La conjura de los virus
Cuando el independentismo se revuelve inquieto contra sí mismo llegan para ayudarle a recuperarse un error, una filtración, una decisión mal aplicada por el propio estado temeroso
Como si de una alegoría se tratara, la Pascua ha venido a redimirnos de la mascarilla. Es como si hubiéramos resucitado para recuperar el mundo anterior a la pandemia. Aquel tiempo que evocamos feliz por ser previo al tapabocas. La mordaza que acabaría convertida en el símbolo de las múltiples restricciones sufridas y asumidas con la docilidad del cordero pascual llevado al altar de los sacrificios colectivos. Los que se sirvieron del virus del miedo para asustarnos socialmente y escarmentarnos con el dolor y la muerte sobrevenidos a sus causas habituales. Hasta tal punto fue así, que algunas de las cruzadas anteriores quedaron suspendidas a la espera de la nueva normalidad. Nadie sabe aún en qué consistirá y como se manifestará de manera definitiva.
Para ser fieles al túnel del tiempo, vuelven a nuestros mapas rutas conocidas que marcan caminos ya transitados con las mismas añoranzas e idénticas oportunidades. Como la que ha devuelto la sonrisa al independentismo alicaído en forma de Pegasus. El espía que alguien hacía colar en determinados móviles a partir de un simple mensaje y delataba opiniones, contactos, información y todo cuanto se moviera en torno a quien se quisiera controlar aunque estuviera en la nube. Obviamente nadie susceptible de dar la orden de comprarlo y aplicarlo y que debiera asumir alguna responsabilidad en nombre del estado se ha dado públicamente por aludido pero sí que se ha conseguido algo más que la fotografía de Puigdemont y Junqueras juntos aunque ni revueltos ni siquiera próximos en la táctica a seguir a partir de ahora.
La trascendencia de lo intuido ha recuperado el llamado teorema Forcadell. El que ante una de las múltiples crisis del secesionismo identificó quien era presidenta de la ANC antes de serlo del Parlament y que sostiene que cuando el independentismo se revuelve inquieto contra sí mismo llegan para ayudarle a recuperarse un error, una filtración, una decisión mal aplicada por el propio estado temeroso.
Tal demostración, por enésima vez, evidencia que ese mismo estado que busca blindarse ante las inquietudes rupturistas no encuentra la manera ni acierta en la fórmula. Y los hechos, aunque disimulados, le presentan como un organismo zafio en las formas e indolente en el fondo. Una maquinaria que malgasta el dinero público en productos que, por reprobables, cuando menos deberían quedar a salvo de cualquier atisbo de transparencia contraviniendo sus propias leyes y sus reiteradamente cacareados principios. Por lógica y en legítima defensa, invita a los maltratados a insistir en usar los conceptos habituales de la represión y sus métodos.
Queda por ver si la hasta ahora impermeabilidad europea a tales acusaciones se perderá por un poro inesperado que facilite la entrada de la humedad generada por las denuncias a presentar. De momento, la jornada de la gran acusación pública en Bruselas coincidió con la constitución de una comisión de investigación del Parlamento europeo. Allí, Carles Puigdemont podrá contrastar su posición con la de Juan Ignacio Zoido casualmente ministro de Interior cuando el virus tecnológico inició sus fechorías.
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