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Va, vis et deviens

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- Entre "Va, vive y vuelve" y "Ahora tienes el derecho de llorar", hay el espacio del recorrido del jóven Schlomo, el doloroso aprendizaje de la vida

"Ahora tienes el derecho de llorar". Estas palabras tardíamente dirigidas al jóven Schlomo, el protagonista de la nueva película de Radu Mihaileanu, resumen en un rasgo su recorrido iniciático, el doloroso aprendizaje de la vida que hace eco en el fondo de cada espectador. Y es que la fuerza emocional de Vete y vive [+lee también:
tráiler
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ficha de la película
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 es innegable, al igual que las emociones fundamentales de la existencia, que sólo piden expresarse. Y estas mismas emociones encuentran en el destino tan extraordinario como espantoso de ese niño herido que se transforma en un hombre más acorde con sus propias contradicciones, un incontornable terreno de identificación. Sin embargo, ¿qué hay de menos familiar para el espectador occidental que la epopeya de esoso judíos etíopes, los Falashas, herederos del Rey Salomón y de la Reina de Saba, que emigran clandestinamente hacía el Sudán para que un puente aéreo les lleve hacia Jerúsalem. Estamos a finales de 1984 y 4000 niños, mujeres y hombres mueren en el camino antes de que los supervivientes se amontonen en un campo del Sudán. Ahí, la cámara de Radu Mihaileanu baja lentamente de las montañas y del cielo para hacernos entrar en un torbellino de sentimientos justos y desgarradores, como un exorcismo destinado a desvelar un plano olvidado de la historia, las vivencias de esos niños olvidados. Entre ellos, el que muy rápido volverán a bautizar como Schlomo, que su madre empuja hacia el avión, abandonándole a pesar de sus nueve años de edad y a pesar del hecho de que no sea judío, para salvarle de la miseria y de la muerte que siempre planean en esa región de África. "Los hombres no lloran" y "Vete y vive" ("Vas, vis et deviens"), esas son las últimas palabras de esa madre a su hijo que desembarcará completamente desamparado en un país que nunca fue su tierra prometida. Desde el principio, la película elige como hilo conductor ese amor materno, y su pérdida física simbolizada por las miradas de Schlomo hacia la Luna y su búsqueda espiritual incesante que pasa por otras mujeres que darán, cada una, al niño, al adolescente y luego al adulto una parcela de ese sentimiento universal anclado en lo más profundo del ser.

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Guiado por un guión sutil que deja que el pasado y sus secretos emerjen lentamente, Radu Mihaileanu logra el desafío de tratar frontalmente (y sin nunca insistir en ello) los temas del racismo ordinario, de la intolerancia religiosa y de la integración a una nueva sociedad al mismo tiempo que preserva el respeto de los orígines, de la cuestión palestina y de la herencia de los fundadores de los kibboutz. Pero sobre todo sigue paso a paso el destino excepcional de un ser que descubrirá poco a poco el amor a la vida bajo todas sus formas , desde el secreto compartido con su primera madre adoptiva etíope a la fuerza de carácter de su segunda madre (Yaël Abecassis, perfecta en la alternancia del dolor y de la energía) en su lucha contra los prejuicios sobre el color de la piel, pasando por las relaciones sentimentales con chicas de su edad. Iluminado por unos rasgos de humor salutarios dado el grado elevado de carga emocional, el relato hace muestra de una gran honestidad, quedándose siempre en la sobriedad y respetando los límites de cada personaje, en particular él de un padre adoptivo finamente interpretado por Roschdy Zem. Al hacerse un judío capaz de brillar en todas las justas talmúdicas, Schlomo (interpretado por tres actores muy bien seleccionados) aprenderá a pasar por alto un sentimiento agudo de diferencia que nada podrá borrar jamás, esa experiencia de niño poblada de las sombras de la muerte, ese corazón apenado para siempre por la separación con esa madre a quien escribe sin parar y que espera volver a ver un día. Unas críticas malhumoradas podrían reprochar a la película de caer en un registro lagrimoso, pero no sería hacer justicia a un mensaje humanista sin concesiones, filmado con una modestia, una simplicidad y una eficacia que saben hacerse discretos frente a la fuerza de la historia. Un gran película de un cineasta sin florituras que es también la obra de un ser humano de la mejor especie.

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(Traducción del francés)

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