Arthur Harari • Director de Onoda, 10.000 noches en la jungla
"Quería hacer una película que fuera más grande que yo, que me sobrepasase"
por Fabien Lemercier
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ficha de la película], una aventura cinematográfica fuera de lo común para un cineasta francés: una película histórica, de guerra, con actores japoneses y un argumento que abarca casi 30 años. La cinta inauguró la sección Un Certain Regard del 74º Festival de Cannes.
Cineuropa: ¿Qué fue lo que te atrajo hacia este personaje japonés, y hacia esta película de aventuras, a la vez militar y existencialista?
Arthur Harari: El deseo de aventuras se remonta casi a mi infancia, a mi gusto por las historias como espectador y como lector. Y siempre he tenido la impresión de que las grandes obras de aventuras pueden tener una dimensión existencial, algo que no sea simple acción, diversión o exotismo, sino que trate cuestiones más profundas, casi metafísicas. Me encontré con esta historia y sentí una especie de llamada, como si fuera el aventurero, como esas personas que deciden ir a escalar una cara de una cadena montañosa que nadie ha escalado o que pocos han conseguido. Percibí elementos universales en la temática y en la figura de Onoda, que me interesaban personalmente: la obstinación casi infantil por no dejar una cosa que ha prometido o que le han prometido, una creencia, una valentía casi absurda. Yo nunca había querido hacer una película de guerra o con japoneses, pero cuando conocí esta historia, pensé que había que hacerla en japonés, con japoneses, en una isla.
¿Cómo trabajaste la temporalidad de una historia que se extiende durante 30 años?
Mi intuición de partida era contar la historia cronológicamente: Onoda es joven en Japón, después se forma, es enviado a Lubang y, poco a poco, envejece ante nosotros. Esta intuición no se ha respetado en la película porque tiene forma de bucle: empezamos con Onoda viejo, sin saber quién es, después vemos la extraña llegada de este joven japonés a quien tampoco conocemos, para terminar de sumergirnos en el pasado a través de una evocación que viene de la música. Se hizo con una mezcla de escritura y montaje porque me di cuenta de que la estricta linealidad no permitía dibujar el vértigo del tiempo que yo buscaba, la amplitud, esa especie de misterio. Para vivir la experiencia con Onoda, era necesario no comprender desde el principio lo que hace allí y por qué sigue allí: se construye a través de un desarrollo progresivo.
Los años que contamos en la película no son tantos. Al principio, 1945-1946: la llegada de Onoda a la isla, su formación, su forma de federar a los soldados en torno a su figura, su resistencia y rechazo al anuncio del final de la guerra, cómo constituye un pequeño grupo revelando su misión. Después, 1949-1950: el grupo empieza a desintegrarse, la violencia interior, la duda y la desesperación que acecha a algunos de ellos. Después, hay una elipsis que nos lleva a 1969 y que funciona porque dejamos a los dos personajes como en estado de gracia en la playa, en armonía con la isla, habiendo aceptado que su misión podría durar un tiempo indeterminado: tenemos una especie de intimidad con ellos que hace que podamos aceptar dejarlos durante mucho tiempo. Cuando los volvemos a ver, en 1969, han envejecido, pero están en la misma situación: siguen creyendo lo mismo, siempre están juntos. Al final, vamos avanzando mediante elipsis hasta 1974, como si fuesen una pareja amistosa, fraternal, pero la llegada de una mujer lo cambiará todo. Uno de los dos se derrumbará porque ya es insoportable: se han convertido en fantasmas, en parias. Sólo tratamos tres periodos, muy poco para una historia que se desarrolla durante 30 años, pero tenemos la sensación de que pasan 30 años porque vemos al personaje principal todo el tiempo.
La película se enfrenta a grandes clásicos y va a contracorriente de las tendencias, a menudo simplificadoras y trepidantes, de la producción actual.
Tengo tendencia a mirar hacia las obras del pasado, pues hay mucho que aprender y creo que debemos ver las grandes películas, aunque no podamos llegar a su altura. Hay que encontrar el equilibrio entre la excitación y la emulación que provocan las grandes obras, sin dejarse aplastar por la sensación de que son insuperables o intentar imitarlas o estar en una deferencia poco seria, aplicada. Lo complicado es inscribirse en una continuidad intentando ser actual y haciendo algo nuevo. Hay que reivindicar el asumir riesgos, pues eso es lo que falta, sobre todo en el cine francés. Hay que arriesgarse a perder algo, a fracasar, y es más arriesgado poner el listón alto porque, de lo contrario, no arriesgamos mucho. Pero podemos arriesgar de mil maneras diferentes, hasta con una película de 100 euros. En este caso, yo quería hacer una película que fuese más grande que yo.
(Traducción del francés)
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