Series: crítica de «El marginal 2» (TV Pública)
Impactante por lo violenta, la nueva temporada de la serie de Underground mostró de una manera potente y mordaz la vida en la prisión de San Onofre, tres años antes de los eventos de la primera parte. Grandes actores y una muy bien armada estructura dramática le dieron potencia a una serie que en varias ocasiones estuvo al borde de pasarse de morbosa y cruenta.
Si bien puede ser injusto comparar dos productos distintos como lo son EL MARGINAL y EL ANGEL, a lo largo de la serie no podía evitar hacerlo. Algunos puntos en común tienen: las produce, al menos en parte, la misma empresa (Underground) y las dos se centran en el mundo del crimen. Yendo un poco más lejos: los dos primeros episodios de la primera temporada fueron dirigidos por Luis Ortega, realizador del filme sobre Carlos Robledo Puch. La comparación, aclaro, no está relacionada con la calidad de dos productos que son, finalmente, muy distintos. Sino un intento de analizar las diferentes maneras de acercarse, cinematográficamente, a la violencia.
Empecemos por el principio. Antes del estreno de EL ANGEL hubo un debate centrado en si el filme (y el poster) glamorizaba al personaje o hacía una apología de la violencia, transformando a uno de los peores asesinos de la historia argentina en una especie de inocente estrella pop. Algunos se centraban en el afiche, otros eligieron criticar la manera en la que las víctimas no tenían espacio en la puesta en escena. Dicho de otro modo: sus crímenes parecían no tener sangre ni muertos a la vista. No había consecuencias demasiado visibles.
EL MARGINAL se plantea desde un lado casi opuesto: se puede decir que hay un exceso de violencia, casi un regodeo en los baños de sangre, los golpes, las violaciones, los asesinatos más crueles imaginables y así. El contraplano que casi no existe en EL ANGEL es el centro de esta serie. A veces mediante cortes. En otras, en violentísimos planos secuencia. A uno le podría sorprender la diferencia tan evidente entre dos productos de una misma compañía, pero también se podría pensar en una línea de análisis más obvia y directa: uno es cine, el otro es televisión. Y, por otro lado, la primera temporada de la serie, como ya dije, empezó siendo dirigida por Ortega. La segunda estuvo marcado desde el principio por la estética más cruda, brutal y salvaje de Israel Adrián Caetano, que dirigió los primeros episodios y marcó el tono del resto, que tuvo varios directores.
A principios de los ’90, con la aparición de Quentin Tarantino y otros cineastas que revivieron el policial muchas veces utilizando escenas de enorme brutalidad (el final de EL MARGINAL 2 es una cita directa a TIEMPOS VIOLENTOS, de hecho) salió a la luz en Estados Unidos un debate sobre si el cine era capaz de generar violencia a partir de volver cool a los criminales. Tarantino se defendía diciendo que, en realidad, las películas que glamorizaban la violencia eran las de los ’80, tipo ARMA MORTAL, ya que jamás mostraban las consecuencias de los crímenes y en ellas las muertes eran casi de videojuego. La gente caía por el camino y nadie veía el dolor, el sufrimiento o lo que realmente sucedía. En las suyas, aseguraba, pasaba lo contrario.
Este debate nunca se ha cerrado del todo y si me preguntan a mí, todavía no lo tengo en claro. En principio, lo lógico pareciera ser darle la razón a Tarantino y decir que sí, que mostrar «el agujero de la bala» genera un rechazo que el estilo menos sangriento de otro tipo de películas. Pero muchos años han pasado y varios herederos de QT han hecho que esa violencia brutal termine pareciendo casi glamorosa y cool, por lo cual el debate sigue abierto. Soy de los que creen, de todos modos, que la violencia en cine o televisión no genera violencia social sino que los motivos que la generan son otros, mucho más palpables y realistas. Pero de todos modos pensar las decisiones de puesta en escena y de representación de esos temas son siempre fascinantes.
Este preámbulo para hablar de EL MARGINAL, más que un preámbulo, es el eje central de este texto. Los que vieron la historia la saben y no viene a cuento relatarla aquí. En términos generales me quedé con la impresión de que es una muy buena serie y que tuvo una sólida (y con algunos momentos notables) temporada. A favor cuenta con la inteligente interconexión de más de una docena de subtramas, todas bien manejadas y trabajadas a lo largo de los ocho episodios, estructura mucho más ajustada y mejor que la más larga de la primera temporada. Y el punto más alto, sin dudas, estuvo en el cruce de un grupo de grandes actores que se especializan en este tipo de personajes un tanto siniestros.
Roly Serrano se robó la temporada con su villano lookeado como Marlon Brando en APOCALYPSE NOW, pero Claudio Rissi no se le quedó atrás, lo mismo que Verónica Llinás y Gerardo Romano. Me habría gustado ver más a Daniel Fanego, pero cada aparición suya valió la pena. Y lo mismo se puede decir del resto del elenco, empezando por Nico «Diosito» Furtado y Abel Ayala. En un punto los que menos se lucieron fueron Esteban Lamothe y Martina Gusman, tal vez porque sus roles pedían casi ser «los ojos» de los espectadores dentro de ese monstruoso escenario de violencia, sangre y enfrentamientos. Más testigos que protagonistas, cedieron el lucimiento a los personajes más rimbombantes o curiosos de la serie (Nacho «Pantera» Sureda, Diego «Cuis» Cremonesi, el pequeño Brian Buley, Daniel «Colombia» Pacheco) y en ese sentido el balance fue más que funcional.
Pero si algo me impactó de EL MARGINAL, especialmente en su segunda temporada, es el nivel de violencia que maneja, la idea de que no hay fuera de campo y que todo lo que «sucede» debe ser mostrado. Si bien hay excepciones y algunos momentos «livianos» y humorísticos, la serie es de una virulencia inusitada para los patrones de la televisión. No quiero sonar moralista ni anticuado al decir que por momentos es excesiva, casi una concesión al morbo del espectador. Tiene sentido y responde, quizás, a la lógica del lugar en el que transcurre la serie, pero también creo que, como sucede en EL ANGEL, se pueden pensar otras maneras de trabajar esa violencia. ¿Cómo? Quizás, pensando que no siempre más es más. Que, muchas veces, la sugerencia o la elipsis funcionan mejor que la estilizada carnicería.
En ese sentido, creo entender porque Luis Ortega dejó la serie: su imaginario de las clases populares es un poco menos reduccionista y más poético que lo que se ve y muestra aquí. Quizás me equivoque, pero habiendo visto sus películas me da la impresión que su búsqueda, al menos en estos ejes, es otra. Como su ídolo Leonardo Favio (en CRONICA DE UN NIÑO SOLO o SOÑAR SOÑAR, por citar solo dos ejemplos), es capaz de ver la traición y la maldad, pero su sensibilidad está alejada de esta pintura claramente pesimista del mundo. En su imaginario social todavía hay lugar para la poesía. En EL MARGINAL eso ya no existe. Ha quedado barrido por la abrumadora fuerza de la más cruda realidad. Y en ese terreno, Caetano y los que lo siguieron parecieran sentirse más a gusto, apostando a un realismo casi apocalíptico que arrasa con todo a su paso.