(TRES ESTRELLAS)
Con una mínima puesta escenográfica (tres pantallas luminosas rodantes traccionadas, encendidas y apagadas por los dos bailarines intervinientes), David Señoran desarrolla este discurso sobre las ausencias y la muerte en sus distintas formas: la de los vínculos, la del deseo, la del pensamiento. Un recorrido circular frenético y demasiado extenso de los protagonistas preludia esta obra donde el encuentro y el desencuentro marcan una interesante dramaturgia.
El coreógrafo retoma aquí su intercambio entre danza y texto, recurso habitual en él, declamado por los bailarines para describir instantes de la coreografía que de inmediato son reconstruidos en la imaginación del espectador.
Rupturas, discusiones mudas, llantos silenciosos suceden dentro y fuera del conciso ámbito delineado por las pantallas, cuya luminosidad permite jugar con el trasluz, con la aparición y la desaparición. La apelación a la mueca es otra de las características de esta propuesta de Señoran, con bocas y ojos desmesuradamente abiertos. Hay repeticiones de secuencias que van mutando, como metáforas de la vida real, donde la cotidianeidad se va transformando.
Con muchos rasgos que permiten identificarlo como coreógrafo, “Todo lo que desaparece” es un trabajo de buena factura, aunque sin la fuerza dramática y el magnetismo de “Las bestias”, por ejemplo, también de su autoría. El espacio de Áerea, específicamente creado para la danza, se presta de maravillas a esta propuesta, con impecables actuaciones de Lucía Girardi y Arian Ortellado, expresivos y comprometidos con el estilo y espíritu de la obra.
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