Maryní Callejo, la visionaria del pop español de la que nadie se acuerda
La descubridora y productora de Los Brincos, Fórmula V o Massiel celebra 80 años retirada, feliz y en el olvido
La condición de octogenario es lo bastante seria como para que semejante efeméride se honre y celebre con todos los honores en la música popular. Constituye una tradición inexcusable, acaso también un ritual. Les encendimos las velas con profusión de retrospectivas y parabienes a Dylan, McCartney, Cohen o al bueno de Brian Wilson, y por supuesto, a nuestros Raphael, Julio Iglesias y Joan Manuel Serrat. Eran todos homenajes merecidísimos. Pero nadie, absolutamente nadie, se acordó el pasado 27 de junio de entonarle el Cumpleaños feliz a María de las Nieves Callejo Martínez-Losa. Ni siquiera de acercarle unos dulcitos a su apartamento en el barrio de El Candado, en Málaga, la ciudad en la que encontró acomodo y refugio desde que hace algo más de 20 años un ictus le redujera la movilidad y la retirase de la circulación.
Y ese olvido, aunque ella sonría y diga que no se lo tiene en cuenta a nadie, es un lapsus colectivo que deja en mal lugar a la familia del pop español, tan grande como ―a lo que se ve― desestructurada.
Puede que ese nombre de María de las Nieves no le resulte demasiado llamativo al común de los aficionados. Pero si lo rebuscamos como Maryní Callejo en los créditos de lo más florido del pop español de los años sesenta y setenta, la sorpresa se torna colosal. No, no hablamos de una figura de culto para deleite del friquismo, sino de la mujer que ejerció como descubridora y productora de Los Brincos, la que dio a conocer al mundo a una tal Massiel o la que empeñó incluso sus ahorros personales para convencer a los incrédulos sobre el inmenso potencial popular que atesoraban los cándidos himnos veraniegos de Fórmula V.
Hablamos de una de las escasísimas personas de confianza del joven Juan Bravo, desde siempre conocedor de su propio talento y amigo de ir por libre. De la arreglista de Un beso y una flor, esa obra de arte que consagró de manera imperecedera al malogrado Nino Bravo. De la reinventora de Los Relámpagos, Marisol o, a partir de 1978, Mari Trini, gracias al giro copernicano que supuso el álbum Solo para ti. Y, sobre todo, de la gran valedora de Rocío Dúrcal durante toda su etapa de madurez, un periodo en el que se erigiría no ya solo en directora musical, sino en una integrante más de la familia que la célebre intérprete de rancheras había fundado con el también cantante Antonio Morales, alias Júnior.
Callejo es una pionera en toda la extensión del término, que en su caso a buen seguro se quede corto. Se erigió en la única gran figura femenina en los albores de la música popular española, donde ni se conocían ni se practicaban el empoderamiento o la sororidad. Nadie concebía en la balbuceante y timorata industria discográfica de los años sesenta que una mujer desempeñase una función distinta a la del secretariado, pero María de las Nieves jugaba en otra división sin ser ni siquiera ella misma del todo consciente. Y buena parte de la culpa la tuvo Augusto Algueró, que descubrió por casualidad a Maryní en un grupo juvenil, Los Brujos, y se empeñó en incorporarla a la editorial familiar, Canciones del Mundo, donde el nuevo fichaje pasaría a compartir pupitre con un talentoso músico jerezano, Manuel Alejandro, que no tardaría en convertirse en compositor de cabecera de Raphael.
De formación estrictamente clásica, Callejo no tenía nada claro qué demonios podría aportar en aquel entorno de “música ligera”. A ella la habían descubierto en el vecindario de la madrileña calle Ferraz, un entorno distinguido incluso en los paupérrimos años cuarenta. “Esa niña suya canta muy bien”, le insistían de portal en portal a la madre de Mari Nieves, que acabó llevando a la chiquilla al Conservatorio con solo seis años. Nadie manejaba entonces conceptos como “oído absoluto” o “capacidades especiales”, pero aquella muchacha había nacido con esos dones. “Es verdad. Finalicé los 29 cursos de la titulación superior de Música en solo nueve años, desde los seis hasta los 15″, ratifica por teléfono sin un ápice de jactancia, con la misma naturalidad que aplica para relatar muchas otras circunstancias vitales excepcionales.
El destino le tenía reservado a la pizpireta Callejo un súbito giro de guion el día que don Augusto le pidió que “echara un vistazo” a un cuarteto juvenil sobre el que no paraban de llegarle buenas referencias. Se hacían llamar Los Brincos y ensayaban en Iberofón, unas instalaciones en Alcorcón, a las afueras de la capital. “Ni siquiera sabían escribir música, pero eran tan tiernos y buenos y guapos…”, rememora la que habría de convertirse en su madrina. “Al principio pensé en ayudarles al menos a transcribir las partituras, para que pudiesen inscribir las canciones en la SGAE. Pero en aquel ensayo se pusieron a practicar su canción Cry y yo, en efecto, rompí a llorar. Aún hoy me pasa casi todas las veces que la escucho…”.
Callejo se erigió al instante en la “quinta Brinco”, la George Martin particular de la única banda española que osó rivalizar en talento y audacia con sus homólogos de Liverpool. Como hiciese con los Beatles el distinguido productor londinense, Maryní grababa los pianos, celestas o clavicémbalos en las sesiones de grabación, arreglaba todo el repertorio (recuerden: Flamenco, Borracho, Un sorbito de champagne, Mejor…) y asumía la coautoría de no pocas canciones.
El director de la discográfica Zafiro, Esteban García Morencos, la llamó a capítulo cuando descubrió que se había gastado 60.000 pesetas de la época para la grabación del homónimo primer elepé de la banda, en 1964. “Ahora ya no tiene remedio, pero que lo sepas: se acabaron Los Brincos”, le advirtió con gesto severo mientras ella apenas podía controlar las lágrimas. “Pero el éxito fue tan colosal que para el siguiente disco, Los Brincos II, nos enviaron a los estudios SAAR de Milán, ya sin restricciones de presupuesto”, se carcajea.
Maryní era ingenio, talento natural, frescura… y puro desparpajo. Los integrantes de Los Brincos tenían debilidad por los sándwiches de la cadena Rodilla en Callao, y ella montaba en su Seat 600 a los cuatro músicos y a su “técnico de cables” para acercarlos hasta la céntrica plaza madrileña. “Ya, ya sé que éramos seis en el coche, pero los guardias urbanos de entonces solían hacer la vista gorda con ese tipo de cosas”, detalla la artista en sucesivos mensajes de WhatsApp, una aplicación de la que le encantan los emoticonos.
Entre los muchos otros hitos que acredita, su empeño en consolidar a Fórmula V (Cuéntame, Tengo tu amor, Eva María, Vacaciones de verano…) quizá sea el más fascinante, sobre todo porque el éxito del quinteto que lideraba Paco Pastor fue en gran medida fruto de su testarudez. Nada más fichar por Philips, a Maryní le encomendaron abanderar a este grupo madrileño y encargó un primer sencillo al compositor José Nieto, ya célebre entonces por sus bandas sonoras. Aquella pieza, Mi día de suerte es hoy, que pretendía remedar el estilo de The Walker Brothers, fracasó con tal estruendo que nadie quiso asumir la grabación de un segundo single. Callejo no solo encargó un puñado de nuevas canciones al tándem José Luis Armenteros/Pablo Herrero, sino que se hipotecó pagando de su propio bolsillo una publicidad en la revista estadounidense Billboard para reflotar el proyecto. Moraleja: sin el empeño de esta mujer, muchas de nuestras “canciones del verano” quizá nunca hubieran existido.
Además, Maryní organizó el primer concierto de la historia de Massiel (1966), en el Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid; dio a conocer a magníficos artistas hoy casi olvidados —Daniel Velázquez, la coruñesa Tara—, compuso a cuatro manos junto a Juan Pardo, participó en el nacimiento del dúo infantil Enrique y Ana y se involucró tanto en la carrera de Rocío Dúrcal (a la que ella siempre se refiere por su nombre real, Marieta) que los hijos de la cantante aún hoy la llaman “Tita Mini”. Con una trayectoria de estas dimensiones, Maryní Callejo debería ser mito e icono, pero, más allá de un premio honorífico de la SGAE en 2003, poco se ha hecho por reivindicar su figura.
Un joven musicólogo de la Universidad Complutense, Marco Antonio Juan de Dios Cuartas, avanza en la elaboración de una tesis doctoral, y queda tal vez la esperanza de que alguna editorial especializada en pop español aborde una biografía en condiciones. Pero Maryní, pese a las secuelas del ictus, conserva la memoria, la coquetería y el buen humor, además de una tenaz alergia a cualquier tipo de reproche. “Lo importante es que siempre he terminado siendo amiga de los artistas con los que trabajaba”, repite. Y lo refrenda uno de esos memes digitales que tanto gusta de wasapear: “No importa por dónde caminas. Importa descubrir la belleza del camino”.
Babelia
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