You must be a loged user to know your affinity with antonio1004
Críticas ordenadas por fecha (desc.)
18 de febrero de 2013
98 de 153 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con la spoof comedy cada vez más desgastada y puesta en entredicho, ejemplificado en las estrepitosas Epic-Disaster-Date Movies, el reducido interés que suscita cada nueva entrega de Scary Movie y la reciente salida a DVD de la temible 30 noches de actividad paranormal con el diablo adentro de la chica del dragón tatuado (Craig Moss, 2013), parecía que el sub-género que formularon brillantemente los hermanos Zucker y Jim Abrahams con Airplane estaba enterrado, cuando de pronto surge Movie 43 (2013) para seguir mutando nuestra manera de ver y enfrentarnos a la comedia.
¿Y qué es Movie 43? No hay más que observar su material promocional para hacerse una idea, pero si dejamos atrás los prejuicios, sorprende encontrar una propuesta tan renovadora y a la vez continuadora de un cierto tipo de humor, concretamente la comedia escatológica de los noventa que encabezaron los hermanos Farrelly con Dos tontos muy tontos (1994) o Algo pasa con Mary (1998), aunque todavía va más allá. Precisamente es Peter Farrelly, una de las mentes detrás del proyecto, el que tras ensayar desde el gag sobre las relaciones en pareja en Carta Blanca (2010) o adaptar el slapstick al cine de nuestros días con Los Tres Chiflados (2012), demuestra estar en plena forma creativa juntando a lo peor de cada casa para hacer la comedia más bruta jamás contada. O al menos intentarlo.
La renovación parte de convertir la propia película en una aparente excusa, la búsqueda en internet de una inventada película prohibida. Lo inesperado; que durante esta búsqueda (tan parecida a la que hacemos en youtube una noche de juerga con los amigos, pero que se torna real) surgen restos, pequeñas películas imposibles, irreales, provocadoras y obscenas, llegadas de otro mundo en el que la comedia es capaz de cruzar su límite con la misma naturalidad de una chica que le pide a su novio que le cague encima como prueba de amor. Porque en cierto modo, Movie 43 no se conforma con aglutinar diversos sketchs provocadores, por así llamarlos, sino que en el fondo es realmente una película de ciencia ficción. Parece así, ha llegado el momento de que la comedia tenga que venir del futuro o de otro universo paralelo para conseguir su espacio propio y liberarse. Estas pequeñas películas son las comedias que no habríamos podido ver ni vivir en nuestros tiempos, para las que no estamos preparados, veasé las catastróficas consecuencias de la búsqueda en la ficción y la reaccionaria recepción crítica que está teniendo como locuaz coincidencia.
Volviendo al concepto base, que podríamos denominar speech comedy por su manera de articular un discurso cómico a través de varias piezas de apenas unos minutos, realizadas por múltiples directores con experiencia cómica o sin ella, uno de los más gratos es el debut tras las cámaras de la actriz Elizabeth Banks (también en el film) y su absurda -por tener parte de real- muestra objetiva de la visión masculina sobre la menstruación.
Steven Brill, Brett Ratner, Steve Carr, Bob Odenkirk… ninguno de ellos tendrá una portada en Esquire, pero su aportación conforma una especie de equipo basura formado por directores con mala fama y dejados de lado por la industria. El resultado no será todo lo regular que equivocadamente se exige en estos casos, aunque salvo la fallida parodia del iPod todos vuelan a gran altura. Sin duda los más potentes son los dirigidos por Peter Farrelly (el inicial protagonizado por Hugh Jackman y Kate Winslet, del que por cojones es mejor no adelantar nada, y el de la extraña pareja que forman Halle Berry y Stephen Merchant, que llevan su primera cita algo lejos), capaces de trasladar el estilo de su filmografía a pequeñas e implosivas piezas cargadas de un humor aprensivo y festivo que marca el tono del film: Un alegato a la enseñanza parental en casa (con resultados propios de Todd Solondz), la mejor película de Batman y Robin nunca hecha, dos anuncios que nos romperán el corazón, una historia de superación y racismo en el mundo del baloncesto, etc… Como cierre final, tras los créditos, James Gunn, criado cinematográficamente en la Troma y autor de Slither (2006) y Super (2010), dos radicales y agradecidas anti-películas de género, destruye la comedia romántica con un adorable gatito animado en dos dimensiones que se integra en la imagen real hasta acabar con ella. Todo es posible en la comedia.
Estoy seguro de que Movie 43 habría sido mi película favorita de verla siendo adolescente (si me gusta tanto es porque quizá en parte aún lo sea) y me alegraría que lo fuera también para esta generación. En su día alquilé varias veces Mallrats, Algo pasa con Mary o South Park, las veía una y otra vez, hasta con la grabadora almacenaba sus mejores frases o canciones para volver a escucharlas. Todas eran distintas entre sí, pero estaban unidas por su afán de hacer humor de los tabúes. Y aunque dirigida a una generación de internet y no de cassette, el espíritu sigue siendo el mismo: contracultura en masa para los que encuentran y aceptan el rechazo como parte de su forma de ser.
Crítica publicada en www.revistamagnolia.es
Continúa en spoiler.
¿Y qué es Movie 43? No hay más que observar su material promocional para hacerse una idea, pero si dejamos atrás los prejuicios, sorprende encontrar una propuesta tan renovadora y a la vez continuadora de un cierto tipo de humor, concretamente la comedia escatológica de los noventa que encabezaron los hermanos Farrelly con Dos tontos muy tontos (1994) o Algo pasa con Mary (1998), aunque todavía va más allá. Precisamente es Peter Farrelly, una de las mentes detrás del proyecto, el que tras ensayar desde el gag sobre las relaciones en pareja en Carta Blanca (2010) o adaptar el slapstick al cine de nuestros días con Los Tres Chiflados (2012), demuestra estar en plena forma creativa juntando a lo peor de cada casa para hacer la comedia más bruta jamás contada. O al menos intentarlo.
La renovación parte de convertir la propia película en una aparente excusa, la búsqueda en internet de una inventada película prohibida. Lo inesperado; que durante esta búsqueda (tan parecida a la que hacemos en youtube una noche de juerga con los amigos, pero que se torna real) surgen restos, pequeñas películas imposibles, irreales, provocadoras y obscenas, llegadas de otro mundo en el que la comedia es capaz de cruzar su límite con la misma naturalidad de una chica que le pide a su novio que le cague encima como prueba de amor. Porque en cierto modo, Movie 43 no se conforma con aglutinar diversos sketchs provocadores, por así llamarlos, sino que en el fondo es realmente una película de ciencia ficción. Parece así, ha llegado el momento de que la comedia tenga que venir del futuro o de otro universo paralelo para conseguir su espacio propio y liberarse. Estas pequeñas películas son las comedias que no habríamos podido ver ni vivir en nuestros tiempos, para las que no estamos preparados, veasé las catastróficas consecuencias de la búsqueda en la ficción y la reaccionaria recepción crítica que está teniendo como locuaz coincidencia.
Volviendo al concepto base, que podríamos denominar speech comedy por su manera de articular un discurso cómico a través de varias piezas de apenas unos minutos, realizadas por múltiples directores con experiencia cómica o sin ella, uno de los más gratos es el debut tras las cámaras de la actriz Elizabeth Banks (también en el film) y su absurda -por tener parte de real- muestra objetiva de la visión masculina sobre la menstruación.
Steven Brill, Brett Ratner, Steve Carr, Bob Odenkirk… ninguno de ellos tendrá una portada en Esquire, pero su aportación conforma una especie de equipo basura formado por directores con mala fama y dejados de lado por la industria. El resultado no será todo lo regular que equivocadamente se exige en estos casos, aunque salvo la fallida parodia del iPod todos vuelan a gran altura. Sin duda los más potentes son los dirigidos por Peter Farrelly (el inicial protagonizado por Hugh Jackman y Kate Winslet, del que por cojones es mejor no adelantar nada, y el de la extraña pareja que forman Halle Berry y Stephen Merchant, que llevan su primera cita algo lejos), capaces de trasladar el estilo de su filmografía a pequeñas e implosivas piezas cargadas de un humor aprensivo y festivo que marca el tono del film: Un alegato a la enseñanza parental en casa (con resultados propios de Todd Solondz), la mejor película de Batman y Robin nunca hecha, dos anuncios que nos romperán el corazón, una historia de superación y racismo en el mundo del baloncesto, etc… Como cierre final, tras los créditos, James Gunn, criado cinematográficamente en la Troma y autor de Slither (2006) y Super (2010), dos radicales y agradecidas anti-películas de género, destruye la comedia romántica con un adorable gatito animado en dos dimensiones que se integra en la imagen real hasta acabar con ella. Todo es posible en la comedia.
Estoy seguro de que Movie 43 habría sido mi película favorita de verla siendo adolescente (si me gusta tanto es porque quizá en parte aún lo sea) y me alegraría que lo fuera también para esta generación. En su día alquilé varias veces Mallrats, Algo pasa con Mary o South Park, las veía una y otra vez, hasta con la grabadora almacenaba sus mejores frases o canciones para volver a escucharlas. Todas eran distintas entre sí, pero estaban unidas por su afán de hacer humor de los tabúes. Y aunque dirigida a una generación de internet y no de cassette, el espíritu sigue siendo el mismo: contracultura en masa para los que encuentran y aceptan el rechazo como parte de su forma de ser.
Crítica publicada en www.revistamagnolia.es
Continúa en spoiler.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
16 de setiembre de 2012
5 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
No era mi intención titular con un fragmento de una canción de Amaral, pido disculpas y dejo las armas, supongo que con ello habré perdido a los pocos lectores de esta crítica a un film con todavía menor número de espectadores, pero ciertamente encaja al describir la premisa de 'Margaret', una de las llamadas “películas malditas” de lo que va de siglo. Maldita, al fin y al cabo, por la imposición del estudio de que la duración no excediera los 150 minutos de duración, frente a sus tres horas originales, llevando con ello la dificultad para conseguir un montaje que convenciera a su director (el estrenado, dicen, es obra de Scorsese y Thelma Schoonmaker), derivando en problemas legales que la han tenido alejada de las salas comerciales hasta finales de 2011. Pero lo cierto es que no es una película digna de ese apelativo, no es provocadora, no tiene contenido violento, no hay nada maldito en ella, sencillamente es una obra sobre la incomprensión, no vende, de ahí que fuera (y finalmente haya sido) incomprendida.
Su estreno en nuestras pantallas cinco años después del fin de su rodaje supone un viaje en el tiempo a unos Estados Unidos pre-Obama y post-11S, si es que algún día dejan de estarlo, dándonos la oportunidad -casi antropológica- de presenciar una realidad que ya ha sucedido para tratar de buscarle alguna explicación. Por medio de un gran número de personajes (más de 40), Kenneth Lonergan teje diálogo a diálogo la telaraña en la que se encuentra perdida toda sociedad occidental. Como si de un MacGuffin tomado en serio se tratara, la trama la desencadena un accidente de tráfico que presencia una joven (interpretada por Anna Paquin) y por el que se siente culpable. Ese sentimiento de culpabilidad, mezclado con la búsqueda de redención y justicia, le lleva a cuestionarse todo lo que la rodea con un comportamiento propio del de una chica de su edad, repleto de contradicciones, cambios de humor, equivocaciones y miedos. La radiografía que acomete Lonergan siguiendo sus pasos emprende desde el hogar familiar, visto como el principal foco de la incomunicación y de los mayores traumas, por el que comprendemos la dificultad de ser un padre distanciado de tu hija como de ser madre viviendo con ella, hasta el instituto y la cruda labor educativa de sus profesores, pasando por el mundo judicial y policial, repleto de intereses económicos y luchas de poder que tan alejadas se encuentran de una (falta de) justicia y ética que son demasiado para una joven que suficiente tiene con creer que su país está siendo amenazado por terroristas. Todo ello en un mundo marcado en sus diálogos por el terror, la soledad y el miedo, en definitiva, el fin de la inocencia. Esta pérdida de la inocencia es uno de las razones por las que el mundo de Lisa deja de gravitar. Su relación con uno de sus profesores, que desemboca en un embarazo y futuro aborto que quedan en off en este montaje (pero que sí se incluye en el realizado por su director, estrenado en DVD) nos recalcan la idea de la innumerable cantidad de problemas que pueden asaltar una joven en nuestros días, son tantos los aspectos a tocar que no tienen cabida al final, nunca los tendrían, como nos falta siempre tiempo en una conversación entre amigos en la barra de un bar.
Lonergan, que siempre se ha reconocido como un autor teatral, ha asegurado que deja el cine para centrarse en el teatro. No se le puede culpar, la película transmite su desencanto al ver como nada cambia a su alrededor, su punto de vista es tan frustrante como así puede parecerle su resultado a un gran número de espectadores, pero películas en las que la emoción es latente y sin otro objetivo que el de arrojar una mirada tan lúcida sobre lo que somos merecen otra suerte. El gran nivel del reparto y su dirección tan consecuente hacen de 'Margaret' una película en la que adentrarse aunque parezca no está contando nada, porque sus personajes pueblan nuestras calles y en cierta medida podemos encontrarnos en sus dudas y diatribas emocionales. Su reconciliador y bello final abre una esperanza a la que siempre poder agarrarse, como al amor de una madre, aunque todo este tiempo después todavía sigamos con las mismas dudas y parezca que vamos a acabar todos como Nicolas Cage en Eurovegas. Lo siento, lo he vuelto a hacer.
Su estreno en nuestras pantallas cinco años después del fin de su rodaje supone un viaje en el tiempo a unos Estados Unidos pre-Obama y post-11S, si es que algún día dejan de estarlo, dándonos la oportunidad -casi antropológica- de presenciar una realidad que ya ha sucedido para tratar de buscarle alguna explicación. Por medio de un gran número de personajes (más de 40), Kenneth Lonergan teje diálogo a diálogo la telaraña en la que se encuentra perdida toda sociedad occidental. Como si de un MacGuffin tomado en serio se tratara, la trama la desencadena un accidente de tráfico que presencia una joven (interpretada por Anna Paquin) y por el que se siente culpable. Ese sentimiento de culpabilidad, mezclado con la búsqueda de redención y justicia, le lleva a cuestionarse todo lo que la rodea con un comportamiento propio del de una chica de su edad, repleto de contradicciones, cambios de humor, equivocaciones y miedos. La radiografía que acomete Lonergan siguiendo sus pasos emprende desde el hogar familiar, visto como el principal foco de la incomunicación y de los mayores traumas, por el que comprendemos la dificultad de ser un padre distanciado de tu hija como de ser madre viviendo con ella, hasta el instituto y la cruda labor educativa de sus profesores, pasando por el mundo judicial y policial, repleto de intereses económicos y luchas de poder que tan alejadas se encuentran de una (falta de) justicia y ética que son demasiado para una joven que suficiente tiene con creer que su país está siendo amenazado por terroristas. Todo ello en un mundo marcado en sus diálogos por el terror, la soledad y el miedo, en definitiva, el fin de la inocencia. Esta pérdida de la inocencia es uno de las razones por las que el mundo de Lisa deja de gravitar. Su relación con uno de sus profesores, que desemboca en un embarazo y futuro aborto que quedan en off en este montaje (pero que sí se incluye en el realizado por su director, estrenado en DVD) nos recalcan la idea de la innumerable cantidad de problemas que pueden asaltar una joven en nuestros días, son tantos los aspectos a tocar que no tienen cabida al final, nunca los tendrían, como nos falta siempre tiempo en una conversación entre amigos en la barra de un bar.
Lonergan, que siempre se ha reconocido como un autor teatral, ha asegurado que deja el cine para centrarse en el teatro. No se le puede culpar, la película transmite su desencanto al ver como nada cambia a su alrededor, su punto de vista es tan frustrante como así puede parecerle su resultado a un gran número de espectadores, pero películas en las que la emoción es latente y sin otro objetivo que el de arrojar una mirada tan lúcida sobre lo que somos merecen otra suerte. El gran nivel del reparto y su dirección tan consecuente hacen de 'Margaret' una película en la que adentrarse aunque parezca no está contando nada, porque sus personajes pueblan nuestras calles y en cierta medida podemos encontrarnos en sus dudas y diatribas emocionales. Su reconciliador y bello final abre una esperanza a la que siempre poder agarrarse, como al amor de una madre, aunque todo este tiempo después todavía sigamos con las mismas dudas y parezca que vamos a acabar todos como Nicolas Cage en Eurovegas. Lo siento, lo he vuelto a hacer.
10 de agosto de 2012
3 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
La primera película tras las cámaras de Seth MacFarlane (culpable, entre otras series de animación, de Padre de Familia) supone un doble riesgo, también para el espectador más escéptico, al ser igualmente su primera incursión en el cine de imagen real mezclado con animación 3D, un reto que supera con creces, desvelándonos el corazón que hay detrás de uno de los cómicos y guionistas más provocadores de la televisión actual, al que probablemente tan solo los creadores de South Park (Trey Parker y Matt Stone) superan en iconoclastia. Sorpresivamente, la mayor virtud de Ted no la encontramos en la irreverencia de su pequeño protagonista, sus juergas desatadas, secuencias pasadas de madre o sus inevitables diálogos subidos de tono entre litros de alcohol y porros, con los que sin duda se (re)encontrará con su público televisivo, sino en el regreso a la (perpetua) infancia en la que vive su protagonista, todo un eterno inmaduro incapaz de comportarse como un adulto, tanto, que su mejor amigo no es otro ni más ni menos que su oso de peluche.
Como si de un reverso del James Stewart de 'El Invisible Harvey' (Henry Koster, 1950) se tratara, el personaje interpretado por Mark Wahlberg (al que Shyamalan despertó una indudable vena humorística en 'El Incidente', ya latente en 'Boogie Nights' y que terminara de explotar en 'Los Otros Dos', todas ellas más que reivindicables) no imagina a su peludo acompañante, en aquellla un conejo, sino que su existencia se origina tras pedir un deseo siendo un niño. Y MacFarlane, en un prólogo capaz de contener el espíritu del mejor Spielberg pero con la capacidad de revisitarlo con ironía, nos hace creer que el mundo entero asume que su oso de peluche cobrara vida. Una matización, necesaria o no, que si en aquella película el no hacerla centraba todo el peso dramático, aquí se asume con un encanto que, al igual que la particular existencia de Brian, el perro de la familia Griffin, forma parte de su estilo.
El conflictivo triángulo al que da lugar la presencia del oso en medio de la relación de pareja es probablemente lo más tópico y recurrente de la función, pero sirve para hacer zozobrar la inocencia de su irresponsable protagonista, que recurre a la nostalgia, los tebeos de Tintín y los revisionados de su película favorita de la infancia como reflejo del niño que dejó de crecer el día que su oso cobró vida. Una negación a la madurez que queda impresa en la hedonística secuencia de la fiesta (que nos recuerda en su pulsión a la de los efectos secundarios de la droga psicotrópica de la reciente Infiltrados en clase, con la que comparte más que trasfondo), una celebración de la que el protagonista no quiere salir nunca, pero que pone en peligro su relación y su hasta entonces tranquila vida, llegando hasta el punto de encontrarse solo por negarse a ser un adulto. El componente fantástico entra en escena con una persecución y rescate que descubren la parte más tierna y emotiva de un humorista que para serlo, sabe que cada risa encierra detrás una furtiva lágrima. Un abrir y cerrar de ojos que romperá el corazón a más de uno, pero con el que descubrimos que quizás para vivir estos oscuros tiempos no puede ser bueno negar nuestra parte más infantil y pura, por mucho que nos obliguen a madurar aunque no estemos preparados, ni siquiera cuando lo estamos. Por ello, MacFarlane se siente cómplice de las travesuras del pequeño Ted, y con su mágico final nos da la oportunidad de disfrutar nuestra nostalgia de nuevo. Porque es nuestra pero no debe ser nosotros, tan solo debemos reconocerla y aprender a vivir con ella, como buenos hijos tróspidos que en el fondo somos.
www.revistamagnolia.es
Como si de un reverso del James Stewart de 'El Invisible Harvey' (Henry Koster, 1950) se tratara, el personaje interpretado por Mark Wahlberg (al que Shyamalan despertó una indudable vena humorística en 'El Incidente', ya latente en 'Boogie Nights' y que terminara de explotar en 'Los Otros Dos', todas ellas más que reivindicables) no imagina a su peludo acompañante, en aquellla un conejo, sino que su existencia se origina tras pedir un deseo siendo un niño. Y MacFarlane, en un prólogo capaz de contener el espíritu del mejor Spielberg pero con la capacidad de revisitarlo con ironía, nos hace creer que el mundo entero asume que su oso de peluche cobrara vida. Una matización, necesaria o no, que si en aquella película el no hacerla centraba todo el peso dramático, aquí se asume con un encanto que, al igual que la particular existencia de Brian, el perro de la familia Griffin, forma parte de su estilo.
El conflictivo triángulo al que da lugar la presencia del oso en medio de la relación de pareja es probablemente lo más tópico y recurrente de la función, pero sirve para hacer zozobrar la inocencia de su irresponsable protagonista, que recurre a la nostalgia, los tebeos de Tintín y los revisionados de su película favorita de la infancia como reflejo del niño que dejó de crecer el día que su oso cobró vida. Una negación a la madurez que queda impresa en la hedonística secuencia de la fiesta (que nos recuerda en su pulsión a la de los efectos secundarios de la droga psicotrópica de la reciente Infiltrados en clase, con la que comparte más que trasfondo), una celebración de la que el protagonista no quiere salir nunca, pero que pone en peligro su relación y su hasta entonces tranquila vida, llegando hasta el punto de encontrarse solo por negarse a ser un adulto. El componente fantástico entra en escena con una persecución y rescate que descubren la parte más tierna y emotiva de un humorista que para serlo, sabe que cada risa encierra detrás una furtiva lágrima. Un abrir y cerrar de ojos que romperá el corazón a más de uno, pero con el que descubrimos que quizás para vivir estos oscuros tiempos no puede ser bueno negar nuestra parte más infantil y pura, por mucho que nos obliguen a madurar aunque no estemos preparados, ni siquiera cuando lo estamos. Por ello, MacFarlane se siente cómplice de las travesuras del pequeño Ted, y con su mágico final nos da la oportunidad de disfrutar nuestra nostalgia de nuevo. Porque es nuestra pero no debe ser nosotros, tan solo debemos reconocerla y aprender a vivir con ella, como buenos hijos tróspidos que en el fondo somos.
www.revistamagnolia.es
26 de julio de 2012
16 de 24 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay una secuencia de este último y solemne acercamiento de Nolan a la figura del héroe de Gotham que define la película y su propio cine. Más allá de lo intrincado del asunto, llegado un momento Bruce Wayne se encuentra preso en una cárcel de la que tan solo se puede escapar trepando por su muro hasta llegar a una repisa desde la que dar un salto físicamente imposible para cualquiera. Tras varios intentos en balde, un místico preso le da un consejo que bien se podría aplicar el realizador británico: Si quiere alcanzar el otro lado de la repisa, debe subir sin una cuerda que lo sujete para así temer a la muerte, solo sintiendo ese miedo será capaz de lograrlo. Y no voy a adelantar si lo consigue o no, pero el que no logra sentir ese miedo es un Nolan que concluye su exitosa trilogía de Batman a sabiendas de que tiene al público convencido de antemano, de que no puede caer, fallar es imposible. Todo está tan calculado y medido que no hay película que contar, y lo que cuenta lo hace sin mostrar coherencia por el desarrollo de sus personajes, abusando de giros tramposos y recursos narrativos pobres para alargar su estirado metraje, aglutinando diálogos supuestamente trascendentes con enormes y estruendosas secuencias de acción tras las que no se encuentra una disyuntiva sobre el poder fáctico como pretende dibujar, fallando estrepitosamente al construir la anarquía que genera Bane a su llegada a Gotham.
Resulta difícil tomar en serio una película que, como ya intentaran sus antecesoras, pretende buscar cierto tono realista y grandilocuente a través de una galería de personajes tremendamente profundos (todos y cada uno de ellos arrastran dramas familiares que los han marcado para siempre) en un contexto muy consciente -aunque poco consecuente- que recrea el skyline de Manhattan como imaginario del terror más actual post 11-S, el del poder de la bolsa y los mercados que en las manos equivocadas nos pueden llevar hacia la anarquía, creando sin saberlo una especie de monstruo político y social del que es mejor no tratar de extraer conclusiones, al menos no medianamente serias, porque su postura no es precisamente acertada, mucho menos certera, nada que ver con el lúcido discurso final y el trasfondo de El Dictador, con la que casualmente coincide en cartelera.
Mientras Baron Cohen asume todas las consecuencias de la dirección de sus palabras, Nolan no se atreve a pronunciarse con voz propia, pero no solo en su discurso, sino tampoco cinematográficamente. Construye su puesta en escena de una manera tan preocupantemente sólida de la que no se atreve a salir. De hecho, repite composiciones (y hasta planos) constantemente, se encierra en su montaje de tal manera que da la sensación de que habría secuencias de Origen o del anterior Caballero Oscuro que podrían encajar perfectamente en esta película y jamás nos daríamos cuenta. Esta supuesta seguridad y muestra de su confianza tras las cámaras, lejos de ser una buena señal de la salud de su obra, refleja lo dicho al comienzo: Nolan todavía no ha saltado sin cuerda, no se atreve a tener miedo a fallar, por mucho que en su cine se sufra, el fotograma no siente, quizás no es capaz de hacerlo, no hay espontaneidad, aunque un maravilloso Michael Caine se empeña en llevarle la contraria.
Finalmente, y si uno hace acopio, son demasiadas concesiones que dar en una película (trilogía, filmografía) que como es habitual en Nolan, se toma demasiado en serio a sí misma, pero que incoherentemente acude con descaro a lo fantástico como escape a los múltiples recovecos de su argumento, repleto de agujeros. Empeñado en capturar la atención y tensión del respetable a cada instante, tan solo las apariciones de Anne Hathaway (a la que en otro extraño ataque de seriedad nunca se llega a llamar Catwoman) otorgan algo de necesaria ligereza y efusión a la película, que rápidamente se encarga de hacer desaparecer la irrupción ensordecedora de una banda sonora -del cada vez más retumbante Hans Zimmer- que termina por asfixiar, no dando respiro a la narración ni al propio espectador, que sufre viendo como imagen y sonido se imponen sin encontrar razón de ser. Y no deja de ser cierto que Nolan consigue ser espectacular y distraer hasta en sus momentos más absurdos y con menor sentido a base de acumular tramas, pero a cambio ha dejado de sustentarse aquella afirmación ampliamente repetida de que el Batman de Nolan era un superhéroe realista. Tras asistir atónitos a todo lo que vuela, explota y sobrevive en Gotham, “el realismo del héroe” se ha caído por completo, aunque ciertamente tampoco se sustentaba demasiado en sus dos anteriores e igualmente disfuncionales films, lo que no se les veían tanto eran las costuras.
¿Y qué queda cuando ya se nos ha dicho todo pero no hemos escuchado nada? Viene siendo habitual en su cine que, en lugar de sugerir, Nolan haga de su obra un ente explícito (con nombres y apellidos), algo que se confirma con su obvio epílogo, pero lo que ha quedado claro con ese final es que esta trilogía no deja un rastro o resquicio de duda que nos pueda hacer volver a verla diez años después (ni diez días) para descubrir aunque fuera una segunda lectura o un pasaje perdido. Al hacerlo solo encontraremos restos de ruido y furia de un en su día llamado gran cine que, a lo mejor por el excesivo reclamo que atraen obras tan cuestionables como esta, no parecía pasar por su mejor momento.
Resulta difícil tomar en serio una película que, como ya intentaran sus antecesoras, pretende buscar cierto tono realista y grandilocuente a través de una galería de personajes tremendamente profundos (todos y cada uno de ellos arrastran dramas familiares que los han marcado para siempre) en un contexto muy consciente -aunque poco consecuente- que recrea el skyline de Manhattan como imaginario del terror más actual post 11-S, el del poder de la bolsa y los mercados que en las manos equivocadas nos pueden llevar hacia la anarquía, creando sin saberlo una especie de monstruo político y social del que es mejor no tratar de extraer conclusiones, al menos no medianamente serias, porque su postura no es precisamente acertada, mucho menos certera, nada que ver con el lúcido discurso final y el trasfondo de El Dictador, con la que casualmente coincide en cartelera.
Mientras Baron Cohen asume todas las consecuencias de la dirección de sus palabras, Nolan no se atreve a pronunciarse con voz propia, pero no solo en su discurso, sino tampoco cinematográficamente. Construye su puesta en escena de una manera tan preocupantemente sólida de la que no se atreve a salir. De hecho, repite composiciones (y hasta planos) constantemente, se encierra en su montaje de tal manera que da la sensación de que habría secuencias de Origen o del anterior Caballero Oscuro que podrían encajar perfectamente en esta película y jamás nos daríamos cuenta. Esta supuesta seguridad y muestra de su confianza tras las cámaras, lejos de ser una buena señal de la salud de su obra, refleja lo dicho al comienzo: Nolan todavía no ha saltado sin cuerda, no se atreve a tener miedo a fallar, por mucho que en su cine se sufra, el fotograma no siente, quizás no es capaz de hacerlo, no hay espontaneidad, aunque un maravilloso Michael Caine se empeña en llevarle la contraria.
Finalmente, y si uno hace acopio, son demasiadas concesiones que dar en una película (trilogía, filmografía) que como es habitual en Nolan, se toma demasiado en serio a sí misma, pero que incoherentemente acude con descaro a lo fantástico como escape a los múltiples recovecos de su argumento, repleto de agujeros. Empeñado en capturar la atención y tensión del respetable a cada instante, tan solo las apariciones de Anne Hathaway (a la que en otro extraño ataque de seriedad nunca se llega a llamar Catwoman) otorgan algo de necesaria ligereza y efusión a la película, que rápidamente se encarga de hacer desaparecer la irrupción ensordecedora de una banda sonora -del cada vez más retumbante Hans Zimmer- que termina por asfixiar, no dando respiro a la narración ni al propio espectador, que sufre viendo como imagen y sonido se imponen sin encontrar razón de ser. Y no deja de ser cierto que Nolan consigue ser espectacular y distraer hasta en sus momentos más absurdos y con menor sentido a base de acumular tramas, pero a cambio ha dejado de sustentarse aquella afirmación ampliamente repetida de que el Batman de Nolan era un superhéroe realista. Tras asistir atónitos a todo lo que vuela, explota y sobrevive en Gotham, “el realismo del héroe” se ha caído por completo, aunque ciertamente tampoco se sustentaba demasiado en sus dos anteriores e igualmente disfuncionales films, lo que no se les veían tanto eran las costuras.
¿Y qué queda cuando ya se nos ha dicho todo pero no hemos escuchado nada? Viene siendo habitual en su cine que, en lugar de sugerir, Nolan haga de su obra un ente explícito (con nombres y apellidos), algo que se confirma con su obvio epílogo, pero lo que ha quedado claro con ese final es que esta trilogía no deja un rastro o resquicio de duda que nos pueda hacer volver a verla diez años después (ni diez días) para descubrir aunque fuera una segunda lectura o un pasaje perdido. Al hacerlo solo encontraremos restos de ruido y furia de un en su día llamado gran cine que, a lo mejor por el excesivo reclamo que atraen obras tan cuestionables como esta, no parecía pasar por su mejor momento.
26 de julio de 2012
5 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Emulando al discurso final de Charles Chaplin en El Gran Dictador (1940), salvo tras una cantidad innumerable de chistes políticamente incorrectos o directamente de mal gusto, el irreductible Baron Cohen, en su rol de dictador de la inventada nación de Wadiya, lanza un profundo mensaje desde la sede de la ONU al mundo demócrata a favor de su dictadura en el que en realidad desvela los males que asolan al sistema actual. La corrupción política, la desigualdad y la pérdida de derechos que parecen salidos del peor de los gobiernos dictatoriales, todo ello, resulta que está más cerca del pueblo americano (y por ende, del nuestro) de lo que nos gustaría pensar, ver y sentir día tras día como ya estamos haciendo. Pero aquí sí hay chiste que valga.
El humor en este ocasión funciona no solo como herramienta evasiva, sino como una reflexión sobre lo poco que nos podemos reír en la realidad, nos recuerda que con el camino que están tomando las cosas ya no estamos para bromas. Y es cierto que con estas expectativas tan transgresoras su visionado finalmente puede saber a poco o incomodar a más de uno por su mal gusto, pero a su favor hay que decir que el último atentado humorístico de Baron Cohen deja la sensación de que podría hacer tenido cinco guiones diferentes. Esta película es así porque lo fue, pero podría haber sido de otra manera distinta incluyendo muchas de las secuencias eliminadas que se preveen o alternando los chistes que se van improvisando o escribiendo sobre la marcha. Y aunque su sentido del humor no siempre sea tan certero, los dirigibles siguen siendo los mismos. Más que por su conjunto la película funciona por un trasfondo tan explosivo que ataca a todos los frentes y despierta todas las conciencias posibles, siempre y cuando se esté preparado para ello.
Que a lo largo de la promoción sea el propio Dictador Aladeeen el que hable a la prensa y conceda entrevistas, en lugar de Sacha Baron Cohen, lo dice todo. El gag traspasa de la barrera de lo cinematográfico para integrarse en nuestras vidas, en nuestra propia realidad. Como si Wadiya existiera y en realidad la parodia fuera nuestro propio mundo y no el de la película. Lograr esa confusión es uno de los méritos de un Baron Cohen que ya ocasionó controversia con los anteriores films de sus personajes televisivos, logrando salir antes en las noticias por colarse en un desfile que luego veríamos en la gran pantalla, dejando ahora atrás el estilo de falso documental que tan bien funcionara en Borat (Larry Charles, 2006) para hacernos creíble el lado oscuro del sueño americano, que terminara de explotar (al menos de momento) con Bruno (2009) y su faceta de camión recolector de la telebasura. Un formato que, una vez descubierta su falsa realidad limitaba la fiereza de su propuesta, en contra, este cambio al cine convencional le permite propulsar con mayor potencia su mensaje, ese que también comparte espacio con su versión más escatológica, que algunos disfrutamos en Ali G (Mark Mylod, 2002). Y al que no le guste, que le corten la cabeza. Desgraciadamente, si no lo hace él, ya se encargarán poco a poco de hacerlo otros mal llamados demócratas.
El humor en este ocasión funciona no solo como herramienta evasiva, sino como una reflexión sobre lo poco que nos podemos reír en la realidad, nos recuerda que con el camino que están tomando las cosas ya no estamos para bromas. Y es cierto que con estas expectativas tan transgresoras su visionado finalmente puede saber a poco o incomodar a más de uno por su mal gusto, pero a su favor hay que decir que el último atentado humorístico de Baron Cohen deja la sensación de que podría hacer tenido cinco guiones diferentes. Esta película es así porque lo fue, pero podría haber sido de otra manera distinta incluyendo muchas de las secuencias eliminadas que se preveen o alternando los chistes que se van improvisando o escribiendo sobre la marcha. Y aunque su sentido del humor no siempre sea tan certero, los dirigibles siguen siendo los mismos. Más que por su conjunto la película funciona por un trasfondo tan explosivo que ataca a todos los frentes y despierta todas las conciencias posibles, siempre y cuando se esté preparado para ello.
Que a lo largo de la promoción sea el propio Dictador Aladeeen el que hable a la prensa y conceda entrevistas, en lugar de Sacha Baron Cohen, lo dice todo. El gag traspasa de la barrera de lo cinematográfico para integrarse en nuestras vidas, en nuestra propia realidad. Como si Wadiya existiera y en realidad la parodia fuera nuestro propio mundo y no el de la película. Lograr esa confusión es uno de los méritos de un Baron Cohen que ya ocasionó controversia con los anteriores films de sus personajes televisivos, logrando salir antes en las noticias por colarse en un desfile que luego veríamos en la gran pantalla, dejando ahora atrás el estilo de falso documental que tan bien funcionara en Borat (Larry Charles, 2006) para hacernos creíble el lado oscuro del sueño americano, que terminara de explotar (al menos de momento) con Bruno (2009) y su faceta de camión recolector de la telebasura. Un formato que, una vez descubierta su falsa realidad limitaba la fiereza de su propuesta, en contra, este cambio al cine convencional le permite propulsar con mayor potencia su mensaje, ese que también comparte espacio con su versión más escatológica, que algunos disfrutamos en Ali G (Mark Mylod, 2002). Y al que no le guste, que le corten la cabeza. Desgraciadamente, si no lo hace él, ya se encargarán poco a poco de hacerlo otros mal llamados demócratas.
Más sobre antonio1004
Cancelar
Limpiar
Aplicar
Filters & Sorts
You can change filter options and sorts from here