Scola, la angustia de la leyenda
El líder de Argentina reivindica su decisiva aportación en la pista y reniega del papel de tutor en el que le encasillan a sus 39 años
Cuando Argentina despertó al baloncesto Luis Scola ya estaba allí. Y ahí sigue. El último superviviente de la Generación Dorada ha cincelado en China su leyenda acaudillando con ambición a una albiceleste joven que ha sabido reunir todo el coraje de su herencia para volver a la final del Mundial. En Indianápolis 2002, solo la Yugoslavia de Bodiroga pudo derrotar, en la prórroga, a un grupo histórico que acababa de empezar su colección de medallas. La de Scola continúa, de punta a punta, como poco con otra plata.
“Es difícil explicar cómo he llegado hasta aquí. La cuestión es que me da mucha angustia cuando hablo del 99, de Indianápolis 2002... En esta selección hay muchos chicos que no habían nacido cuando yo ya jugaba. Trato de no mirar para atrás para evitar ese vértigo. Aquí estoy, que es de lo que se trata”, tercia el capitán y mvp de Argentina, con 19,3 puntos, 8,1 rebotes y 20,3 de valoración en la estadística y 39 años en el carné.
Números que, más que para presumir, le sirven para afilar su rebeldía congénita. “Lo vivo como un conflicto de intereses, como un dilema interno. Me sigo sintiendo mucho más jugador que consejero”, confiesa. “Me gusta transmitir mi experiencia a los jóvenes y lo hago, claro que sí. Pero reniego un poco de eso. Porque a mí lo que me gusta es, por encima de todo, jugar, hacer cosas dentro de la cancha. Lo puedo seguir haciendo. Por eso, cuando me hablan de aportar valores dentro del vestuario me siento un poco incómodo. Yo acá vine para jugar y para ganar, y en ello estoy”, cuenta con la misma firmeza que ha mostrado en China. Una aventura que ya pronosticó con tiento de visionario.
“Hace dos años ya dije que este equipo me recordaba muchísimo a la generación del 99 y 2000, que despegó con la plata en Indianápolis. Muchos me tomaron por loco. Ahora se ha demostrado que no lo estaba. Estamos en el lugar que estábamos. Para nosotros no es algo inesperado”, repasa.
Scola, el mediano entre dos hermanas, se hizo baloncestista para contar con el orgullo de su padre, que fue jugador amateur. Con 15 años la llamada de la selección juvenil fue el primer abrazo paterno lleno de emotividad y el comienzo del vínculo eterno con la albiceleste. Quedaba poco para que el chico emigrara. Salió de casa a los 18 y ya lleva “más tiempo fuera que dentro”. 21 años en los que ha recorrido cinco países, de España —Gijón (1998-2000) y Baskonia (2000-2007)— a China, pasando por la NBA, en la que jugó una década repartida entre Houston, Phoenix, Indiana y Toronto. En dos temporadas en las filas del Shanghai Sharks tuvo tiempo para aprender 800 palabras de chino mandarín con las que se ha defendido con creces en este Mundial que ha preparado a conciencia.
“La selección es lo único que tengo ahora. Luego ya veremos”, confiesa antes de explicar que se quedó sin equipo “adrede” para machacarse con libertad y obsesión para la cita con la albiceleste. “El éxito es prepararte a conciencia y vaciarte en esa preparación. Se gana o se pierde en ese proceso, no en el partido”, explica. “No hay que soñar con los objetivos. Hay que entrenar y entrenar para perseguir los sueños”. Una exigencia que instauró en la camada del 90.
“Nos muestra el camino siempre, con profesionalismo y liderazgo. Antes de empezar, nos puso las semifinales como objetivo mínimo y le miramos medio raro, pero mira dónde estamos. Amamos seguir a nuestro líder”, dice Campazzo. “Es una bestia. En la cancha es muy competitivo. Siempre quiere más y tira de todos. Y él aprovecha que somos jóvenes y corremos mucho”, suma Laprovittola. El elogio también llega del rival. “Luis está increíble. Le ves subiendo el balón de lado a lado... La energía y la ilusión que mueve el jugar para un país te empuja así”, cierra Marc Gasol.
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