(Esta crítica fue publicada originalmente en el diario La Nación del 15 de septiembre de 2005)

Las primeras imágenes de El aura muestran a Esteban Espinosa (Ricardo Darín) tirado en el piso de un cajero automático. La cámara se acerca a su rostro y describe su progresiva recuperación luego de un ataque que, poco después, sabremos fue producto de su epilepsia. El antihéroe de este segundo largometraje de Fabián Bielinsky (Nueve reinas) es un taxidermista introvertido y agobiado, casi ausente, que vive en un micromundo dominado por la obsesividad con la que se dedica a embalsamar animales o a recordar lugares, nombres, cifras o detalles aparentemente insignificantes con su prodigiosa memoria temporal y fotográfica.

Esteban tiene una vida mediocre, un trabajo mal pago y una mujer que lo abandona dejándole una fría carta de despedida. Tiene también una fantasía recurrente (dar el golpe perfecto) y un colega, Sontag (Alejandro Awada), que lo convence de acompañarlo a una minitemporada de caza cerca de Bariloche.

Comienza entonces una semana que cambiará la previsible existencia de un ser cobarde y pusilánime, pero que Bielinsky construye -en su doble rol de guionista y director- con una delicadeza, una complejidad y una profundidad que van dejando surgir otras facetas bastante más enigmáticas y desconcertantes. Detrás de la máscara triste y desencantada que ofrece ese excepcional intérprete que es Darín hay un ser capaz de improvisar y de diseñar su venganza contra el mundo.

Espinosa es despreciable y al mismo tiempo sorprendentemente seductor. Bielinsky apuesta a generar una ríspida, filosa, angustiante e incómoda sensación de identificación con el protagonista y -en una trama que en su segunda mitad justamente se centra en un asalto a un camión blindado que transporta caudales de un casino- consigue un pleno.



En los 138 minutos de El aura -título que se refiere al instante previo al ataque de epilepsia, una sensación de libertad, una epifanía, una iluminación que agudiza y amplifica los recuerdos, las sensaciones y las percepciones- conviven dos películas. La primera parte está destinada a describir de manera minuciosa la compleja psicología del protagonista excluyente de la historia, a mostrar su vuelco interior en un paisaje tan subyugante como sobrecogedor como el de los bosques patagónicos. Allí, en un clima hostil que remite a atmósferas vistas en películas de M. Night Shyamalan, John Boorman, David Lynch o Peter Jackson, convivirán en permanente tensión personajes que ocultan pasados llenos de heridas y secretos con la fuerza de la naturaleza, ciervos huidizos o un expresivo lobo que parece entenderlo todo. La segunda mitad gana en ritmo y en acción. Tras un nexo ambientado en un casino que se acerca bastante más al espíritu lúdico y manipulador de Nueve reinas, Bielinsky se sumerge de lleno en el género de acción, con los preparativos y la concreción de un golpe. Aquí, el director nuevamente acierta con un preciso manejo del suspenso.

Bielinsky trabaja las contradicciones y los vuelcos de la propia trama con similares contrastes en la puesta en escena. En medio del rigor, del estilo seco y austero del relato, afloran el humor negro, disparos que resuenan como explosiones en la silenciosa inmensidad de los paisajes, o raptos de visceralidad y crudeza que conmueven al espectador, mientras que a los solos casi minimalistas de piano que dominan la banda musical se les opone al comienzo y al final la fuerza de Antonio Vivaldi.

Darín ofrece una actuación prodigiosa justamente porque debe apostar a la introspección y a la contención, a transmitir sin demasiadas palabras ni gestualidad toda la (aparente) mediocridad, las miserias y el desencanto de su criatura e ir dejando aflorar de a poco las confesiones, las angustias, los miedos y los sueños de un mundo interior que resulta casi impenetrable para el espectador. A las inquietantes aristas de este estudio sobre la tentación, la honestidad y los dilemas morales se suman los guiños, las sutilezas y la solidez de Bielinsky como guionista, su innegable categoría narrativa y la ajustada composición de todo el elenco, en el que se destaca también el inmenso actor uruguayo Walter Reyno (Patrón) como un veterano delincuente.

A nivel técnico, el film es impecable en todos y cada uno de sus rubros. La steadicam de Matías Mesa construye varios planos-secuencia subyugantes, mientras que la cámara y la fotografía de Checo Varese también alcanzan a transmitir en toda su intensidad la angustiante frialdad de un bosque o la mirada desafiante de un lobo.

Así, con esta segunda película, que surgía como un fuerte desafío luego del éxito de crítica y de público, del consenso que despertó Nueve reinas, Bielinsky ratifica su capacidad -bastante infrecuente dentro del cine argentino- para hacer películas extremadamente personales y con un impecable acabado industrial, una historia contada con íntima vocación cinéfila y, al mismo tiempo, con genuina aspiración popular.


Sumate a la comunidad OtrosCines/Club

Las suscripciones son la mejor manera para que las lectoras y los lectores apoyen directamente a los emprendimientos periodísticos independientes y ayuden a sostener un producto de calidad que mantiene el acceso a todos sus contenidos de forma gratuita. Además, se accede a una amplia oferta de beneficios y contenidos exclusivos.

MÁS INFORMACIÓN
SOBRE BENEFICIOS
Y SUSCRIPCIONES