Una paloma se posó en una rama a reflexionar sobre la existencia: la cámara del pintor
- VENECIA 2014, León de Oro a la mejor película. Surrealista, absurda, divertida y existencial, la última entrega artística de Roy Andersson da sus primeros pasos en la competición oficial de Venecia
La tercera entrega de Trilogía de la Vida del director sueco Roy Andersson (Canciones del segundo piso, 2000 y La comedia de la vida [+lee también:
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ficha de la película], 2007) ha añadido a la 71ª Mostra de Venecia un toque conceptual similar a la inclusión de Stations of The Cross [+lee también:
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ficha de la película] en la competición de la última Berlinale.
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ficha de la película] obedece al principio de la narración en tableaux vivants, con 39 mini-escenas y otros tantos planos fijos minuciosamente compuestos de manera que recuerdan a las pinturas de Otto Dix y Georg Scholtz, dos artistas alemanas cuyo trabajó ha sido inspirado por la I Guerra Mundial. Aparte de la evidente persecución de una reflexión existencial sobre la condición del ser humano en el espacio, también subrayada por el título (literalmente, y figurativamente ne la pantalla), la película es, también muy claramente, una obra cómica de principio a fin. Las escenas funcionan como sketches que podrían funcionar absolutamente de manera individual, pero que sin embargo componen vagamente una historia interpretada por personajes que trazan la unión entre las secuencias. Entre ellos, dos quincuagenarios que, con la mayor seriedad del mundo y una morosidad a prueba de todo, intentan vender tristes artículos de diversión a clientes improbables que ni siquiera les pagan. Involucrados en su absurda empresa, tal y como Don Quijote y Sancho Panza, nos guían a través de las vidas cruzadas de personajes a veces muy cercanos a la muerte.
El humor cínico, típicamente escandinavo, funciona muy bien, sobre todo en la primera parte, en donde el espectador cuenta con el elemento de sorpresa: una anciana en su lecho de muerte se niega a soltar un bolso que contiene las joyas que intenta llevar al más allá, una cajera busca colocar a alguien un menú que ha sido ya pagado por un cliente que yace en el suelo tras un ataque de corazón, una profesora de flamenco adapta su coreografía para poder tocar alegremente a uno de sus alumnos… La seriedad de los protagonistas hace explotar el triste absurdo de las situaciones que alcanzan a veces un surrealismo a lo Monty Python como en la secuencia en la cual un ejército del siglo XVIII irrumpe a caballo en un bar contemporáneo de un barrio industrial para satisfacer los impulsos homosexuales de su rey. El director maneja hábilmente el running gag (variaciones de una secuencia al teléfono, a cada cual más divertida, a medida que se hace recurrente en la cinta) y distingue su última obra de sus precedentes trabajando su ritmo para que parezca un poco menos un simple encadenamiento de imágenes inclinadas a la abstracción.
En el ejercicio de composición de los planos secuencia (o los tableaux), se aplica un cuidado especial a la paleta de colores (beiges, grises, ocres y matices de blancos crema), a la música lírica y a las coreografías de sus movimientos, aun en lo rígidos que puedan ser. La mayoría de los personajes están pintados de blanco, casi reducidos al estado de cadáveres ambulantes. ¿Quién sino los casi muertos para reflexionar sobre su vida pasada y lo que queda de ella, para considerar razones para celebrar ambas cosas, estando, a pesar de todo, “felices de escuchar que todo va bien”?
(Traducción del francés)
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