Hace unos meses escuché una canción muy peculiar en Spotify. Me llamó la atención su letra, se notaba que estaba en el límite de ser una canción cómicHace unos meses escuché una canción muy peculiar en Spotify. Me llamó la atención su letra, se notaba que estaba en el límite de ser una canción cómica, sin serlo; una canción de amor, sin serlo; una canción de desamor, sin serlo. Es una suerte de poema contemporáneo cantado, crudo, vulgar, acaso erótico, que va de la ternura al odio y viceversa. Un hombre le canta a su expareja, le reclama, le pregunta por la mascota que solían tener. La canción se llama “Canela”, como la perrita y la interpreta un artista chileno multifacético que se hace llamar “Altoyoyo” o “Alfajorcito”. En la canción hay una frase que se repite casi al final y fue la que me conectó con el artista: “yo quiero ser poeta / no quiero ser rico”. Esta sentencia fue la que tuve en la cabeza desde que inicié la lectura del libro, o mejor, del acontecimiento literario que es “Poeta Chileno”, la novela más reciente de Alejandro Zambra.
Gonzalo y Carla son dos adolescentes comunes y corrientes que se encuentran en su respectivo despertar sexual, pero nunca logran conectarse plenamente; sus citas son incómodas, ásperas. No obstante, tienen su primera vez juntos, aunque para los dos resulta altamente decepcionante. Nueve años después de que sus vidas tomaron rumbos distintos, se encuentran nuevamente y para sorpresa de Gonzalo, quien sigue en su camino para llegar a ser un poeta trascendente en la escena literaria chilena, Carla se ha convertido en madre del pequeño Vicente, un niño adicto a la comida para gatos.
Después de muchas dudas y vacilaciones, terminan conviviendo. Sus vidas no han sido extraordinarias en modo alguno; tal vez los dos se sienten mediocres y perdedores, pero ahora el sexo es mucho mejor y poco a poco sientan las bases de un hogar un tanto extraño, al que se le suma una gata llamada Oscuridad.
Desde ese marco de referencia Alejandro Zambra desarrolla una historia que desborda ternura, recorre los intrincados caminos llenos de cuestionamientos de la maternidad y la paternidad moderna y desnuda las relaciones amorosas que se construyen desde la asimetría: aquellas que avanzan en el tiempo pese a estar cargadas de dudas y preguntas, de esa incómoda manía de comunicarse pasivo – agresivamente que tanto daño hace.
Vicente acepta la presencia de Gonzalo, pero no sabe cómo llamarlo. No es su papá biológico, el desabrido y pusilánime León; tampoco es un amigo, como Gonzalo le responde a la cajera de un supermercado cuando les pregunta acerca de su relación. Vicente buscó en los libros la respuesta y encontró que Gonzalo sería, técnicamente, su padrastro.
El sufijo “astro” es un sufijo despectivo o peyorativo. Se emplea en español para referirse a familiares que vienen de una nueva relación conyugal. También se utiliza para formar sustantivos con significado desdeñoso, como “musicastro” o “poetastro”.
Gonzalo es pues, el padrastro de Vicente y se siente a su vez un “poetastro”. Aspira a ser un poeta de renombre, como los miles de poetas que abundan en Chile, tal como los llamados “quiltros” o perros callejeros, pero sus poemas siempre han estado en un punto medio, ni tan buenos, ni tan malos. Pero Gonzalo se empecina en su gran objetivo, lee, lee mucho. Colecciona libros, estudia y trabaja en lo que puede. Carla por su parte se siente estancada trabajando como secretaria en el bufete de su padre, pero quiere ser fotógrafa, y Gonzalo decide aplicar a becas para mejorar su formación en el exterior.
No se trata de una novela que narra las vicisitudes de una pareja, sino más bien una larga carta de amor que el autor le dedica a la poesía, a la manera en que las letras nos atraviesan y crean relaciones con todo lo que tenemos a nuestro alrededor: el trabajo, el país, la naturaleza, el amor, la maternidad o la paternidad. Es una carta de amor dedicada a un país en el que la poesía es algo ubicuo. La poesía al servicio de la vida. Es la calidad de la luz con la que observamos nuestras vidas, como dijo Audre Lorde.
No puedo explicar lo mucho que disfruté esta lectura. Es un libro rebosante de buen humor, que logra matizar las enternecedoras escenas que narra, porque de lo contrario uno podría llorar constantemente. Es una novela muy bellamente escrita, con alto lirismo sin llegar a ser empalagosa. También es un ejercicio impresionante de creatividad literaria que se apoya en imágenes, puntuación, cambio de narrador y un uso muy sofisticado del lenguaje que me ha llevado a pensar que Alejandro Zambra hace parte de una nueva generación de escritores y escritoras que fácilmente podrían ser parte de un nuevo Boom Latinoamericano.
Por momentos me sentí inmerso en ese mismo torrente inagotable de palabras que es “Los Detectives Salvajes” de Bolaño, el cual se menciona en algunos apartes. Su humor me llevó a pensar en “La Conjura de los Necios” de Jhon Kennedy O´toole, y la contundencia del final me recordó, no estoy seguro por qué, a “Cien años de soledad”. Pero en ningún momento el libro se siente repetido o imitador. Poeta Chileno es una novela brillante y particularmente disfruté las partes en que se pone muy “meta”. Disfruto mucho las novelas que en sí mismas son odas a la literatura, que lo llevan a uno a reconciliarse con las palabras, que nos hacen amar las palabras, que exudan poesía, aunque a veces las palabras nos lleven a lugares tan ambiguos, pero esa es siempre su función, llevarnos y traernos desde y hacia diferentes emociones para darle color a la vida:
Hubiera sido mejor echarle la culpa a la poesía, pero habría sido mentira, porque ahí están esos poemas que acaba de leer, poemas que demuestran que la poesía sí sirve para algo, que las palabras duelen, vibran, curan, consuelan, repercuten, permanecen.
Poeta Chileno podría ser, sin duda alguna un clásico instantáneo y qué mejor que terminar este montón de párrafos atropellados y mal logrados con uno de los poemas más hermosos de la novela:
El viento es un él igual que el trueno y el rayo son ellos pero la nieve (que nunca he visto) y la escarcha (que conozco) y la garúa (que es igual a la llovizna) y la tempestad son ellas la palabra lámpara es una ella igual que la palabra mesa y la palabra palabra y la palabra palta la palabra verano es un él igual que el invierno y el otoño se dice una primavera se dice un terremoto un tatuaje un lunar se dice una peca una cicatriz una herida una lluvia una gota pero un gotero la uña y el cortaúñas la lata y el abrelatas pero el pie y el puntapié la noche y la medianoche el día y el mediodía pero la sombra y el sol el cuerpo y el espacio la mano y la blusa pero el pie y la pisada y el deseo de no jugar nunca más con las palabras y el deseo de no jugar nunca más con las palabras y el deseo de no jugar nunca más con las palabras
De verdad que quedé maravillado y agradecido con esta novela, tan divertida, tan hermosamente escrita, tan rebosante de amor, tan compleja en su sencillez.
Desde hace muchos años tengo claro que no quiero ser rico, lo que no sabía es que dentro, muy dentro de mi había unas ganas inmensas de ser un poetastro.