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‘Nothing Compares 2 U’ y otras nueve canciones incomparables de Sinéad O’Connor

La artista, fallecida a los 56 años, fue muchísimo más que la intérprete de un gran éxito o una creadora sometida a profundas contradicciones internas

Sinead O'Connor, durante un concierto en Suiza el 16 de agosto de 2008. Foto: ENNIO LEANZA (EFE) | Vídeo: EPV

El impacto cultural y emocional que ha dejado en medio mundo la repentina pérdida de Sinéad O’Connor, con solo 56 años, hace inevitable hincapié en todos los primeros párrafos a un par de circunstancias definitorias: la atormentada existencia de la irlandesa —aliada irrenunciable de la controversia y víctima de la cruel incomprensión que a menudo siguen arrastrando las enfermedades mentales— y el éxito descomunal en 1990 de Nothing Compares 2 U, un original de Prince que ella se encargó de elevar hasta el número 1 en 17 países. Pero ambas circunstancias, las biográficas y el desmesurado éxito de una canción en concreto, han contribuido a ensombrecer la trayectoria de esta artista, sustanciada a lo largo de 10 álbumes irregulares pero, en algunos casos, injustamente olvidados o ignorados.

O’Connor fue muchísimo más que un one hit wonder o una creadora sometida a profundas contradicciones internas, dolorosos desgarros emocionales o una acreditada incapacidad para aplacar su propia verborrea cuando resultaba más contraproducente. Este repaso a través de 10 canciones, incluida la que la hizo inmensamente famosa (y desdichada), puede servir para ubicarla mejor en el mapa del pop internacional de las tres últimas décadas.

‘Take My Hand’

(In Tua Nua. Single de 1984)

La primerísima composición conocida de la dublinesa ya era conmovedora y definitoria sobre su singularidad artística. Nadie espera que una chiquilla de apenas 15 años dedique sus versos más bisoños a retratar a un hombre “solitario y agotado” que “canta un blues porque ya no tiene nada que perder”. Esta crónica sobre esperanzas que, incluso en las vidas más desoladas, no quieren desvanecerse del todo (qué paradojas, Sinéad) representó un aldabonazo para In Tua Nua, una de las formaciones más relevantes en ese rock irlandés con fuertes raíces folclóricas (recordemos a Clannad) que comenzaba a hacer furor en la siempre orgullosa isla esmeralda. La banda estaba encabezada por otra mujer carismática, Leslie Dowdall, y se desvaneció a finales de los ochenta con menos reconocimiento del que habría merecido. Aunque Dowdall, una especie de O’Connor sosegada, regresó a la actividad discográfica hace apenas tres años y sigue cantando como los ángeles.

‘Heroine’

(The Edge & Sinéad O’Connor. BSO de Rapto en Rowena, 1986)

Una rareza por múltiples motivos, pero un ejemplo sensacional de talento precoz. El guitarrista de U2 era un hombre codiciado y atareadísimo a mediados de los ochenta, con el inconmensurable LP The Joshua Tree (1987) ya a las puertas, pero se enamoró perdidamente de Rapto en Rowena, una película escrita y dirigida por Paul Mayersberg, el autor de Feliz Navidad, Mr. Lawrence, y decidió asumir en solitario la composición de su banda sonora. La magnética Heroine es el eje central del álbum, una canción minimalista, enigmática y absorbente para la que The Edge confió en una joven y prácticamente desconocida O’Connor como cantante y coautora. En los créditos también aparece, de tapadillo, otro genio: el guitarrista experimental canadiense Michael Brook.

‘Mandinka’

(De The lion and the cobra, 1987)

O’Connor supo de los mandinga por Kunta Kinte, el protagonista de la celebérrima serie televisiva Raíces, y pensó que la historia de este grupo étnico africano podía servir como símbolo en la lucha por los derechos civiles y contra cualquier forma de esclavitud. No, no parecía el imaginario más convencional para el primer elepé de una artista veinteañera e inexperta, pero para entonces ya había decidido raparse la cabellera y acababa de dar a luz al primero de sus cuatro hijos. La composición, enrabietada, corajuda y espléndida, sonaría en la ceremonia de los Premios Grammy de 1989, para la que su autora decidió pintarse en el cráneo el logo de la banda Public Enemy como protesta por la supresión del premio de rap en el tramo televisado de la gala. Lo del carácter reivindicativo, bien se ve, venía de serie.

‘The Emperor’s New Clothes’

(De I Do Not Want What I Havent’ Got, 1990)

El sencillo que hubo de afrontar el reto inasumible de suceder a Nothing Compares U 2 tomaba su título e inspiración argumental de El traje nuevo del emperador, el maravilloso cuento de Hans Christian Andersen en el que el preboste, engañado y ufano, desfila desnudo ante sus súbditos hasta que un niño se atreve a verbalizar que se encuentra en pelota picada. Esta parábola de la hipocresía era perfecta para una mujer libérrima, soltera, bohemia y madre desde los 20 años que se sabía severamente juzgada por sus compatriotas de la entonces ultracatólica Irlanda. El espléndido bajo era cortesía de Andy Rourke, de The Smiths, al que también perdimos hace un par de meses.

‘Fire on Babylon’

(De Universal Mother, 1994)

Tras dilapidar su reputación no ya solo con el famoso asunto de la foto del Papa Juan Pablo II troceada ante las cámaras de Saturday Night Live, sino con un disco de versiones inoportuno e incomprensible (Am I Not Your Girl, 1992), O’Connor recuperó el discurso crudo, directo y confesional con la canción más explícita sobre su madre, fallecida en accidente de tráfico en 1985 y a la que la artista siempre retrató como una abusadora. Ese tirante vínculo maternofilial ya latía en el primer single en solitario de nuestra protagonista (Troy, 1987), pero aquí se vuelve de una verosimilitud casi insoportable: “La he visto torturándonos / Entonces yo era débil, pero ahora he crecido”. Obsesiva, dolorosa y magnífica, la canción está compuesta junto a John Reynolds, su primer marido y padre de su primogénito, del que ya estaba divorciada pero con el que conservaba la suficiente buena relación como para que también se ocupara de la contundente batería. La trompeta, por cierto, se tomó prestada de Dr. Jekyll (1958), de Miles Davis.

‘No Man’s Woman’

(De Faith and Courage, 2000)

Instantánea, tarareable y con el estribillo presente desde el primer compás, la canción que servía para simbolizar el regreso de O’Connor tras un silencio de seis años parecía musicalmente muy propicia para que la pinchasen las radios, pero ya para entones el mundo había decidido torcerle la cara a la artista. Cierto es que la irlandesa seguía sin tener pelos en la lengua, lo que en el mercado angloparlante levantaba ampollas. Admitamos que lo de “No quiero ser la mujer de ningún hombre / No me hace feliz eso de que quieras follarme aun tomándome por fea” hoy suena avanzado y valiente, pero en el tránsito de siglo, muy lejos aún del #MeToo, generaba mucha más antipatía. La cantante acababa de declararse lesbiana en la revista Curve (luego se redefiniría como bisexual) y estrenó No Man’s Woman en The Rosie O’Donnell Show, la célebre presentadora que saldría del armario poco después, lo que ha contribuido a cimentar este tema como un orgulloso himno LGTBI.

‘I’ll Tell Me Ma’

(De Sean-Nós Nua, 2002)

La irlandesa siempre hizo bandera patriótica, e incluso, en su infatigable afán por evitar cualquier asomo de prudencia en sus declaraciones, había mostrado cierta comprensión hacia la actividad terrorista del IRA en Irlanda del Norte. Pero su verdadero acto de amor universal en clave irlandesa fue este disco monográfico de canciones tradicionales en el que por una vez muestra una voz prístina y relajada. El sosiego consigo misma y la autoaceptación le durarían poco, pero emociona su acercamiento, tierno y sentimental, a esta famosísima cantinela folclórica que ya en 1988 Van Morrison y The Chieftains habían contribuido a expandir por medio mundo. Grabaciones como esta ayudan a comprender la consternación con que Irlanda ha recibido esta pérdida, solo comparable a la que se registró en enero de 2018 con el súbito fallecimiento de Dolores O’Riordan, la cantante de The Cranberries.

‘The Wolf Is Getting Married’

(De How About I Be Me And You Be You, 2012)

Después de un par de álbumes extraños, incluso para los estándares de una artista como ella —el acercamiento a la música jamaicana de Throw Down Your Arms, en 2005, y el acústico y absorto Theology, de 2007—, O’Connor fichó por una de las discográficas independientes más admiradas del mundo, One Little Indian, y recuperó el gusto por las composiciones propias de corte autorreferencial y pedagógico. En esta quiso aprovechar una expresión árabe que le escuchó a un taxista (“El lobo se va a casar”) para ilustrarnos sobre la importancia de encontrar respiros y paréntesis incluso en los momentos de mayor intensidad vital. De paso, le sirvió para reencontrarse con el guitarrista Marco Pirroni, que en su día había formado parte de Siouxsie and the Bashees y the Adam & The Ants, y que en los créditos consta como coautor. La pieza es tan bella y luminosa que duele que pasara tan desapercibida.

‘8 Good Reasons’

(De I’m Not Bossy, I’m The Boss, 2014)

Para su ya desgraciadamente ultimo elepé, aunque se remonta a nueve años atrás, Sinéad O’Connor se enfundó un ceñido mono de látex en portada, tiró de orgullo y amor propio (“No soy mandona, soy la jefa”) y decidió saldar cuentas pendientes sin importarle, una vez más, convertirse en una gigantesca china en el zapato. 8 Good Reasons es un excelente medio tiempo de sutiles aromas jamaicanos, pero no deja títeres con cabeza en lo que se refiere a la industria musical. “Ya sabes que me encanta hacer música / pero el negocio me reventó la cabeza”, dispara sin opción a las medias tintas. Pero, por si alguno no lo había entendido del todo bien, desarrolló con más detalle esta idea en las páginas de The Observer: “Al establishment no le interesa que ninguno de nosotros despierte de lo que Bob Marley llamaba ‘esclavitud mental’. Por eso prefieren mantener a raya a los jóvenes y pinchar en la radio a artistas que no digan nada, o nada que pueda cuestionar el sistema”. ¿Comprenden ahora por qué O’Connor no dejó de ser vista, hasta el último de sus días, como una artista incómoda?

‘Nothing Compares U 2′

(De I Do Not Want What I Havent’ Got, 1990)

Ante todo, una aclaración: Prince no escribió esta inmensa canción ex profeso para O’Connor, sino que se la cedió a una de sus efímeras bandas paralelas, The Family, en 1985. Esa grabación original ni siquiera fue single y pasó completamente inadvertida, pero a O’Connor la conmovió por un pasaje de la letra que parecía retratar su propia vida: “Todas las flores que plantaste, mamá, en el jardín / murieron cuando te fuiste”. La pieza era soberbia, pero la interpretación multiplicó hasta el infinito su impacto emocional. Y, por si faltase algo, el videoclip de John Maybury, un primer plano fijo de la cantante mientras una lágrima real resbala por su mejilla, se tradujo en un acontecimiento de alcance planetario: Nothing compares… alcanzó el número 1 en medio mundo y obtuvo un Grammy a la mejor canción “alternativa” (entre sus rivales, Laurie Anderson o Kate Bush) y tres nominaciones más. Eso sí: la artista comenzó a dinamitar su propio éxito al decidir que no acudiría a la ceremonia “como protesta por el materialismo de la industria musical”. Según todas las fuentes, Prince y O’Connor solo coincidieron en persona una vez… y se cayeron fatal.

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