Crítica: Blanco en blanco
por Carlota Moseguí
- VENECIA 2019: El director chileno-español Théo Court dirige un excelente neowestern, ambientado en la Tierra del Fuego, sobre la corrupción del arte al servicio del genocidio indígena
La competición Orizzonti de la 76ª edición del Festival de Venecia acogió el estreno mundial de Blanco en blanco [+lee también:
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ficha de la película], el segundo largometraje del cineasta de familia chilena nacido en Ibiza Théo Court. Alfredo Castro –el actor chileno que coprotagonizó el León de Oro de Venecia de Lorenzo Vigas Desde allá– es la estrella de este prodigioso neowestern ambientado a principios del siglo XX en la Tierra del Fuego. Castro da vida a Pedro, un fotógrafo veterano cuyos servicios han sido requeridos por un latifundista llamado Mister Porter. Sin apenas conocer al hombre que le ha contratado, el retratista y su daguerrotipo viajan a la Antártida chilena para fotografiar a la futura mujer del terrateniente en la víspera de su boda. No obstante, el que parecía un trabajo usual e irrelevante adquiere otra dimensión cuando el protagonista descubre que la esposa de Mr. Porter es una niña.
Desde el primer encuentro entre la pequeña Sara (Esther Vega) y Pedro –es decir, el momento de la toma de la fotografía de Sara con su traje nupcial–, el artista es incapaz de disimular sus deseos de inmortalizar el aura inmaculada de la niña. El guion coescrito a cuatro manos por el cortometrajista canario Samuel M. Delgado (también montador de La ciudad oculta [+lee también:
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ficha de la película] de Víctor Moreno) y el propio Court detalla la transformación de ese deseo inofensivo en una peligrosa obsesión.
Los días pasan y Mr. Porter no aparece. Nadie puede pagarle las fotografías que ya ha tomado, y, sin embargo, el fotógrafo solo piensa en nuevos ángulos, escenarios o vestiduras que resalten el cuerpo y el rostro de su musa angelical. Blanco en blanco pone en escena el tópico del artista cegado por sus intentos de alcanzar la belleza a través de su objeto artístico; en este caso, mediante la creación de una fotografía perfecta. Asimismo, el vínculo universal entre el artista y su forma de relacionarse con el arte que engendra es demasiada compleja para algunos. En Blanco en blanco, el extraño comportamiento del fotógrafo con la futura esposa del patrón será malinterpretado por la guardiana de la niña (Lola Rubio), el amigo alemán de Mr. Porter (Lars Rudolph), y demás lugareños que informarán al latifundista, deseando que la osadía del forastero sea severamente castigada.
Atrapado en los confines del mundo, y sin nuevos clientes ricos que puedan contratarle, Pedro debe pactar con el Diablo para reunir dinero y zarpar en el próximo barco cuanto antes. Su arte puro y noble ahora estará en manos de quienes hacen y pregonan la Maldad: los autores del genocida de los Selkman. En este último tercio de la película –que entabla un diálogo involuntario con la obra maestra de Lucrecia Martel Zama [+lee también:
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ficha de la película]–, asistimos al proceso de perversión del arte en manos del ser humano. El fotógrafo sigue componiendo sus encuadres con la misma precisión; tan sólo ha cambiado el objeto retratado. Pedro dejará de plasmar la belleza de los cuerpos para documentar la matanza de los indígenas por el bien de la patria chilena. Al borde de la locura, Pedro se convierte en una suerte de Don Diego de Zama cuyos deseos de volver a casa son eternamente pospuestos por la causa del genocidio.
Blanco en blanco ha sido producido por la española El Viaje Films, la francesa Pomme Hurlante Films, la alemana Kundschafter Filmproduktion y la chilena Quijote Films. La compañía francesa Stray Dogs está a cargo de las ventas al extranjero.
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