SAN SEBASTIÁN 2024 Competición
Crítica: The End
por Olivia Popp
- En su primer largometraje de ficción, Joshua Oppenheimer firma una inquietante y alegórica opereta postapocalíptica que clava sus dientes en la destrucción de la modernidad
Si piensas que la nueva película de Joshua Oppenheimer, una opereta postapocalíptica de dos horas y media orquestada por Stephen Sondheim y Jason Robert Brown —con un toque de Justin Hurwitz—, no es tan atrevida y crítica en lo que respecta a la forma en que la esfera pública mundial gestiona las crisis y las atrocidades, estás totalmente equivocado. Y es que con The End, el director estadounidense nacido en Texas y afincado en Copenhague da, en términos de género, un sólido paso adelante —por no decir un salto— desde The Act of Killing [+lee también:
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ficha de la película] (2012) y la posterior La mirada del silencio [+lee también:
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ficha de la película] (2014, Gran Premio del jurado en Venecia) a la vida después del fin del mundo, con una serie de personajes que, en efecto, han desencadenado la extinción de la raza humana. Lo que Oppenheimer hace es simplemente pasar de los asesinatos en masa a la Hidra de Lerna interconectada de la humanidad: el clima y el capitalismo neoliberal. The End, cuyo guion ha sido escrito por el propio Oppenheimer junto con Rasmus Heisterberg, compite por la Concha de Oro en la sección oficial de San Sebastián tras haberse estrenado a nivel mundial en Telluride y haberse proyectado en la sección Special Presentations de Toronto.
La película nos da a conocer a la última familia del mundo. Tras el apocalipsis climático, un antiguo magnate del petróleo (Michael Shannon) y su esposa (Tilda Swinton) viven una vida de lujo con su hijo de unos veinte años (George MacKay), un mayordomo (Tim McInnerny), un médico (Lennie James) y la mejor amiga de su esposa (Bronagh Gallagher) en un hermoso hogar situado en las ruinas de una mina de sal. En busca de refugio, una joven (Moses Ingram) consigue colarse en la fortaleza aparentemente impenetrable y la familia se ve obligada a hacer una excepción a la regla de “nosotros contra ellos”, que no permite a ningún superviviente entrar en su casa blindada. A medida que el influenciable hijo, que ha crecido sin haber visto nunca el mundo exterior, se encariña con esta joven progresista que le lleva a cuestionarse todo lo que le han enseñado, la familia se ve en la tesitura de enfrentarse a una realidad cambiante. Esto se convierte en la verdadera lucha entre lo “nuevo” y lo “viejo”: no entre la tecnología y la falta de ella, sino entre los críticos y los acríticos, entre los previsores y los nostálgicos de la edad dorada.
La opereta, que está pensada para girar en torno a temas de poco peso y no muy serios, se convierte en el formato perfecto para examinar cómo los seres humanos —especialmente como colectividades intergubernamentales y empresariales— se han eximido a sí mismos de la responsabilidad de crisis inimaginables mientras se precipitan hacia un futuro profundamente insostenible: con un guiño, una sonrisa y la promesa de “hacerlo mejor a la próxima”. Las letras de Oppenheimer, que se acompañan con las arrolladoras baladas musicales teatrales de Joshua Schmidt —y con una partitura completa de Schmidt y Marius de Vries—, rozan el vacío satírico, con personajes que cantan con un delicado vibrato sobre la necesidad del individualismo, la protección de las libertades personales y un motivo repetitivo de luz. Al igual que las canciones del musical teatral están hechas para momentos de emoción extrema, los problemas de la familia parecen superados cómicamente por su riqueza y su estatus privilegiado, y es que al fin y al cabo, tienen todo lo que necesitarán, para siempre.
La piedra angular de The End no es otra que MacKay, que interpreta magistralmente a un hijo entrañable pero infantilmente obligado a escribir fantasías dramáticas sobre los logros empresariales de su padre. Se trata de un joven que, no obstante, prefiere caerse de cabeza desde montones de sal, darse la vuelta y agitar los brazos como si pusiera a prueba los límites de su forma corpórea. Es el bloque de mármol fácilmente moldeable de Oppenheimer, una pizarra en blanco del último hijo pródigo del mundo: ¿cuál será el futuro de la humanidad? Los padres se imaginan a sí mismos como la cúspide de la civilización, con el hijo como el Dios de su maqueta de tren, en una habitación llena de cuadros de paisajes románticos a lo Caspar David Friedrich o Ivan Aivazovsky, los cuales representan un cierto ideal de lo sublime occidental. La cámara de Mikhail Krichman deambula sinuosamente por la casa, como si se dejara llevar por los rincones de un escenario teatral, como si tratara de mostrar la falacia de su realidad cuidadosamente construida. Pero la brillantez de la narrativa abiertamente alegórica de Oppenheimer es mucho más difícil de analizar de lo que revelan sus personajes a primera vista. La pregunta que debemos hacernos, por tanto, es si estamos verdaderamente ante el final —pero ¿el final de qué?—.
The End es una coproducción entre Final Cut for Real (Dinamarca), The Match Factory Productions GmbH (Alemania), Wild Atlantic Pictures (Irlanda), Dorje Film (Italia), Moonspun Films (Reino Unido) y Anagram Produktion (Suecia). Las ventas internacionales de la película corren a cargo de The Match Factory.
(Traducción del inglés)
Galería de fotos 23/09/2024: San Sebastian 2024 - The End
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