La vida tragicómica de Maximiliano Calvo, el músico al que se le caen los estribillos del bolsillo
El argentino afincado en Madrid debuta con ‘El gallo’, un disco de historias peliculeras
Persuadir a tu pareja sobre las bondades del poliamor. Circular por la M-30 madrileña más concentrado en el dolor por una pérdida sentimental que en el tráfico. Amar secretamente a un amigo y no reunir agallas para confesárselo. O acudir a una fiesta pija aunque solo sea para evaluar diseños y calidades de los mocasines italianos que luce la clientela masculina. He aquí cuatro de las tramas argumentales que confluyen en las canciones de El gallo, el primer elepé de un argentino de 30 años afincado en Madrid desde 2018. Bien se ve que Maximiliano Calvo no es hombre de imaginarios arquetípicos, pero su propia vida tampoco tiene nada de convencional. Esta es la historia de un pibe tenaz e hiperactivo que no comienza las canciones por la letra ni por la música, sino por el título. Y que guarda en el cajón una primera novela de 405 páginas, Los hombres gordos, que no escribió en el ordenador o a mano, sino en las notas de texto de su móvil.
En él se diría pintoresco todo. Incluso la partida de nacimiento, que incluye un segundo nombre que debemos atribuirle a una innovadora travesura paterna. “Cuando fue a inscribirme, mi viejo decidió que figurase en el registro como Maximiliano Exequiel, con equis en lugar de zeta. No reparó en que estaba poniéndome un nombre más propio de una soft porn”, anota entre risas. Pero esa transgresión bautismal acaba por hacerle justicia a un tipo irónico, ocurrente y burlón, uno de esos creadores en los que la frontera entre la persona y el personaje es una línea fuertemente difuminada.
– ¿Son autobiográficas sus canciones?
– Casi todo lo que escribo es una mentira autobiográfica. Se corresponde con lo que me gustaría que sucediera en mi vida. Es un futuro lúdico.
– ¿El poliamor, por ejemplo, le ha funcionado?
– Como temática para una canción, sí. Y en la vida real, defiendo que cada cual encuentre una organización amorosa con sus propios requisitos.
Calvo nunca ha tenido reparo en confesar abiertamente su bisexualidad. Lo desliza incluso en una de sus composiciones más desinhibidas, De puta madre (“Me han despertado las obras con la resaca de ayer / No sé si me acosté con un hombre o con una mujer”), y de hecho Bisexual iba a ser el título del álbum. “Fue Leiva quien me persuadió en el último momento de que lo cambiara. Coincidí con él en México, en la Fiesta del Infierno, y me espetó: ‘Es un título superantiguo, por qué etiquetarte’. Tenía razón, ¡sobre todo porque no quiero que nadie me tome por un pibe anticuado!”. Al final, El gallo figuraba en otra de sus canciones (Cuando canta el gallo) y reunía algunas connotaciones jugosas. “No porque vaya de gallito. Al contrario: me divertía que el gallo acostumbre a vivir con las patas hundidas en la mierda. Además, es un animal que pega unos gritos cuando empieza a amanecer y se va a dormir en ese momento en que todo el mundo se levanta”. Una fierecilla noctámbula, en definitiva. “La noche siempre me pareció mucho más inspiradora. Es el momento en que la gente deja de ser funcional y se vuelve caótica y libertina. Solo a altas horas descubres a los mejores especímenes”.
En realidad, Maximiliano Exequiel es de poco dormir. Cuando aterrizó en Madrid, se amigó de la gente del Café Berlín y comenzó a diseminar desde ese escenario, en horarios golfos, sus lenguaraces composiciones. Antonio Carmona, cantante de Ketama, fue de los primeros en descubrirle y correr la voz. “A este muchacho se le van cayendo los estribillos de los bolsillos”, diagnosticó el cazatalentos de la discográfica Universal que recomendó su contratación. La voz áspera y ese parecido estilístico y hasta en la fisonomía con Andrés Calamaro hicieron el resto. De hecho, Maximiliano ejerció hace apenas tres semanas como telonero del autor de Honestidad brutal en el festival madrileño Noches del Botánico. Se materializaba así una curiosa simbiosis entre iconos animales: el gallo y el salmón.
Calvo no solo asume el paralelismo, sino que lo documenta. “De Andrés era el primer concierto al que me llevó mi padre”, reconoce. “A la salida me preguntó si me había gustado y yo le respondí: ‘¡Me cagaste la vida, viejo!’. Aquel tipo tan embaucador y excéntrico, que no se parecía a nadie, se convirtió en una imagen grabada muy fuerte en mi cabeza”. Luego llegarían The Doors y The Beatles, claro. Y un paisano ilustrísimo, Fito Páez, cuya estampa en forma de póster lució muchos años en su habitación. Aunque el vínculo afectivo se haya resquebrajado por un desdichado episodio profesional.
Sucedió hace un par de años, cuando Netflix planteó a Páez una serie sobre su vida, El amor después del amor, y el de Rosario sugirió a la plataforma algunos nombres para encarnar a los personajes principales. Maximiliano Calvo fue el escogido para meterse en la piel de Charly García y asumió el encargo con tanto entusiasmo que hasta perdió 12 kilos de peso (y él es hombre de constitución estilizada) para acrecentar el parecido físico. Todo parecía ilusionante para un artista novel, pero en el último suspiro, apenas una semana antes de que comenzara el rodaje, Fito cambió de opinión y encomendó el papel de García a otro músico, Andy Chango. Fue un revés grande, por mucho que Calvo procure no ahondar en la herida. “Al final yo no era parte del relato y me parece legítimo, pero hay una sensibilidad rota”, resume, midiendo las palabras mucho más de lo que es característico en él.
El contratiempo simboliza bien, con todo, el carácter tenaz y perseverante de un millennial que no se arredra ante las jugarretas del destino. Le sucedió algo casi peor cuando dio rienda suelta a sus pulsiones literarias y abordó la escritura de Los hombres gordos, la historia de un caballero que siente una irrefrenable fascinación erótica por las barrigas masculinas. Sin dinero para comprarse un portátil, Maximiliano decidió escribirla íntegramente en el móvil, a golpe de dedo pulgar. Solo había un problema: perdió el terminal y cuando quiso recuperar el texto, descubrió que en la última copia de seguridad faltaban cerca de 200 páginas. Solo pudo resignarse y, qué remedio, reescribirlas.
“Todos estos episodios refrendan mi convicción de que mi vida es una tragicomedia constante”, se sincera Maximiliano Exequiel con un suspiro esclarecedor. “Cuando me preguntan si he sentido la crisis de los 30, aviso de que vivo en estado de crisis todo el tiempo. Es algo que trabajo bastante con mi psicóloga, una de las personas a las que dedico El gallo: estoy bastante loco y ella regula un poco esa locura sin hacérmela perder”. Y avisa, tan guasón como de costumbre: “No sé si me hizo mal ver desde chico tantas películas de Woody Allen…”.
— Por cierto, ¿ha empezado a pensar en cómo será su segundo disco?
— Tengo los títulos de sus 14 canciones, así que solo me falta escribirlas.
— ¿Empieza por el título?
— Siempre. Para ser buena, una canción tiene que estar bien bautizada. Algunas de mis futuras composiciones se llamarán Flores de plástico, Barato y romántico o Avión privado. ¿Le gustan?
Babelia
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