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BERLINALE 2023 Panorama

Crítica: El castillo

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- BERLINALE 2023: El tercer largometraje del director argentino Martín Benchimol relata un cuento de hadas destinado a chocar contra la dura realidad

Crítica: El castillo
Alexia Caminos Olivo y Justina Olivo en El castillo

El cineasta argentino Martín Benchimol describe su tercer largometraje, El castillo [+lee también:
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, que acaba de estrenarse mundialmente en la sección Panorama de la Berlinale, como un híbrido de docuficción en el que ha trabajado estrechamente con las protagonistas, a veces recreando situaciones pasadas o representando un futuro imaginario. La historia se revela como un cuento de hadas que choca inevitablemente contra la realidad, ofreciendo un cálido retrato de dos mujeres en un entorno extraordinario, pero también una mirada incisiva a las relaciones de clase y raciales en América Latina.

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La dimensión de cuento de hadas es el aspecto más evidente de la película. Justina (Justina Olivo), una mujer indígena que tiene alrededor de cincuenta años, ha heredado una enorme mansión en la Pampa argentina después de haber trabajado durante toda su vida para la familia propietaria. Solo hay una condición: no puede marcharse ni venderla. Ahora vive allí con su hija, Alexia (Alexia Caminos Olivo).

Al inicio de la película, Benchimol dirige su cámara estática hacia un pasillo de la casa, con el sonido de fondo de la excelente banda sonora de José Manuel Gatica, que mezcla música clásica moderna y jazz, con un inconfundible toque de fantasía. Primero, vemos a un gato entrar en escena, seguido por la rolliza Justina, a la que también sigue un cordero negro. La mujer abre las persianas y la luz inunda la estancia, iluminando unos interiores que un día fueron regios, pero que ahora se desmoronan.

No es que Justina y Alexia sean perezosas; hacen lo que pueden, pero no tienen mucho dinero para reparaciones. Cuando llueve, corren de un lado a otro, colocando macetas en el suelo y cubriendo el mobiliario con plásticos. Hay 12 habitaciones y seis cuartos de baño, pero el sistema de tuberías está atascado. El yeso se ha desprendido en muchos sitios y las manchas de humedad se extienden desde los techos hasta las paredes.

En la propiedad de 62 hectáreas tienen varias vacas, pero cuando llega el momento de pagar las facturas y los impuestos deciden venderlas, una a una. Mientras tanto, Justina tiene un amante en otro pueblo, con el que habla a menudo por teléfono, pero que nunca viene a visitarla. Por su parte, a Alexia le interesan los coches: quiere ser piloto de carreras y planea trabajar en el taller de un amigo en Buenos Aires.

De vez en cuando, la familia de los anteriores propietarios llega para pasar el fin de semana. En esos momentos nos enfrentamos directamente a las desigualdades de clase y raza. Cuando aparece este grupo de gente blanca con sus gafas de sol, sus zapatos de diseño y sus bolsos, Justina se pone su mejor blusa, dispuesta a servirles, mientras la mujer más joven resopla en segundo plano. Gracias al enfoque empático de Benchimol, el espectador percibe esta situación como algo profundamente triste y comparte el enfado de Alexia.

La casa se parece realmente a un castillo, con su alta torre y su sólida fachada que, en sus días de gloria, probablemente fuera monocolor. En el interior, la vajilla de plata, las fotografías elegantemente enmarcadas y los muebles antiguos adquieren un significado muy diferente con estas dos mujeres indígenas y los animales que las rodean (la imagen del cordero negro sentado en una de las sillas de terciopelo rojo es entrañable pero absurda). Ante la ausencia de personas blancas de clase alta a las que servir, la situación de estas mujeres provoca una impresión extraña en el espectador, obligándolo a enfrentarse a sus propios prejuicios. La lealtad y responsabilidad de Justina la retratan como un personaje estoico que cumplirá su promesa, pase lo que pase. Sin embargo, con Alexia, una auténtica hija del siglo XXI, la historia es totalmente diferente, ya que su carácter y sus deseos completan este cuadro onírico de belleza única impregnada de melancolía, complementándolo con un toque ácido.

El castillo es una coproducción entre la argentina Gema Films y la francesa Sister Productions, mientras que Luxbox se encarga de los derechos internacionales.

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(Traducción del inglés)

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