PáginaI12 En Francia
Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
@A diferencia del cine francés, que este año no ha podido lucirse todavía en la competencia oficial del Festival de Cannes, el cine asiático en cambio muestra talento, solidez y diversidad tanto en los nombres consagrados como también en los recién llegados a la Croisette. En estas mismas páginas ya se escribió sobre Tres rostros, el estupendo film del iraní Jafar Panahi, quien previsiblemente no pudo llegar al festival porque las autoridades de su país desde hace nueve años retienen su pasaporte, aunque igualmente se las ingenió para que su nueva película pudiera hablar muy bien por él, ya que está tanto detrás como delante de la cámara. Pero el Lejano Oriente también tiene representantes del más alto nivel en el concurso cannoise, como el japonés Kore-eda Hirokazu y el chino Jia Zhang-ke, dos cineastas mayores, no sólo bien conocidos por los habitués al Bafici sino también –increíblemente– figuras frecuentes en la cada vez más mezquina cartelera porteña.
El caso de Kore-eda es bastante particular en este sentido. Su segundo largometraje, After Life, ganó la competencia internacional del primer Bafici, allá por 1999, y desde entonces parte de su obra posterior más representativa llegó con cierta regularidad a las salas comerciales de Buenos Aires, como la extraordinaria Nadie sabe (2005) y las excelentes Un día en familia, ganadora del premio mayor en el Festival de Mar del Plata 2008, y De tal padre, tal hijo, Premio Especial del Jurado aquí en Cannes 2013. Su nueva película presentada ahora en la carrera por la Palma de Oro se titula Un asunto de familia, que a todo esto bien podría ser el título de todo el cuerpo de obra del director, dedicado constantemente a pintar pequeñas miniaturas de la dinámica familiar.
Pero no de cualquier familia, ni de cualquier modo. Sin ser disfuncionales, al modo en que nos tiene acostumbrados el cine de Hollywood, las familias del cine de Kore-eda siempre tienen alguna particularidad que las distingue, algo fuera de norma. Se diría que esa es la marca de su modernidad para un director que filma de un modo clásico (nunca académico) y que más de una vez ha sido considerado, de modo quizás excesivo, como una suerte de sucesor de Yasujiro Ozu. En su nueva película, que lo devuelve a su mejor nivel, sucede un poco lo que era más evidente en Nadie sabe, donde unos niños abandonados por sus padres constituían su propia familia e intentaban llevar adelante sus vidas sin depender de los adultos. Ahora, los personajes de Un asunto de familia viven juntos, se quieren y se cuidan, pero sus vínculos no son necesariamente de sangre. Hay una abuela, unos padres, una hija adolescente y unos hijos pequeños, pero no todos están relacionados entre sí, salvo por el afecto que los une y los solidariza ante un mundo hostil.
El grupo familiar de la nueva película de Kore-eda pertenece a la clase trabajadora, esa que tan bien supo reflejar el cine clásico japonés que pero después casi desapareció de sus pantallas. La abuela tiene una magra pensión, el padre trabaja ocasionalmente en la construcción, la madre es cajera del supermercado y los chicos... roban. ¿Qué roban? Básicamente comida y productos de limpieza en los supermercados, bajo el entrenamiento y la tutela de los padres, que necesitan de esos pequeños robos para poder llevar adelante su vida cotidiana. El ingreso a la familia de una nena de seis años abandonada por sus padres biológicos servirá, en principio, para que el grupo tenga una nueva cómplice en este peculiar modus vivendi. Pero también les traerá complicaciones con una sociedad que en eso no parece muy distinta a la argentina: mientras los grandes ladrones de guante blanco salen impunes, los pobres son generalmente quienes terminan pagando los platos rotos.
Como el japonés Kore-eda, el chino Jia Zhang-ke también participó de aquel primer Bafici con su legendaria opera prima Xiao Wu (1997), luego ganó la competencia internacional del festival porteño con la que quizás siga siendo hasta hoy su obra maestra, Platform (2000), y mientras la totalidad de su cine se fue conociendo año a año en Mar del Plata y el Bafici, algunos de sus films incluso llegaron tener estreno regular, como The World (2004) y la reciente Lejos de ella (2015). Es indudable: Jia no sólo es el mayor cineasta chino que ha dado su país en las últimas dos décadas sino también el gran cronista de los enormes cambios producidos en la sociedad de la República Popular China en su paso del centralismo de Estado a la apertura capitalista. Y su nueva película presentada ahora en concurso en Cannes, Ash is Purest White (Las cenizas son del blanco más puro), no hace sino confirmarlo.
Como en Lejos de ella, Jia –un cineasta esencialmente moderno– se interna de pleno en el melodrama, un género clásico que tiene una fecunda tradición en el cine de su país y al que el director abraza sin prejuicios pero sin traicionar su propia identidad como autor. A su vez, el transcurso del tiempo ya era el tema central de Platform, lo siguió siendo en Lejos de ella y vuelve a serlo en Ash is Purest White, una historia de amor a lo largo de veinte años, protagonizada por su actriz fetiche, la extraordinaria Zhao Tao, que bien podría llevarse el premio a la mejor actriz del festival.
Aquí Zhao Tao interpreta a una joven enamorada del cabecilla de una banda de mafiosos. Cuando una banda rival ataca a su compañero, ella lo defiende sin dudarlo, con un arma de fuego, un delito que le valdrá la prisión. Tras haber cumplido su pena, sigue manteniéndose fiel a los valores de la mafia y parte en busca de su amante, para descubrir sin embargo que el mundo a su alrededor ha cambiado drásticamente. China cambia a pasos acelerados y Jia parece haber asumido la necesidad de dar cuenta de esos cambios cambiando él mismo, recurriendo al cine de género para sobrevivir en un medio –el cine de su país, el mundo de los festivales, los mercados internacionales– que de otra manera no haría lugar a su obra.
Entre esos dos grandes nombres, también apareció en la competencia oficial de Cannes un nombre nuevo, Ryusuke Hamaguchi, un cineasta japonés que ya había tenido su bautismo de fuego en el Festival de Locarno pero que a partir de ahora pasa a jugar en las ligas mayores. De una generación posterior a la de Kore-eda, Hamaguchi (39 años) presentó Asako 1 & 2, un film contemporáneo pero romántico a la manera decimonónica y casi fantástico por el modo con que juega con la figura del doble.
Las dos partes de esa chica que se llama Asako son en las que se divide su vida amorosa, quebrada en dos cuando el muchacho de Osaka del que está perdidamente enamorada desaparece sin explicaciones. Años después, para su sorpresa, conoce en Tokio a un hombre idéntico al que alguna vez fue su novio. Intentará resistir la tentación, pero se enamorará del doppelgänger, para descubrir sin embargo que el original no está lejos. Cineasta talentoso, capaz de producir grandes escenas con muy pocos recursos, Hamaguchi sin embargo también parece un poco escindido: como su protagonista, se diría que su película también bascula, se pierde un poco de una ciudad a otra, de un personaje a otro. Queda sin embargo la sensación de que la elección del festival fue acertada y que Hamaguchi será un director a seguir.