Ganamos por los pelos, dijo el Duque de Wellington de la Batalla de Waterloo en que puso fin al sueño hegemónico de Napoleón e inauguró un siglo de predominio británico no sólo en Europa sino también en buena parte del mundo. Salvando las distancias, Javier Milei podría decir lo mismo de lo que sucedió hace poco en el Senado. De haber perdido por un voto o dos el oficialismo, como bien pudo haber ocurrido, tanto el Gobierno como el país en su conjunto estarían sumidos en una crisis política asfixiante de desenlace incierto.
Como recordarán muy bien quienes festejaron el resultado agónico del partido entre la Argentina y Francia en Qatar, en fútbol ganar por penales puede valer tanto como triunfar 8-0. A veces, lo mismo sucede en política. No bien la vicepresidenta Victoria Villarruel agregó su voto positivo a los 36 aportados por senadores dispuestos a aprobar en general la Ley Bases, Milei habrá sentido que, por fin, el proyecto que conducía estaba por salir del pantano legislativo en que se había atascado. Coincidieron los mercados; saltaron de alegría.
A partir de aquel momento, las buenas noticias para Milei se acumularon. Incluyeron el anuncio de que la tasa de inflación de mayo había sido la más baja desde comienzos de 2022, una nota cordial de felicitación por “los sólidos avances” del programa económico que le envió el FMI, la renovación del swap con los ya no tan comunistas chinos y las repercusiones mediáticas de una visita a Europa donde se codeó amablemente con Joe Biden y otros mandatarios de los países más desarrollados del mundo. Así, pues, luego de haber sufrido lo que de acuerdo común había sido “la peor semana” de su medio año en el poder, Milei disfrutó de “la mejor”.
Pudo hacerlo gracias a la colaboración de los muchos integrantes de lo que llama “la casta inmunda” que entienden que, para recuperarse de décadas de irresponsabilidad fiscal e incluso para sobrevivir como una nación soberana, la Argentina tendrá que someterse a un programa de reformas profundas y por lo tanto penosas porque era claramente inviable el modelo que hasta hace muy poco había contado con el apoyo del grueso de la clase política. Basado como está en la noción de que siempre habrá plata para gastar en cosas buenas, entre ellas el bienestar personal de los dirigentes, los gobiernos se sentían obligados a conseguir recursos que la economía tal y como estaba conformada no podía suministrarles, de ahí las crisis incesantes que la afligían. Que esto haya sucedido durante tanto tiempo puede atribuirse a la ilusión de que, pensándolo bien, la Argentina tiene el derecho moral a ser tan productiva como los países capitalistas exitosos, una convicción que se combinaba con una negativa principista de permitirle funcionar como uno. Desgraciadamente para todos salvo los beneficiados por la pobreza, los peronistas ganaron el combate que, según su himno, desde el vamos libran contra el capital.
¿Se saben derrotados los “degenerados fiscales” del peronismo y movimientos afines? Aunque algunos son reacios a tirar la toalla y fantasean con el retorno de lo que para ellos es la normalidad, no extrañaría que muchos hayan llegado a la conclusión de que no sería de su interés seguir militando en una secta que se muestra cada vez más violenta y lumpenesca. Para ellos, habrá sido aleccionador el fracaso de “la resistencia” callejera que el 12 de junio procuró reeditar el drama que dejó herido a Mauricio Macri que, a pesar de los esfuerzos de sus enemigos, logró completar el período previsto por la Constitución para entonces ser derrotado por Alberto Fernández en las elecciones presidenciales. Asimismo, de difundirse la sensación de que, debidamente modificados, los cambios que está impulsando Milei le ofrecen al país la posibilidad de dejar atrás muchísimos años de depauperación progresiva y, con cierta rapidez, cerrar la enorme brecha económica que lo separa del mundo considerado avanzado, tales peronistas no podrán sino buscar otro hogar ideológico o sencillamente abandonar la política y dedicarse a otro oficio.
Como Juan Domingo Perón en su momento, Milei se sabe producto de los fracasos ajenos. De no haber sido por las calamidades provocadas por los kirchneristas y sus compañeros de ruta, nunca hubiera llegado adonde está. Así y todo, no puede darse el lujo de cometer demasiados errores. En el plano teórico, la voluntad de minimizar el papel del Estado tendrá sus méritos, pero brindar la impresión de estar resuelto a dinamitarlo “desde adentro”, comparándose orgullosamente con “un topo” malicioso, no sirve para justificar la ineficiencia evidente del Ministerio de Capital Humano.
Mal que le pese a Milei, la gestión importa mucho, pero hasta ahora el gobierno que encabeza se ha mostrado incapaz de administrar bien las reparticiones estatales que aún existen con la excepción de las relacionadas con la seguridad. Para remediar esta deficiencia, el esquelético partido gobernante tendría que aprovechar la buena voluntad del PRO y otras agrupaciones de actitudes que son compatibles con las convicciones libertarias del Presidente.
Puede que, andando el tiempo, La Libertad Avanza atraiga a contingentes de cuadros adecuadamente dotados para llenar los miles de puestos que han quedado efectivamente vacíos o siguen ocupados por personajes nombrados por el gobierno anterior; mientras tanto, dependerá de la ayuda de quienes están a favor del “rumbo” sin por eso creer a pie juntillas en el evangelio según Milei que es una mezcla confusa de sentido común y extravagancias cabalísticas.
Felizmente para el Presidente, impera la sensación de que el país no necesita más terremotos políticos que sólo beneficiarían a los K cuyos intentos de sacar provecho de la violencia callejera les juegan en contra. Desprovistos de lo que a través de los años ha sido su arma más potente, a los kirchneristas y los muchos peronistas que respaldaron a Cristina porque les suministraba votos, les queda rezar para que la gente repudie la dura austeridad mileísta antes de que el Gobierno se haya consolidado en el poder. Sin embargo, para sorpresa de casi todos, parecería que la mayoría está decidida a continuar soportando un ajuste feroz porque entiende que cualquier alternativa tendría consecuencias aún peores.
Así y todo, cuando es cuestión de su relación con “la casta”, Milei se ve ante un dilema espinoso. Por instinto o por cálculo, se resiste a discriminar entre los “dialoguistas” y los abiertamente hostiles, pero sin la ayuda de aquellos no le será dado gobernar. Si bien últimamente ha adoptado una postura más pragmática que en el comienzo triunfalista de su gestión cuando propendía a comportarse como un monarca absoluto, aún dista de haberse reconciliado con los “moderados” que vacilan entre apoyar todas sus iniciativas y dar el visto bueno sólo a aquellas que les parecen imprescindibles. Puesto que, sumadas, las medidas que tales políticos quisieran descartar constituyen la mayor parte del programa mileísta, las discrepancias puntuales de quienes se aseveran a favor del “rumbo” pero en contra de ciertos detalles terminarían paralizando al Gobierno que, en tal caso, no tendría más opción que la de aferrarse a la esperanza de que, en las elecciones legislativas del año que viene, sus candidatos consigan desplazar a sus rivales para que, por fin, el Congreso refleje el país que fue insinuado por las presidenciales del año pasado.
Además de las muchas dificultades que le ha supuesto el amateurismo de los encargados de manejar reparticiones burocráticas en que abundan “topos” de ideas y lealtades que son radicalmente distintas de las suyas, Milei se ve perjudicado por la capacidad notable de sus seguidores para generar rumores acerca de despiadadas luchas internas presuntamente fomentadas por su hermana Karina, “el jefe” al que ha cedido el control de todo lo vinculado con la política que, obsesionado como está con la macroeconomía, no le interesa. Entre los supuestamente condenados a ser los próximos a caer bajo las balas del pelotón de fusilamiento libertario que a fines de mayo eliminó al jefe de Gabinete, Nicolás Posse, han estado la canciller Diana Mondino y hasta la vicepresidenta Villarruel, aunque Milei niega haber pensado en castigarlas por sus hipotéticas falencias y, una y otra vez, ha subrayado su fe en el talento administrativo de la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello.
De más está decir que la sensación de que el Gobierno se asemeja a un nido de víboras incide de manera muy negativa en su imagen internacional y por lo tanto en la voluntad de los grandes inversores del exterior de apostar miles de millones de dólares al eventual éxito de la transformación prevista por Milei. Aun cuando tales personajes quieran creer que un pequeño partido de improvisados liderado por un gurú excéntrico podría reestructurar desde los cimientos una sociedad que se ha acostumbrado a decepcionar, e incluso estafar, a quienes toman en serio las promesas de sus dirigentes, todos tienen sus dudas. Es que si bien les encanta lo que dice Milei y, es de suponer, entienden que es perfectamente posible que la Argentina logre emular a países que, como China, después de romper con esquemas arcaicos, protagonizaron un boom económico espectacular, exaltados como los que, desde la calle o bancas en el Senado, procuraron frenar el cambio sociopolítico que está en marcha siguen brindándoles motivos para temer que todo resulte ser una fantasía.
Comentarios