Puan – Crítica de la película
Del homenaje a la labor docente, nace esta imperdible comedia agridulce que habla de valiosas ideas dentro del aula y la importancia de darles cuerpo fuera de ella.
Dos profesores (de personalidades muy opuestas) se pelean por una plaza en la universidad para impartir la cátedra de filosofía… Al leer esta premisa, sabiendo de antemano que pertenece a una comedia, quizás el público asuma que lo que le espera en pantalla es una formularia buddy film llena de enredos, o mínimo de hilarantes situaciones que remarquen en sus protagónicos una condición de agua y aceite. Sin embargo, la película Puan sorprende al revelarse como algo muchísimo más profundo, donde el “divertido duelo” (así descrito en una sinopsis oficial) entre ambos eruditos es una circunstancia que termina en segundo plano y abre paso a la firme intención de enaltecer la educación pública y la labor docente, a partir de aspectos muy loables, más allá del gag cómico.
En la 71° edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, este largometraje coproducido por Argentina y otro puñado de países fue reconocido con los laureles a Mejor guion y Mejor actor principal, lo cual está justificado sobremanera.
Empecemos por el soberbio estelar, el porteño Marcelo Subiotto, quien interpreta a Marcelo Pena, un profesor ficticio de la Universidad de Buenos Aires (UBA), específicamente de la Facultad de Filosofía y Letras, ubicada en el número 480 de la calle Puan —de ahí el título de la película— en el barrio Caballito. Subiotto cumple brillantemente con lo que el papel le exige: una personalidad reservada, una muy sutil vis cómica y sobre todo una presencia formidable en el aula.
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A lo largo de la cinta, vemos que Marcelo (el personaje) suele callar, observar y moverse presurosa y torpemente por las calles de Buenos Aires, pero cuando está en clase, no hay mejor representación del tipo de orador académico bien parado y que sabe cautivar al auditorio. Uno desde su butaca se siente sumergido en su discurso, en cada escena donde el protagonista aparece evocando a pensadores como Rousseau y Platón. Puan es esa película que de manera muy trillada podríamos definir como “una carta de amor a la filosofía”.
Evidentemente, mucho del mérito recae en el guion coescrito por María Alché y Benjamín Naishtat, quienes asimismo fungieron como directores del largometraje. A partir de la asesoría de expertos en el tema, esta dupla consiguió una claridad y elocuencia irresistible en los monólogos filosóficos de Marcelo. El propio trabajo de cámara y montaje se presta para subrayar esa atmósfera de atención absoluta, en la que el educador tiene enganchados a sus alumnos: rostros fijos, casi perplejos, que no parpadean, alternados con la figura del docente, suelto, confiado y apasionado.
Curiosa que en México, Puan comparta cartelera con Los que se quedan, otra película que posee en su centro a un profesor devoto a su área de enseñanza, con la diferencia de que Marcelo (a pesar de tener también cierto grado de hurañía) sí se gana el interés de los estudiantes. De cualquier modo, ambas cintas coinciden en hablar de los tormentos que se viven al interior de la academia y de la mente de los académicos; en el caso de la producción latinoamericana, con una inclinación a lo político y lo social.
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Estrenada en Argentina en vísperas de las elecciones presidenciales de 2023, Puan aborda sin tapujos la falta de recursos y el destino incierto de la educación pública. Pero eso sí, lo que escasea en fondos y salarios, sobra en espíritu de lucha, que inunda los pasillos de la UBA. La película deviene muy enfática en mostrarla con sus muros tapizados de pancartas y demás materiales de protesta que hacen pensar en cuán hermanadas están las escuelas de filosofía en Latinoamérica.
El trasfondo de precariedad (al que se suman shows sensacionalistas que perciben la lucha feminista como una curiosidad explotable o entornos de la alta sociedad que entienden la filosofía como un mero pasatiempo) enmarca la necesidad de Marcelo de defender la seriedad y el sentido verdadero de aquello que ejerce. Más aún cuando el exitoso Rafael Sujarchuk, un antiguo compañero suyo, se propone adueñarse de la catedra del recientemente fallecido maestro de ambos. Marcelo, ni loco, dejaría el legado de su mentor en manos de un cosmopolita presuntuoso y oportunista que por años estuvo desvinculado de su alma máter. No obstante, al final hay asuntos más urgentes que tratar, al margen de su pequeña (pero simpática) riña.
Otro punto valioso de Puan es su aproximación al modo en que algunos profesores se tornan guías de vida. Al perderlos, sus pupilos experimentan una suerte de desamparo, casi equiparable a si se tratara de una figura paterna. El luto que guarda Marcelo resulta todavía más denso, pues —en palabras de la viuda de su maestro— él es de los que está atado a la universidad “como si ahí se terminara el mundo”. Pero hay todo un mundo allá afuera y la misma película habla de dar cuerpo a las ideas. Toda clase teórica debe ir acompañada de un llamado a la acción.
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