Que el privilegio económico también es un privilegio sanitario es una evidencia que la pandemia no hizo más que confirmar. Mientras unos se atrincheraban en sus casas como medida de seguridad, otros menos afortunados tenían que salir y exponerse al virus al no contemplar la opción de rechazar un trabajo. Las crisis no golpean igual a todos y así lo refleja Diwa Shah en un film que es la vez homenaje a todos aquellos nepalíes desplazados, migrantes, desubicados, que fueron víctimas de su destino, y una interesante reflexión sobre los modos de funcionamiento que puso en marcha el confinamiento. En aquellos meses, todo aquello que bullía en el interior de las personas (miedos, inseguridades, asuntos pendientes) emergía a una superficie que no era solo mental sino también física, congregándose en un único espacio. En el film, la inclinación de la cámara en exteriores prohibidos y la predilección por el plano fijo como receptor de vida son las dos herramientas con que Shah hace tangible esta amalgama de emociones contradictorias que transitan desde fuera hacia dentro, de la libertad al encierro. Una polaridad que se asienta en el gag, en cierta propensión a una comedia que funciona aquí como válvula que regula la presión, que aligera tensiones, que recuerda que incluso en las desigualdades hay cabida para la sonrisa. Cristina Aparicio