la encasillaría durante toda su carrera.
Una cita para admirar otra magistral interpretación de George Sanders en el papel del cínico, chantajista y amoral Jack Favel, el primo de Rebecca.
En definitiva, una cita para revisitar una de las obras maestras de Hitchcock, una mezcla de historia de intriga, cuento gótico de fantasmas y melodrama romántico, que, como todas las obras maestras, aumenta su capacidad de fascinación con el paso del tiempo
La inminencia de esa cita siempre causa un renovado placer al cinéfilo, porque para todo cinéfilo, siempre es un placer... volver a Manderley.
Una cita para revisitar el único film del maestro al que le fue concedido un oscar a lo largo de toda su carrera.
Una cita para dejarse envolver por los múltiples misterios ocultos entre los muros de la mansión de Manderley, siempre atentos a no profanar el ala este de la mansión, el templo donde mora la memoria de Rebecca, vigilada celosamente por su férrea sacerdotisa, la Sra. Dambers.
Una cita para acompañar en su terrible odisea a la única heroína (que yo conozca) del cine y de la literatura carente de nombre propio, para aumentar, si cabe aún más, el sentimiento de despersonalización, empequeñecimiento y anulación a que es sometida, magnificado porque el nombre que da título a la obra, Rebecca, cuya arrebatadora personalidad está presente en todos los rincones de la mansión, es el nombre de una mujer muerta.
Una cita para revivir la tortura interior de Maximillian de Winter, el poseedor de un angustioso secreto, quien, bajo una óptica contemporánea, tomaría el papel de inconsciente torturador, por sus brotes de ira y por el abandono a que somete a su joven esposa.
Una cita para aterrorizarnos con la perversión de la patología lésbico-necrófila de la Sra. Dambers, magistralmente interpretada por la actriz Judith Anderson, en un papel que la encasillaría durante toda su carrera.
Una cita para admirar otra magistral interpretación de George Sanders en el papel del cínico, chantajista y amoral Jack Favel, el primo de Rebecca.
En definitiva, una cita para revisitar una de las obras maestras de Hitchcock, una mezcla de historia de intriga, cuento gótico de fantasmas y melodrama romántico, que, como todas las obras maestras, aumenta su capacidad de fascinación con el paso del tiempo
La inminencia de esa cita siempre causa un renovado placer al cinéfilo, porque para todo cinéfilo, siempre es un placer... volver a Manderley.
22 de enero de 2007
277 de 298 usuarios han encontrado esta crítica útil
Imbatida durante casi 40 años, Ben-Hur ostentó el record de haber ganado 11 oscars, de las 12 nominaciones a las que se presentaba, hasta que fue igualada por "Titanic" que arrasó en la ceremonia de 1997 al conseguir el mismo número de oscars. En 2003 "El Señor de los Anillos. El Retorno del Rey", repetiría la misma hazaña.
Basada en la obra del general estadounidense Lew Wallace, el guión se basa en la amistad traicionada entre un oficial romano, Messala, y un príncipe judío, Judá Ben-Hur, condenado de por vida a galeras, tras ser acusado injustamente de intentar asesinar a un procurador romano y de ver confinadas en mazmorras a su madre y su hermana. El film narra la historia de la odisea de Ben-Hur, superada por alimentar un profundo sentimiento de odio y venganza, que alcanzará la redención a través del amor y el perdón inspirados en las enseñanzas y el ejemplo de un joven rabí de Nazareth, juzgado y condenado a morir crucificado.
Máximo exponente del llamado cine "Kolossal", nacido para competir con la pujante televisión, el film se beneficia de un excelente guión y una soberbia dirección de actores entre los que destacan Stephen Boyd como Messala, que sabe dotar a su personaje de una perturbadora ambigüedad en su relación de amor-odio con Ben-Hur; Jack Hawkins, como Quinto Arrio, en un registro parecido; Hugh Griffith, que enriquece el personaje del Sheik Ilderim, dotándolo de una desbordante humanidad; y Charlton Heston en el papel más rico y matizado de toda su carrera.
La partitura de Miklos Rozsa sigue siendo una de las más bellas y complejas de la historia del cine, no únicamente por la grandiosidad y belleza de los temas épicos y líricos, o por haber compuesto un tema específico para cada personaje, sino por la armoniosa elegancia con la que éstos se entretejen y enlazan a medida que la acción avanza. Sin duda un excelente ejercicio de creación de una banda sonora al servicio de la historia que se narra en el film.
Las cifras de esta superproducción siguen siendo descomunales en la actualidad: 15 millones$, 350 actores con diálogo, 50.000 extras, 300 decorados distintos, el circo de Jerusalén reconstruido a tamaño natural con capacidad de albergar a 25.000 personas, 15.000 diseños de vestuario...
Pero lo más recordado del film, es su mítica carrera de cuádrigas en el circo de Jerusalén, la tensión y la emoción que sigue produciendo su visionado no ha sido todavía superado en la era de los efectos digitales.
Todo el conjunto sigue siendo una gran lección de como concebir el cine, en los tiempos en que al cine se le denominaba "Séptimo Arte".
Basada en la obra del general estadounidense Lew Wallace, el guión se basa en la amistad traicionada entre un oficial romano, Messala, y un príncipe judío, Judá Ben-Hur, condenado de por vida a galeras, tras ser acusado injustamente de intentar asesinar a un procurador romano y de ver confinadas en mazmorras a su madre y su hermana. El film narra la historia de la odisea de Ben-Hur, superada por alimentar un profundo sentimiento de odio y venganza, que alcanzará la redención a través del amor y el perdón inspirados en las enseñanzas y el ejemplo de un joven rabí de Nazareth, juzgado y condenado a morir crucificado.
Máximo exponente del llamado cine "Kolossal", nacido para competir con la pujante televisión, el film se beneficia de un excelente guión y una soberbia dirección de actores entre los que destacan Stephen Boyd como Messala, que sabe dotar a su personaje de una perturbadora ambigüedad en su relación de amor-odio con Ben-Hur; Jack Hawkins, como Quinto Arrio, en un registro parecido; Hugh Griffith, que enriquece el personaje del Sheik Ilderim, dotándolo de una desbordante humanidad; y Charlton Heston en el papel más rico y matizado de toda su carrera.
La partitura de Miklos Rozsa sigue siendo una de las más bellas y complejas de la historia del cine, no únicamente por la grandiosidad y belleza de los temas épicos y líricos, o por haber compuesto un tema específico para cada personaje, sino por la armoniosa elegancia con la que éstos se entretejen y enlazan a medida que la acción avanza. Sin duda un excelente ejercicio de creación de una banda sonora al servicio de la historia que se narra en el film.
Las cifras de esta superproducción siguen siendo descomunales en la actualidad: 15 millones$, 350 actores con diálogo, 50.000 extras, 300 decorados distintos, el circo de Jerusalén reconstruido a tamaño natural con capacidad de albergar a 25.000 personas, 15.000 diseños de vestuario...
Pero lo más recordado del film, es su mítica carrera de cuádrigas en el circo de Jerusalén, la tensión y la emoción que sigue produciendo su visionado no ha sido todavía superado en la era de los efectos digitales.
Todo el conjunto sigue siendo una gran lección de como concebir el cine, en los tiempos en que al cine se le denominaba "Séptimo Arte".
16 de febrero de 2007
292 de 354 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sin lugar a dudas es la más fiel transcripción de los hechos narrados en la famosa novela de Bram Stoker, de la que respeta incluso la estructura narrativa, compuesta a base de hacer evolucionar la historia a través de la lectura de los diarios de diversos personajes.
Sin embargo, la incorporación del prólogo, plásticamente impecable pero inexistente en la novela, en el que se narra el origen del vampiro, para dar una motivación a todos sus actos posteriores, esto es, el desmesurado amor que el Príncipe Vlad el Empalador, siente por su adorada e infortunada Elisabetta, revivido al contemplar el parecido de ésta con la joven Mina Harker, 400 años después de la muerte de la primera, convierte al Príncipe de las Tinieblas, imaginado por Stoker, en el protagonista de un melodrama romántico-fantástico, que es absolutamente infiel al espíritu con el que fue creado.
En el film de Coppola, aún fiel a los hechos descritos en la novela, Drácula ya no será la encarnación del mal, el vehículo para descubrir la miseria moral y la hipocresía de quienes le combaten, que tan bien quedó reflejada en la magistral versión de Terence Fisher de 1958, que interpretara el sobrecogedor Christopher Lee, sino un héroe romántico en lucha por preservar su amor contra el tiempo y contra aquellos que han jurado destruirle.
Ni siquiera se puede afirmar que el planteamiento sea original, ya que este giro argumental, un Drácula romántico y seductor, ya fue explorado por John Badham en su meritoria versión del mito realizada en 1979.
A pesar de esa infidelidad al espíritu de la novela, el film de Coppola es un excelente film de vampiros, claramente concebido como gran espectáculo visual, un ejercicio operístico donde prima el impacto visual y el exceso, se diría que intenta ser un compendio de todas las aportaciones iconográficas del subgénero vampírico, debidamente aumentadas o enfatizadas.
Ese compendio de fascinantes hallazgos visuales, unidos a la cautivadora historia del enamorado que "cruzó océanos de tiempo" para encontrar de nuevo a su amada, hacen perdonar la traición al espíritu de la novela original, en un film que sin duda debiera haberse titulado "Drácula... de Francis Ford Coppola"
Sin embargo, la incorporación del prólogo, plásticamente impecable pero inexistente en la novela, en el que se narra el origen del vampiro, para dar una motivación a todos sus actos posteriores, esto es, el desmesurado amor que el Príncipe Vlad el Empalador, siente por su adorada e infortunada Elisabetta, revivido al contemplar el parecido de ésta con la joven Mina Harker, 400 años después de la muerte de la primera, convierte al Príncipe de las Tinieblas, imaginado por Stoker, en el protagonista de un melodrama romántico-fantástico, que es absolutamente infiel al espíritu con el que fue creado.
En el film de Coppola, aún fiel a los hechos descritos en la novela, Drácula ya no será la encarnación del mal, el vehículo para descubrir la miseria moral y la hipocresía de quienes le combaten, que tan bien quedó reflejada en la magistral versión de Terence Fisher de 1958, que interpretara el sobrecogedor Christopher Lee, sino un héroe romántico en lucha por preservar su amor contra el tiempo y contra aquellos que han jurado destruirle.
Ni siquiera se puede afirmar que el planteamiento sea original, ya que este giro argumental, un Drácula romántico y seductor, ya fue explorado por John Badham en su meritoria versión del mito realizada en 1979.
A pesar de esa infidelidad al espíritu de la novela, el film de Coppola es un excelente film de vampiros, claramente concebido como gran espectáculo visual, un ejercicio operístico donde prima el impacto visual y el exceso, se diría que intenta ser un compendio de todas las aportaciones iconográficas del subgénero vampírico, debidamente aumentadas o enfatizadas.
Ese compendio de fascinantes hallazgos visuales, unidos a la cautivadora historia del enamorado que "cruzó océanos de tiempo" para encontrar de nuevo a su amada, hacen perdonar la traición al espíritu de la novela original, en un film que sin duda debiera haberse titulado "Drácula... de Francis Ford Coppola"
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