Óptimo ejemplo de cómo sostener más de dos horas sin aburrir. Lo más sorprendente es la sensación de haber sido testigos de una historia sin haber pasado por una película de juicios (que lo es), ni por un drama (que también es).
Sin artificios, sin grandes movimientos de cámara ni elocuencias es ante todo una película en la que no paran de ocurrir giros, avanzar la trama y sobre todo y se agradece, sin tener que transmitir la sensación de estar viendo ninguna pretendida obra maestra.

Las miniseries son, a título personal, un formato estupendo para mí en este momento. Están en el punto justo para los que no podemos ver una película actual de duración de más de 3 horas y una serie eterna.
El formato de pocos capítulos de 50 minutos es un regalo para los que amamos el cine y además tenemos vida familiar.
En este caso además nos encontramos con personajes de verdad, con miserias, fallos, humanidad, virtudes y mucha realidad, tanto que se basa -según se dice- en un caso real.
Divertida, negra, entrañable y perfectamente bien interpretada, uno de esos ejemplos de gente que se mete a delincuente sin saber.
Una joyita.

Más allá de su hipersensibilidad, su innegable amor por su tierra y su cuidada imagen, la película es... nada.
Interpretaciones susurrantes, miradas al infinito, momentos vergonzantes (la canción).
La película se pierde en su autocomplacencia, en su mirarse para dentro, en sus metáforas fáciles, en pensar que todo está hecho con un paisaje.
No se duda de su buena intención, de estar hecha con cariño, pero se cae por todos lados.
Tal vez Juan Francisco Viruega sea un director que necesita un guionista para hacer una buena película y salga estupenda. O alguien que le aconseje no pasarse de sensible para no caer en lo empalagoso.

Un intento de emular a Linklater según dicen algunos (aunque yo pienso que lo dicen gente del equipo o su director) con pobres resultados.
Y el problema es que el cine generacional que se pretende ha de pertenecer a unos personajes interesantes con conflictos. Y este no es el caso.
Aquí el único conflicto es inventarse drama porque el único problema que tienen es el vació existencial y egoísta de "hacedme casito".
La premisa de una abuela que fallece no se sostiene (ya en sí parece un chiste) por unos personajes que han de asumir algo tan natural como que los ancianos fallecen.
Y en lugar de estar afectados (como se les supone) se pasan un día haciendo turismo por una ciudad de postal, tomando cerveza, cantando cancioncillas interminables supuestamente ingeniosas y poniendo caritas mientras repasan con nostalgia un pasado que ocurrió ayer mismo.
No pierdan el tiempo a no ser que les gusten las cursiladas de burguesitos que van de obreros.

Vergonzante serie que se pretende de época y se queda en un culebrón de esos que van de elegantes.
Ambientación que a veces parecen los años 40 y otras los años 20 según me interese para darme aires.
Espías alemanes que cumplen todos los tópicos del espía alemán (Cossass nassiss).
Esvásticas en cualquier lugar, localizaciones rancias (lo que hoy es viejo en los años 20 era nuevo pero algunos no se enteran).
Amistades imposibles en situaciones improbables. Discursos sociales que nadie diría en esa época. Mucha gente fumando con boquilla.
Competiciones de mecanografía (sí, en serio), ridículas situaciones supuestamente tensas, dirigida por tres directores que no acumulan precisamente obras maestras, el tal Gonzalo Crespo ya lleva tres pseudónimos para esconderse de los dos anteriores productos desastrosos: "La banda en la isla de la magia" y "Nato 0" dos ejemplos de cómo hacer producciones que acaban en comedia sin querer.
En fin... otra más pero esta creo que la recordaremos y no será por su calidad.