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Reportaje:HISTORIA

Benjamín vive en Portbou

Fue en Portbou en 1940. El filósofo judío alemán llegó a la frontera española huyendo de los nazis con un visado para Estados Unidos. Allí fue detenido, allí falleció. La versión oficial habla de suicidio, pero las dudas nunca se han despejado. Una película recupera la historia.

Lola Huete Machado

Nacido en 1892 en Berlín, la vida del pensador judío alemán Walter Benjamin se extendió, entre literatura, filosofía, traducciones, ensayos artísticos y viajes, hasta el 26 de septiembre de 1940. Ese día murió. Estaba solo. Huía. Sucedió en Portbou (Girona), un pueblo de la frontera franco-española que apenas un año antes parecía un cementerio; que había vivido la salida masiva de republicanos camino al exilio; que había sufrido la última batalla, el asedio y los bombardeos de las tropas franquistas sublevadas a punto ya de cuadrar su círculo victorioso.

"Perderse en una ciudad como se pierde uno en un bosque requiere de una educación", dejó escrito Benjamin. Y en su Libro de los pasajes reflexiona sobre la figura, tan parisiense, del flâneur, ese flanear, vagar por las calles, callejear sin rumbo, sin objetivo, y sumirse en un estado inexpresable, salpicado de sentimientos y emociones imprecisas. Y eso es lo que hace el director bonaerense David Mauas, de 37 años, en su primer largometraje, titulado Quién mató a Walter Benjamin…, que se estrena ahora: perderse en Portbou sin más. Mauas coge la cámara, y rueda, y rueda. Deja hablar a los que escucharon un día la historia en boca de otros, a los que la vivieron en aquel tiempo y la recuerdan.

"Será en un pueblo de los Pirineos en el que nadie me conoce donde mi vida se acabará. Le ruego lo transmita a mi amigo Adorno"
"Iba con mi madre y vi pasar la camilla con el muerto; se le caía el brazo, estaba aún fresco"

Graba por y entre sus calles y sus plazas, a lo largo de la carretera serpenteante que desemboca en lo que bien podría haber sido sólo una cala de pescadores, a través de los despachos de aduana vacíos (cerraron en 1993) que cambiaron su fisonomía y su destino. Muestra Mauas la playa, la costa, las gaviotas, el mar, los rostros de este pueblo catalán que apenas suma hoy 1.500 habitantes (antaño rondó los 5.000). El primer lugar habitado tras la frontera, crecido al calor del ferrocarril que conecta con Francia, pero al que Benjamin no llegaría en tren; que se convirtió en sitio de paso, pero que el filósofo berlinés nunca conseguiría traspasar.

Collados y montañas enmarañados de senderos clandestinos; un campo de fortificaciones republicanas, franquistas, alemanas, nacidas del miedo y el ardor totalitario de la época. Un paisaje sobre el cual, sin embargo, el filósofo nunca podría escribir. Y si lo hizo Benjamin fue en unas pocas frases y a través de terceros. "En una situación sin salida no tengo más opción que ponerle fin. Será en un pequeño pueblo de los Pirineos en el que nadie me conoce donde mi vida se acabará. Le ruego que transmita mis pensamientos a mi amigo [el filósofo Theodor] Adorno y le explique la situación en la que me ha encontrado. No me queda tiempo suficiente para escribir todas las cartas que me hubiera gustado". Esto es lo que dejó escrito para la historia una mujer, Henny Gurland. Esto es lo que ella afirma que le dijo Benjamin en sus últimos instantes (¿enfermo del corazón?, ¿exhausto?, ¿vigilado, quizá?). "Benjamin me confesó que la víspera por la noche, hacia las diez, había ingerido grandes cantidades de morfina y que yo debía tratar el asunto como una enfermedad. Me entregó una carta para mí y para Adorno, y luego perdió el conocimiento… Llamé a un médico, que hizo constar derrame cerebral", lee el historiador Rolf Tiedemann. Así, ella es el único testigo de la agonía de Walter Benjamin. De su testimonio, y del hecho de que el pensador alemán mostrase su deseo de morir en 1932, nació la versión oficial, la del suicidio. Versión que no todos comparten.

"Podemos pensar que ella reconstruyó los hechos correctamente, pero no podemos estar seguros", afirma Bernd Witte, historiador de la Universidad de Düsseldorf. Gurland y su hijo Josep, de 17 años, formaban parte del grupo (unas siete personas) que acompañó a Benjamin en su viaje de huida a través de los Pirineos, por la llamada ruta Lister. Judío asimilado, de familia comerciante acomodada, pensador ecléctico, inclasificable, antiacadémico, izquierdista, amigo de los pensadores de la Escuela de Francfort, filósofo de los extremos; que se ocupó del marxismo, del arte, de Goethe, de los medios de comunicación; considerado una "de las personalidades más fascinantes del siglo XX", Benjamin había perdido la nacionalidad alemana en 1939, había estado internado dos meses en un campo, buscaba el modo de salir hacia EE UU… Dejó París, buscó embarcar en Marsella. Sin éxito. "Llevaba siete años de exilio. Y aquel 1940, cuando el ejército alemán rondaba por todas partes, cuando sólo Gran Bretaña resistía y Estados Unidos aún era neutral… Las democracias estaban desamparadas, y eso para él, que era un demócrata, representaba una profunda sensación de desconfianza. Benjamin sintió que tenía razón cuando dijo que la historia va hacia atrás como el ángel de Paul Klee", asegura Stephane Hessel, amigo del filósofo, uno de los testimonios (incluidos los de expertos como Tiedemann, Narciso Alba, Gary Smith, Witte, Stephane Moses…) que aparecen en el filme.

Tenía Benjamin visados de paso para España y Portugal. "Le faltaba el permiso para salir de Francia, por eso lo hizo ilegalmente", afirma Tiedemann. Poseía otro para trasladarse a Estados Unidos; saldría en barco desde Lisboa. Pero nunca lo logró. ¿Dinero, chantaje, un hombre enfermo que impide al grupo seguir camino? Al parecer, una nueva legislación en España le impide continuar. Y todo terminó ahí para el gran teórico de la modernidad, en una fonda del centro de Portbou llamada hotel de Francia, hoy Casa Alejandro; especializado en paellas, según reza el cartel. Del resto de viajeros no hay rastro. "Si Benjamin cayó en Portbou no fue por ser importante, sino porque cayó dentro de la maquinaria", dice David Mauas.

El director argentino investiga la muerte de Benjamin desde 2001. "Cualquiera que haya estudiado comunicación, arte, cine, traducción, lenguaje o pensamiento filosófico se topó alguna vez con Benjamin. Mi primera incursión, en la Academia de Artes de Jerusalén, fue a través de La obra de arte en la era de su reproductibilidad técnica, texto obligado y clave a la hora de intentar aprehender el destino de la realización artística como resultado del progreso tecnológico", dice. Cuando se traslada a vivir a Barcelona y descubre que el filósofo está enterrado unos kilómetros al norte, nace su obsesión por saber lo que realmente sucedió.

¿Se suicidó? ¿Enfermó? ¿Fue asesinado por ser judío en una época en que los nazis campaban también por España? "Lentamente fue cristalizando una figura clara. La muerte de Benjamin en Portbou no era sólo el fracaso de un personaje ilustre, sino la representación de toda una generación de refugiados que intenta salvarse del nazismo. Pero también eran las heridas de una guerra fratricida, la ocupación, las represalias, la corrupción… Tenía ante mí la posibilidad de trazar la confluencia de dos encuentros violentos que marcaron el siglo XX: la II Guerra Mundial y la Guerra Civil". Así, el equipo de Medianimación y Milagros Producciones se puso en marcha. Ruedan en Berlín, en París…, y en Portbou durante 20 días de septiembre de 2004: "Colaboró todo el pueblo". Hicieron la película como "en piezas de un rompecabezas que van coincidiendo…". Y en un momento dado, Mauas se da cuenta de que no hay documentos tangibles que prueben nada: "Nadie ha visto nunca ninguna carta de suicidio, aunque la señora Gurland le diga a Adorno: 'He aquí lo que Benjamin me entregó". ¿Existe algún original que lo demuestre?, va preguntando Mauas a unos y a otros. "No, no", responden otros y unos.

"Y comprendo que es igual de valioso el testimonio oral de un vecino que el de un investigador que se basa en un documento… inexistente". Nace el título de la película, Quién mató a Walter Benjamin… "Sabemos que no hay respuesta, que no se trata sólo de reconstruir una muerte; que el juego es ver qué pasa en el camino, qué es lo que descubrimos, retratar el escenario del crimen…". Portbou se convierte así en protagonista del filme.

Por boca del médico Santiago Vancells, del forense Narcís Bardalet, del aduanero Francesc Rosa -"¿nazis en Portbou?, ¡noooo!"-, del historiador Alfons Romero -"investigar el pasado sigue siendo difícil; abundan los expedientes desaparecidos, las puertas de instituciones cerradas…"-, de vecinos como Lluís Novel, Marian Roman, Nati Peral, Anna Caixas, Simò Granollers o Pere Calderer, sabemos de la existencia de algunas personas fundamentales en esta historia. En el Portbou de antaño vivió Juan Suñer, dueño del hotel de Francia -"preparaba las mejores patatas fritas de Girona"-, quien tras la derrota nazi partió a Venezuela; de un cura franquista, mossèn Freixa, que cobra 93 pesetas por cinco años de alquiler de un nicho para Benjamin, el 563 -"si hubiera sido suicidio no lo habría dejado enterrar en tierra sagrada, sino al otro lado con los apóstatas y proscritos…"-; de alemanes que pululan aquí y allá -"camuflados como agencia de transporte o aduanas"-; de dos médicos, Pedro Gorgot y Vila Moreno -"coincidían a comer en el hotel Comercio y se insultaban, siempre a la greña…"-. Se sustituían uno al otro. Benjamin murió en jueves. Y el doctor Vila Moreno se marchaba a Figueres cada jueves. ¿Se encargó entonces Gorgot del extranjero enfermo? Sí. "El doctor Gorgot era hombre de mucho carácter", recuerdan dos jubilados, Josep Valls y Pere Roura. "Era jefe de la Falange", dice otro. "Había al menos un funcionario de la Gestapo en Portbou, controlaba e informaba sobre los que pasaban", señala un historiador. "Había control férreo de todo el que llegaba".

Una factura de hotel a nombre de Benjamin resume los gastos de su trágico paso por Portbou: un total de 166,95 pesetas. Así desgranado: "Cuatro días de habitación, cinco gaseosas con limón, cuatro conferencias telefónicas, farmacia, vestir difunto, desinfectar, lavar colchón, blanquear". El doctor Vila firma el acta de defunción, el 27 de septiembre. Hay también un recibo médico: "75 pesetas por cuatro visitas, inyección, toma de presión arterial y sangría al viajero don Benjamin Walter".

"Yo iba con mi madre al mercado y vi pasar una camilla. El muerto iba tapado con una manta y se le caía el brazo, estaba aún fresco; se paraban, metían el brazo dentro y seguían camino al cementerio", recuerda Calderer. Todo, concluye la película de Mauas, se hizo rápido, sin seguir los procedimientos, como si se quisiera tapar o blanquear lo sucedido. Suñer muere en 1981; Vila Moreno, en 1962; Freixa, en 1949; Gorgot, en 1972. El hijo de Gurland no recuerda. Los que podrían aclarar la muerte no lo hicieron. "Quisiera ver con los ojos que vieron", asegura Mauas. "Pero buscar y no encontrar también es una respuesta", concluye.

Walter Benjamin está siempre presente en el filme, aunque su imagen apenas aparece. Habita en otros, en sus recuerdos o su imaginación; en el deseo de los visitantes que llegan hoy a Portbou y preguntan por el monumento al filósofo. Se titula Passages. El artista judío Dani Karavan lo construyó en su memoria: unas escaleras que van a dar al mar y hablan de horizontes y viaje. "En un buen cuento siempre encontramos algo que pueda servirnos", dejó escrito Benjamin para la posteridad.

'Quién mató a Walter Benjamin…', 6 de octubre. Institut Français, Barcelona.

La estación de ferrocarril de Portbou hoy
La estación de ferrocarril de Portbou hoyImágenes del filme

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País

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