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Red de redes
Columna
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Javier Milei, de la libertad al desenfreno

En el lenguaje cabe todo y uno de sus resortes es precisamente esa ausencia de límites que pregona el presidente argentino, que habla a ciudadanos y dirigentes a golpe de insultos

El presidente argentino, Javier Milei, durante un acto este mes en Buenos Aires.
El presidente argentino, Javier Milei, durante un acto este mes en Buenos Aires.Matias Baglietto (REUTERS)
Francesco Manetto

El Fondo Monetario Internacional aplaudió la semana pasada el intento de Argentina por restaurar “la estabilidad macroeconómica”. Los nubarrones no se han disipado, advirtió el organismo, y el horizonte es aún muy sombrío. Javier Milei, en cualquier caso, celebra la mejora de los indicadores productivos y trata de profundizar su agenda de recortes a pesar del aumento de la pobreza y a costa de la perturbación del clima social. Pero este no es el único problema. El riesgo es que los números manipulen la fotografía de lo que está sucediendo en el país. Y en el plano largo sobresale un enorme deterioro de la política, en el que la violencia verbal promovida por el presidente y replicada hasta el infinito en las redes sociales hiere la convivencia, el respeto y la serenidad que deberían regir en una democracia.

Las últimas siniestras declaraciones del mandatario ultraderechista se enmarcan en una estela de insultos cotidianos contra sus adversarios. “También hay una parte de morbo, y me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo con Cristina adentro”, lanzó en referencia a Cristina Fernández de Kirchner. La aciaga imagen no requiere ningún esfuerzo de interpretación. La expresidenta, quien sufrió un atentado en septiembre de 2022 y recientemente se postuló a liderar el movimiento peronista, le respondió sin rodeos. “¿Así que ahora también me querés matar? Estás nervioso y agresivo porque todas las idioteces que, durante años, dijiste en la tele y todavía seguís repitiendo son solo eso: idioteces”, escribió en un largo mensaje en X, en el que le recrimina haber traicionado, por incompetencia, incluso su propio programa y haber acabado pidiendo ayuda al también exgobernante neoliberal Mauricio Macri.

Pero esta solo es una muestra de la exacerbación de la batalla política. Hace unos días, falleció quien fuera ministro de Salud durante la pandemia, Ginés González García, que dimitió por un escándalo de vacunas a enchufados y personas con contactos, un delito gravísimo por el que estaba siendo procesado. Entre todas las críticas que Milei podía dedicar al finado, eligió unas palabras que rara vez se escuchan en boca de un jefe de Estado: “Parece que los muertos se vuelven buenos. No, este era un hijo de remil putas y será recordado como un hijo de puta”.

En el lenguaje cabe todo y uno de sus resortes es precisamente esa ausencia de límites que pregona el economista. Pero su banalización convierte la libertad en desenfreno. Y la discusión política en esperpento. “Al zurdo de mierda no le podés dar ni un milímetro”, espetó en una ocasión el mandatario en un plató. La entrevistadora le preguntó por qué recurría a ese insulto. “Porque son una mierda, porque si pensás distinto te van a liquidar. Vos al zurdo no le podés dar ni un milímetro. Con esa mierda no se negocia”. Con estas premisas, ya no solo ideológicas, sino de convivencia, Milei habla a los argentinos. A golpe de insultos. Lo hacía con muchos menos filtros cuando estaba en la oposición, pero lo sigue haciendo desde la Casa Rosada, donde en menos de un año se ha peleado con medio continente y también provocó una crisis diplomática con España. Llamó “asesino terrorista” a su homólogo colombiano, Gustavo Petro, y se adhirió al argumentario más fantasioso de Vox o de Alvise Pérez contra el Gobierno de Pedro Sánchez.

Milei es una anomalía política y ese fue probablemente su principal activo electoral. Sus opiniones sobre la casta de la que ahora él mismo forma parte, sin embargo, ya le han supuesto más de un problema en el Congreso, que al principio del mandato calificó de “nido de ratas”. “Una de las cosas por las cuales los políticos no ven lo que yo hago es que partimos de premisas distintas. Ellos parten de un supuesto donde creen que la gente los ama. Yo parto del supuesto de que son una mierda”, dijo en una conferencia. La violencia retórica como campaña permanente.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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