Existen dos formas de ver esta película:
La primera, y creo más interesante, fue verla en el cine, con toda la historia y leyenda que se creó a su alrededor, obra maestra del marketing, y que hicieron de la película la más rentable en la historia del cine.
Yo fui de esos que fue en masa al cine con su legión de amigos del colegio abrumados por tanta crítica excelsa y esa supuesta veracidad de los hechos. Por entonces era un consumidor de películas de miedo y esta prometía ser la panacea, la madre de todas, con una atmósfera agobiante, con una cámara a cuestas, enfocando y desenfocando, con primeros planos insólitos hasta la fecha en las películas del género, con argucias de un novato que bien sabía lo que hacía y que sacaba oro de una premisa escasa.
La segunda forma de verla es años después, sin toda es mercadotecnia y en casa, sabiendo que todo fue una simple película (qué ingenuos éramos) y que, digamos la verdad, hace que pierda un poco de su "encanto". Pero la atmósfera sigue siendo agobiante, la cámara parece que la sigue moviendo un enfermo de parkinson y los actores no se llevarán en su vida ningun premio. Eso si, sigue siendo distinta, sigue siendo la primera de una serie de películas que parecían esconder una historia más profunda detrás que delante de la cámara, sigu siendo igual de siniestra y tensa, sigue dando de qué hablar y sigue dejando al espectador pensando en ese final, claro para unos, mucho más ambiguo para otros, hechizados por todo ese aurea que envuelve a la cinta desde que se empezó a hablar de ella.
La veas como la veas, te guste más o menos, hay cosas que no se pueden negar, y una de ellas, es que "El proyecto de la bruja de Blair" inició una nueva forma de acercarse a las películas de terror, y eso, en un género tan denostado ultimamente, es relamente decir mucho de esta película.

Vaya por delante que "Noches blancas" es la película más triste que he visto jamás.

Triste porque Visconti habla de la soledad, en todas sus vertientes, desde todos los ángulos posibles: una soledad cíclica, una soledad compartida, una soledad imperturbable, una soledad infinita...todo personaje implícito en la historia es un alma solitaria.

El comienzo ya nos da unas pistas, enmarcando la trama en una Venecia depauperada, triste y sombría, llena de rincones tan nostálgicos como potencialmente románticos para una historia que se desmarca del cine italiano de sus coetáneos, desprendiéndose de ese liricismo y misticismo de Antonioni y rechazando esa falsa modestia, esa profundidad prosaica de los inicios de Fellini. A ratos se acerca más a Rosellini, incluso tiene unos toques de Capra, pero todo desemboca en la soledad, esa que tan bien retrató Dostoievsky.

Visconti sabe de lo que habla, sabe como contarlo, conoce el neorralismo como nadie, y lo explota hasta unos límites que son de todo menos mágicos, con unos personajes tan llenos de ¿falsa? esperanza como ricos de espíritu.

Retrata con descaro, pero sin ahondar, en la sociedad de la época, en las imposiciones sociales, e incluso en el destino, incierto y cruel, pero inevitable, lo que hace que te sientas a ratos reconfortado y a ratos desolado ante tanta veracidad, deseando un final que sabes que es imposible, y que no por menos esperado, te devuelve a ese estado nostálgico, triste, sombrío, y sobre todo, lleno de soledad.

Haber visto esta película allá en 1979 en el cine tuvo que ser una experiencia increíble, no lo dudo, pionera en algunos aspectos y elevando exponencialmente la vara de medir a las películas de horror que tanto proliferaron en la década siguiente, pero verla 25 años después y no notar apenas el cuarto de siglo que lleva a sus espaldas, dice mucho del mérito de Ridley Scott.
Puedes verla como quieras, como película de ciencia ficción, como película de terror, fascina de igual manera, con unos 45 primeros minutos lentos, donde apenas ocurre nada pero la tensión es absolutamente palpable, y con una segunda parte agonizante y escalofriante, feminista en espíritu y absolutamente impredecible.
Una pena que a Ridley Scott se le apagara tan pronto la bombilla de la originalidad.

Demasiado intensa, tan llena de símbolos como para apreciarla por completo en un único visionado.

La película de Jodorowski está hecha para sorprender y dar qué hablar, pero también para reflexionar, con escenas muy poderosas y otras realmente desagradables, llena de metáforas, de pseudo-catolicismo y de filosofía. Realmente es difícil de ver en algunos momentos, más difícil incluso de clasificarla - ¿es esto arte? - pero no te va a dejar indiferente, no te va a aburrir y tiene uno de los finales más memorables que jamás he visto en una película.

Sin embargo, la película como un todo (aunque sorprendentemente consigue mantener una coherencia dentro de los estándares del director) es menos efectiva que la suma de sus partes. Lo que si está claro es que es distinta, y dudo mucho que veas algo ni siquiera parecido en otra cinta, y sólo por eso, merece la pena.

Primera media hora magistral: idea original (se nota que no es de Spielberg), intensidad y un casting para mi bastante acertado.
Desarrollo interesante: momentos brillantes, e incluso inteligentes (una lástima que sea más inteligente en los pequeños detalles que en la historia en si, ya que si te paras a pensar, es incluso hasta obvia en muchos momentos) intercalados con diálogos poco elaborados.
Final problemático: se ve venir a la legua, un final ñoño, edulcorado y sobre todo, muy forzado. Pero bueno, son dos horas de entretenimiento, en los que piensas menos de lo que podrías esperar al principio, y aunque te deje ese sabor amargo de la autocomplaciencia del director, no son dos horas de pérdida de tiempo.