José Luis Perales, el éxito eterno de un músico que siempre camina de puntillas
Las reacciones al bulo sobre la muerte del artista conquense constata la admiración que le brindan varias generaciones, mientras trabaja “sin fecha” y sin prisas en una nueva colección de composiciones
Durante tres o cuatro largas horas, medio mundo dio por hecho que José Luis Perales, de 78 años, había fallecido. Fue la noche del pasado 7 de agosto, cuando docenas de tuiteros se lanzaron a improvisar sus panegíricos para despedir al magno autor de ¿Y cómo es él?, Porque te vas o Un velero llamado Libertad. Tuvo que ser el propio interesado quien, con gesto entre estupefacto y molesto, grabase con el móvil un desmentido en plena calle Reeves Mews, a un paso del Hyde Park londinense, avalando su óptimo estado de salud y confesando que el bulo le había sorprendido mientras cenaba con su familia en la capital británica.
¿Un descomunal absurdo? En efecto: así es la vida (y la muerte) en nuestra muy avanzada y comunicada era posindustrial.
Además de los ingredientes grotescos, el episodio del lunes ha servido para evidenciar al menos un par de circunstancias relevantes. La primera y más evidente, la facilidad con la que, en tiempos de viralidades digitales, podemos propagar entre miles de personas una noticia falsa que muchos difundirán sin la más elemental verificación. Y la segunda y más alentadora, la admiración sincera que despierta un artista inusual, por discretísimo, y de la que ha podido ser conocedor directo gracias a esta sobrevenida condición de resucitado.
El cantautor conquense, fiel a su proverbial alergia a todo protagonismo que no se corresponda estrictamente con su actividad artística, ha preferido no hacer declaraciones a EL PAÍS sobre este “desagradable asunto”. “Después de este lío, al que tampoco quiere dar más importancia, estará desconectado una buena temporada”, avisa su hijo y representante, Pablo Perales, que pospone cualquier aparición de su progenitor “hasta el momento en que tenga nueva música, que es lo verdaderamente real e importante”. Nada sorprendente, a sabiendas de que el artista del pequeño municipio de Castejón aborrece el ruido y jamás ha buscado notoriedad en su vida cotidiana.
Lo relevante está en esas mismas palabras, aunque haya que leerlas entre líneas, y se materializará más pronto que tarde. El cantautor trabaja “sin fecha” en una nueva colección de composiciones propias, una labor que había orillado en los últimos años. Y avanza en el proyecto sin prisas, “pero con muchas ideas”. Es decir: con las musas reactivadas y de regreso al bloc de notas.
Faceta literaria
En ese afán por moverse de puntillas, ajeno a los resortes de la vanidad, Perales ni siquiera se ha jactado de su sobrevenida faceta literaria, de lejos la actividad creativa a la que más horas ha dedicado a lo largo de esta última década. Mientras su última colección de canciones originales, la excelente Calma, se remonta a 2016, en este periodo ha alumbrado tres novelas casi consecutivas, La melodía del tiempo (2015), La hija del alfarero (2017) y Al otro lado del mundo (2020), de corte entre costumbrista y autobiográfico, acogidas con la sorpresa de quienes no tienen que limitarse a aplicar una diplomática indulgencia.
“En realidad, esas novelas son una continuación natural de su extraordinaria labor como compositor y letrista”, anota Alberto Marcos, su editor en Penguin Random House. Emotivas, líricas y sentimentales, enmarcadas en esas coordenadas manchegas que tan familiares le resultan, Perales sorprendió por su condición de escritor más solvente que párvulo. “Son novelas corales en las que se mezclan las historias de amor y familia, llenas de personajes maravillosos y escritas con la misma pasión y humanidad que sus canciones”, concluye el responsable de la editorial.
Marcos nació en los años setenta, la misma década de los hijos de Perales, y refrenda la pasión intergeneracional que suscita cada vez más la obra del conquense. Solo así se explica, por ejemplo, el éxito que Elefantes han obtenido con su versión de Te quiero, registrada en 2015 en compañía de Sidonie y Love of Lesbian (“otros admiradores totales”) y desde entonces una baza infalible en los conciertos de los barceloneses. Shuarma suele advertirlo desde el escenario, antes de cantarla: “Esta canción no es nuestra, ¡ya quisiéramos! Es de un autor inalcanzable”. Inalcanzable y eterno entre nosotros, por mucho que en Twitter –o en X– le tacharan esta semana durante algunas horas del reino de los vivos.
Un hombre sigiloso
Al contrario que otros compañeros de oficio y generación, mucho más dados al estruendo, José Luis Perales Morillas ha tenido que verse en la pintoresca circunstancia de esta “muerte en vida” para abandonar por unos minutos su sempiterna y anhelada condición de hombre sigiloso. Nada que ver con el ya desaparecido Camilo Sesto (que hoy sumaría 76 primaveras), envuelto en un estruendo permanente, o con el perfil mediático y eternamente ceñido a la primerísima persona que encarnan Julio Iglesias o Raphael, hijos ambos de la generación del 43, aunque el primero no adquirirá la condición de octogenario hasta septiembre. Incluso las dos mitades del Dúo Dinámico, los afables y modosos Manuel de la Calva y Ramón Arcusa, ambos de 86 años, han ejercido de artistas más mediáticos que Perales, un tímido de manual al que su madre, de veinteañero, le repetía, contrariada: “Qué bonitas canciones haces, qué pena que nadie las conozca”.
Al final las hemos conocido, vaya que sí, pero nunca por motivos extramusicales. José Luis siempre se sintió más compositor que intérprete, pero debutó como artista en solitario hace justo medio siglo con la extraordinaria Celos de mi guitarra y ya no se bajó de los escenarios hasta abril de 2022, cuando su gira Baladas para una despedida bajaba para siempre el telón en Montevideo (Uruguay). Era una manera de explicitar su agradecimiento por el mercado al otro lado del océano. “Latinoamérica me abrió tanto, tanto, las puertas que ya se olvidó de cerrármelas”, había resumido, con ese azoramiento tan suyo, cuando emprendió su penúltima gira, la de 2016.
Un repertorio descomunal
En este medio siglo hay que contabilizar dos docenas de álbumes propios, discos enteros para otros cantantes (imposible obviar los casos de Rocío Jurado, Isabel Pantoja o Raphael) y cerca de 600 canciones con su rúbrica; entre ellas, un puñado de clásicos imborrables (Y te vas, Quisiera decir tu nombre, Cosas de Doña Asunción…), algún éxito puntual más difícil de reivindicar con los años (Que canten los niños) y hasta curiosidades de encargo, como la letra de la sintonía de la serie televisiva Érase una vez el hombre o Baila con el hula-hoop, aquella celebérrima coreografía con aro en la cintura que el dúo Enrique y Ana popularizaron en 1979.
Este repertorio valiosísimo y descomunal asegura la solvencia económica de los herederos de Perales durante varias generaciones (los derechos de autor no se extinguen hasta 70 años después de la muerte del titular), y ha figurado durante años entre los más prósperos de la SGAE, en reñida pugna con las obras de Joaquín Rodrigo y Alejandro Sanz, sobre todo a raíz de la eclosión mundial de Corazón partío, en torno al cambio de siglo. La discreción que caracteriza todos sus movimientos hizo que Perales ni siquiera hiciese pública su marcha de la SGAE, que decidió a raíz de que trascendiera el escándalo conocido como La rueda, las maniobras de un grupo de autores poco relevantes para obtener grandes ingresos con las emisiones televisivas de música a altas horas de la madrugada. Aquellas triquiñuelas enfurecieron al autor de Te quiero, decepcionado ante un ejemplo clamoroso de picaresca y gestión descuidada. Pero, como de costumbre, prefirió cerrar la puerta sin hacer el menor ruido.
Babelia
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