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Voto de Chris Jiménez:
8
6,4
1.469
Drama. Thriller
Alterado psicológicamente por los atroces hechos que ha visto en su carrera y alejado moralmente de su esposa, un sargento de policía, mientras interroga brutalmente al supuesto violador de una muchacha, le causa la muerte. A continuación es sometido a un proceso en el que intenta justificar su conducta. (FILMAFFINITY)
25 de abril de 2019
16 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
"Todo lo que puedo ver son imágenes, apiñándose en mi mente […]. Intento detenerlas, abandonarlas en alguna parte...pero no quieren detenerse".
¿Hasta que punto algo que nos atormenta es capaz de crecer, devorar nuestra propia identidad, nuestro ser, y destruirnos por completo? ¿Cuándo llega realmente ese momento en el que nos vemos caminando en la cuerda floja?
Como de costumbre en su cine, Sidney Lumet vuelve a embarcarse en un exhaustivo estudio sobre la psique humana, lugar recóndito y misterioso donde innumerables males, producto del miedo, la angustia, la desesperación y el desamparo, se albergan con la esperanza de emerger en algún momento, cuya fuerza pueden corroer el alma hasta en lo más profundo. Esta historia tiene su origen en la obra de teatro "This Story of Yours", a cuya representación en 1.968 asistió un Sean Connery en la cima de su carrera que más tarde propondría al autor John R. Hopkins una adaptación cinematográfica.
La intención del actor al acometer el proyecto no venía sólo por el gran potencial que vio en el argumento, sino por su deseo de demoler, una vez más, la imagen de James Bond a la que público y crítica le asociaban, la cual parecía estar encasillándole de forma irremediable. Hopkins, habiendo colaborado anteriormente con él, se encargaría del guión mientras Lumet ocupaba el puesto tras la cámara por petición expresa de Connery, quien ya se había visto a sus órdenes en "Supergolpe en Manhattan" y "La Colina", una de las obras maestras del neoyorkino.
El cielo de Bracknell es tan gris como la atmósfera reinante, todo por culpa de un asesino que continúa libre después de haber atacado a numerosas niñas; no hay pistas y las víctimas se acumulan. Esta situación mantiene en estado de constante alerta a la policía, especialmente a Johnson, un rudo y lacónico inspector que ansía coger al criminal al precio que sea; tras un inexplicable y extraño prólogo, Lumet nos sumerge en lo que parece ser un sobrio "thriller" criminal que destila el más puro aroma "hitchcockiano" (las influencias de "Frenesí" están ahí). Y así continúa hasta que un sospechoso llamado Baxter cae en las manos de Johnson...
No obstante seremos embaucados por el director (o, más bien, el guionista) cuando el argumento sufra un giro radical a eso de los tres cuartos de hora; con unas perturbadoras imágenes dispuestas en planos rápidos, dejamos el escenario policial para seguir al inspector hasta su casa, donde le espera su esposa Maureen. De aquí en adelante nos centraremos en ese hombre al que conducía una cierta serenidad y sin embargo dominaba una sensación de angustia en sordina; pronto descubriremos que se trata de un amargado, hastiado por su trabajo, su infeliz matrimonio y el mundo que le rodea, aunque el origen de ese pesar no deja de ser la violencia que cada día le acompaña en sus labores de agente de la ley.
Una violencia omnipresente que alimenta sus miedos y traumas, de los cuales no es capaz de librarse, grotescas imágenes apiladas en su cabeza cuya fuerza será la causa de su degeneración mental. En esta poderosa secuencia conoceremos la asfixiante sensación que envuelve al personaje, desamparado, incomprendido, poco a poco absorbido por su propia violencia (llegará a figurarse los rostros de Baxter y la última niña violada al sujetar a su mujer). Lumet y Hopkins han ganado la partida; el caso del violador se convierte en un mero detonante de los hechos, un pretexto para presentar el conflicto de Johnson con Baxter y consigo mismo.
Pronto se empiezan a atar los cabos; desde el primer momento el epicentro de la historia siempre ha sido el interrogatorio al sospechoso, que el director nos irá desvelando a lo largo del film a través de inesperados "flashbacks". La atmósfera, tensa y sombría, termina por violentar a los personajes, quienes destapan todos aquellos males que sin piedad los mortifican; a ojos de Johnson, el asesino se halla ante él y no duda en juzgarle, sea o no culpable (como sucedía con el jurado de "Doce Hombres sin Piedad"), sin duda unos ojos confundidos y nublados por la locura desatada en su mente.
El círculo de la desgracia eterna está representado mediante la repetición formal (la conversación entre Cartwright y Johnson encuentra su reflejo en la de Johnson y Baxter; el niño que atemorizaba a éste en la escuela quedará reencarnado en el inspector...); un cúmulo de odios y traumas soterrados que encontrarán su vía de salida por la violencia donde la salvación es poco más que imposible. El tramo final, que encontró el aplauso del mismísimo John Huston, retornará al suceso inicial, punto de inflexión en la historia y el policía, quien liberará a su auténtico "yo" (detallado en Zona Spoiler).
El convencional "thriller" que se nos había prometido queda totalmente reemplazado (nunca sabremos quién es de verdad el criminal) por una de las más viscerales introspecciones psicológicas llevadas a cabo en la gran pantalla, donde Lumet vuelve a poner de manifiesto que lo importante para él son sus personajes, interpretados de forma soberbia por un elenco donde ante todo destacan Ian Bannen, Trevor Howard y un Sean Connery sensacional desde todos ángulos, metido a conciencia en su papel; personajes envueltos en las sombras de un ambiente hermético, desasosegante y atrapante, realzado por la gélida fotografía de Gerry Fisher y la música de Harrison Birtwistle.
Connery respaldó "La Ofensa" con su propia productora, aunque ello no le reportaría casi beneficios de cara a la taquilla, por la que pasó casi desapercibida injustamente.
Pese a tratarse de un durísimo y agobiante drama psicológico difícil de soportar (y sin una trama aparente), nos hallamos ante una de las mejores muestras de talento artístico del panorama cinematográfico, sin grandes alardes técnicos ni baratos efectismos. Cine del auténtico, del que te revuelve, del que se siente en las entrañas.
¿Hasta que punto algo que nos atormenta es capaz de crecer, devorar nuestra propia identidad, nuestro ser, y destruirnos por completo? ¿Cuándo llega realmente ese momento en el que nos vemos caminando en la cuerda floja?
Como de costumbre en su cine, Sidney Lumet vuelve a embarcarse en un exhaustivo estudio sobre la psique humana, lugar recóndito y misterioso donde innumerables males, producto del miedo, la angustia, la desesperación y el desamparo, se albergan con la esperanza de emerger en algún momento, cuya fuerza pueden corroer el alma hasta en lo más profundo. Esta historia tiene su origen en la obra de teatro "This Story of Yours", a cuya representación en 1.968 asistió un Sean Connery en la cima de su carrera que más tarde propondría al autor John R. Hopkins una adaptación cinematográfica.
La intención del actor al acometer el proyecto no venía sólo por el gran potencial que vio en el argumento, sino por su deseo de demoler, una vez más, la imagen de James Bond a la que público y crítica le asociaban, la cual parecía estar encasillándole de forma irremediable. Hopkins, habiendo colaborado anteriormente con él, se encargaría del guión mientras Lumet ocupaba el puesto tras la cámara por petición expresa de Connery, quien ya se había visto a sus órdenes en "Supergolpe en Manhattan" y "La Colina", una de las obras maestras del neoyorkino.
El cielo de Bracknell es tan gris como la atmósfera reinante, todo por culpa de un asesino que continúa libre después de haber atacado a numerosas niñas; no hay pistas y las víctimas se acumulan. Esta situación mantiene en estado de constante alerta a la policía, especialmente a Johnson, un rudo y lacónico inspector que ansía coger al criminal al precio que sea; tras un inexplicable y extraño prólogo, Lumet nos sumerge en lo que parece ser un sobrio "thriller" criminal que destila el más puro aroma "hitchcockiano" (las influencias de "Frenesí" están ahí). Y así continúa hasta que un sospechoso llamado Baxter cae en las manos de Johnson...
No obstante seremos embaucados por el director (o, más bien, el guionista) cuando el argumento sufra un giro radical a eso de los tres cuartos de hora; con unas perturbadoras imágenes dispuestas en planos rápidos, dejamos el escenario policial para seguir al inspector hasta su casa, donde le espera su esposa Maureen. De aquí en adelante nos centraremos en ese hombre al que conducía una cierta serenidad y sin embargo dominaba una sensación de angustia en sordina; pronto descubriremos que se trata de un amargado, hastiado por su trabajo, su infeliz matrimonio y el mundo que le rodea, aunque el origen de ese pesar no deja de ser la violencia que cada día le acompaña en sus labores de agente de la ley.
Una violencia omnipresente que alimenta sus miedos y traumas, de los cuales no es capaz de librarse, grotescas imágenes apiladas en su cabeza cuya fuerza será la causa de su degeneración mental. En esta poderosa secuencia conoceremos la asfixiante sensación que envuelve al personaje, desamparado, incomprendido, poco a poco absorbido por su propia violencia (llegará a figurarse los rostros de Baxter y la última niña violada al sujetar a su mujer). Lumet y Hopkins han ganado la partida; el caso del violador se convierte en un mero detonante de los hechos, un pretexto para presentar el conflicto de Johnson con Baxter y consigo mismo.
Pronto se empiezan a atar los cabos; desde el primer momento el epicentro de la historia siempre ha sido el interrogatorio al sospechoso, que el director nos irá desvelando a lo largo del film a través de inesperados "flashbacks". La atmósfera, tensa y sombría, termina por violentar a los personajes, quienes destapan todos aquellos males que sin piedad los mortifican; a ojos de Johnson, el asesino se halla ante él y no duda en juzgarle, sea o no culpable (como sucedía con el jurado de "Doce Hombres sin Piedad"), sin duda unos ojos confundidos y nublados por la locura desatada en su mente.
El círculo de la desgracia eterna está representado mediante la repetición formal (la conversación entre Cartwright y Johnson encuentra su reflejo en la de Johnson y Baxter; el niño que atemorizaba a éste en la escuela quedará reencarnado en el inspector...); un cúmulo de odios y traumas soterrados que encontrarán su vía de salida por la violencia donde la salvación es poco más que imposible. El tramo final, que encontró el aplauso del mismísimo John Huston, retornará al suceso inicial, punto de inflexión en la historia y el policía, quien liberará a su auténtico "yo" (detallado en Zona Spoiler).
El convencional "thriller" que se nos había prometido queda totalmente reemplazado (nunca sabremos quién es de verdad el criminal) por una de las más viscerales introspecciones psicológicas llevadas a cabo en la gran pantalla, donde Lumet vuelve a poner de manifiesto que lo importante para él son sus personajes, interpretados de forma soberbia por un elenco donde ante todo destacan Ian Bannen, Trevor Howard y un Sean Connery sensacional desde todos ángulos, metido a conciencia en su papel; personajes envueltos en las sombras de un ambiente hermético, desasosegante y atrapante, realzado por la gélida fotografía de Gerry Fisher y la música de Harrison Birtwistle.
Connery respaldó "La Ofensa" con su propia productora, aunque ello no le reportaría casi beneficios de cara a la taquilla, por la que pasó casi desapercibida injustamente.
Pese a tratarse de un durísimo y agobiante drama psicológico difícil de soportar (y sin una trama aparente), nos hallamos ante una de las mejores muestras de talento artístico del panorama cinematográfico, sin grandes alardes técnicos ni baratos efectismos. Cine del auténtico, del que te revuelve, del que se siente en las entrañas.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Hacia el final, la interpenetración en la psique del personaje de Johnson no puede llegar más lejos aparentemente, pero Lumet y Hopkins preparan el escenario para una última introspección, la que revele al espectador los verdaderos sentimientos del atormentado detective.
Sin embargo éstos ya han sido mostrados a lo largo de la película; cuando Johnson sujeta a su esposa del brazo, el rostro ensangrentado del sospechoso (quien ha aparecido de pasada como un personaje secundario) se figura en el de ella, del mismo modo que recuerda a la niña rescatada por él en el bosque cuando fuerza a la anterior sobre la cama. Esta repetición de sucesos encadenados empieza a descubrir la verdad: a priori, la violencia es de otro, pero en esa pequeña fracción de tiempo se creará la ilusión (o la verdad) de una similitud, quizás una identidad entre el asesino y su perseguidor.
El intenso interrogatorio, auténtico proceso "kafkiano", durante los últimos 25 minutos vendrá a reforzar estas sospechas. Asfixiante culpabilidad reflejada en otro "yo", el proyectado en la figura del ambiguo sospechoso, con el que Johnson intentará interaccionar (tocándole, mirándole a los ojos, leyendo su mente "como un libro") hasta el punto de compartir una unión casi metafísica, que viene de más lejos (el niño que abusaba de Baxter en el colegio, ahora transmutado en el inspector); la insinuación del deseo de Johnson de ponerse en la piel del criminal ya dejará de ser una mera suposición.
El sospechoso, pese a ser radiografiado por el detective, terminará comprendiendo lo que él es en realidad (se podría decir que únicamente actúa de catalizador de su violencia). ¿Será ese asesino violador una voz interior? De hecho el "otro" no es más que un desdoblamiento que sólo sirve para desenmascarar al único; el criminal apenas existe, una figura indiferente, simple artefacto del policía dominado por una locura latente, un policía poco a poco vuelto a su "espejo" y a la verdad de su sola violencia.
No sólo la de su pulsión sexual, sino la que está aún más oculta, su pulsión de muerte, goce tabú y fantasma de una inversión de roles. Tras dejar apaleado e inconsciente a Baxter y al agredir incluso a sus propios compañeros, Johnson se inclinará por completo del lado del "otro", que se convierte a su vez en fantasma, imagen especular o superficie de proyección de esa mencionada pulsión de muerte anónima; "Dios...Dios mío", alcanza a decir entendiendo lo sucedido. El policía pronuncia así la sentencia que le condena irrevocablemente.
Ante todo, su brutal reacción será la prueba de una muda confesión que anula la diferencia con el asesino.
Durante mucho tiempo la violencia del otro ha servido de pantalla de humo y, finalmente, de eco...
Sin embargo éstos ya han sido mostrados a lo largo de la película; cuando Johnson sujeta a su esposa del brazo, el rostro ensangrentado del sospechoso (quien ha aparecido de pasada como un personaje secundario) se figura en el de ella, del mismo modo que recuerda a la niña rescatada por él en el bosque cuando fuerza a la anterior sobre la cama. Esta repetición de sucesos encadenados empieza a descubrir la verdad: a priori, la violencia es de otro, pero en esa pequeña fracción de tiempo se creará la ilusión (o la verdad) de una similitud, quizás una identidad entre el asesino y su perseguidor.
El intenso interrogatorio, auténtico proceso "kafkiano", durante los últimos 25 minutos vendrá a reforzar estas sospechas. Asfixiante culpabilidad reflejada en otro "yo", el proyectado en la figura del ambiguo sospechoso, con el que Johnson intentará interaccionar (tocándole, mirándole a los ojos, leyendo su mente "como un libro") hasta el punto de compartir una unión casi metafísica, que viene de más lejos (el niño que abusaba de Baxter en el colegio, ahora transmutado en el inspector); la insinuación del deseo de Johnson de ponerse en la piel del criminal ya dejará de ser una mera suposición.
El sospechoso, pese a ser radiografiado por el detective, terminará comprendiendo lo que él es en realidad (se podría decir que únicamente actúa de catalizador de su violencia). ¿Será ese asesino violador una voz interior? De hecho el "otro" no es más que un desdoblamiento que sólo sirve para desenmascarar al único; el criminal apenas existe, una figura indiferente, simple artefacto del policía dominado por una locura latente, un policía poco a poco vuelto a su "espejo" y a la verdad de su sola violencia.
No sólo la de su pulsión sexual, sino la que está aún más oculta, su pulsión de muerte, goce tabú y fantasma de una inversión de roles. Tras dejar apaleado e inconsciente a Baxter y al agredir incluso a sus propios compañeros, Johnson se inclinará por completo del lado del "otro", que se convierte a su vez en fantasma, imagen especular o superficie de proyección de esa mencionada pulsión de muerte anónima; "Dios...Dios mío", alcanza a decir entendiendo lo sucedido. El policía pronuncia así la sentencia que le condena irrevocablemente.
Ante todo, su brutal reacción será la prueba de una muda confesión que anula la diferencia con el asesino.
Durante mucho tiempo la violencia del otro ha servido de pantalla de humo y, finalmente, de eco...