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274 pages, Paperback
First published January 1, 1969
„Pacientul nu obține o satisfacție sexuală reală nici din fantezii, nici din actul erotic în sine, acestea provocîndu-i, mai degrabă, un sentiment covîrșitor de rușine și groaza de a nu fi pedepsit [prin castrare]” (p.5).
“Dreams? If only they had been! But I don't need dreams, Doctor, that's why I hardly have them – because I have this life instead. With me it all happens in broad daylight!”
“personas tan desagradables como yo: hombres asustados, a la defensiva, que desprecian su propio ser, desalentados y corrompidos por la vida en el mundo de los gentiles. Fueron los judíos de la Diáspora, los judíos como yo, quienes se dejaron llevar por millones a las cámaras de gas, sin levantar un dedo contra sus verdugos, sin ocurrírseles derramar su sangre para defender sus vidas. ¡La Diáspora!”Estamos en los años 60 y lo que entonces era considerado sucio o repugnante en cuestión de sexo quizás ya no lo sea tanto o ya no nos asombre de la misma manera, y aun así la polémica siempre perseguirá a este lujurioso Alexander Portnoy, abogado judío, de gran inteligencia y éxito profesional, obsesionado con el sexo con chicas shikse, no judías, que poseen el halo de depravación que les confiere ser el oscuro y prohibido objeto de deseo que se les atribuye en su comunidad y, por tanto, el camino más corto para huir de su condición judía, adicto a la masturbación compulsiva y al sexo oral, alérgico al compromiso de fidelidad que casi siempre se impone en la pareja (“toda chica, por deliciosa y provocativa que haya podido parecerme, acabará resultándome más familiar que una rebanada de pan” ), sentimentalmente escéptico…
“¿Qué amor? ¿Es eso lo que une a todas esas parejas que conocemos, las que se toman la molestia de unirse? ¿No será más bien la debilidad? ¿No serán más bien la comodidad y la apatía y la culpa? ¿No serán más bien el miedo y el agotamiento y la inercia, la pura y simple falta de redaños, muchísimo más que ese "amor" con el que los consejeros matrimoniales y los compositores de canciones y los psicoterapeutas andan siempre soñando?”… apóstata y crítico con todo lo específicamente judío (“Ni se me pasaba por la cabeza que se pudiera uno beber un vaso de leche con el sandwich de salami sin ofender a Dios Todopoderoso” ), sin que ello signifique ningún tipo de sintonía con el cristianismo al que califica de estupidez supina, y patológicamente propenso a culpar a su madre, una “máquina de generar preocupaciones” , por endosarle para siempre su quisquillosa conciencia moral, y a su débil y estreñido padre por haberle dejado en sus manos sin proporcionarle ningún modelo masculino que le sirviera de contrapeso a la castradora figura de su madre.
“¿Qué tenían esos padres judíos, qué, para hacernos creer a los judiitos jóvenes, por un lado, que éramos unos príncipes, únicos en el mundo, como los unicornios, genios, más brillantes que nadie nunca y más guapos que ningún otro niño de la historia?... Redentores, pura perfección, por un lado; y, por el otro, torpes, incompetentes, inconscientes, desamparados, egoístas, malvados comemierdas, pequeños ingratos.”Y qué mejor forma de sacar todo lo que llevaba dentro, ya que siendo judío la confesión quedaba totalmente descartada, que el desahogo sin censuras ni tapujos que favorece un psicoanalista. Aquí tenemos, por tanto, a Alexander Portnoy tumbado en el diván, incapaz de manejar su vida, abrumado por el deseo vergonzante, con su conciencia como principal enemigo e invadido por la culpa en un monólogo delirante, sucio, perverso, provocativo y, mucho he tardado en decirlo, divertidísimo.
“… el detalle del suicidio de Ronald Nimkin que más me llamó la atención fue la nota para su madre que encontraron prendida a su amplia camisa de fuerza, a esa bonita camisa deportiva tan rigurosamente almidonada. ¿Sabe lo que decía? Adivínelo. El último mensaje de Ronald a su mamá. Adivínelo: Ha llamado la señora Blumenthal. Que no te olvides de llevar las reglas del mah-jong a la partida de esta noche en su casa.”
Mrs. Blumenthal called. Please bring your mah-jongg rules to the game tonight. Ronald
On an outing of our family association, I once cored an apple, saw to my astonishment (and with the aid of my obsession) what it looked like, and ran off into the woods to fall upon the orifice of the fruit, pretending that the cool and mealy hole was actually between the legs of that mythical being who always called me Big Boy when she pleaded for what no girl in all recorded history had ever had. "Oh shove it in me, Big Boy," cried the cored apple that I banged silly on that picnic.Or just slightly later, the description of Portnoy violating a piece of liver bought en route to his bar mitzvah lesson. It's vulgar but it's humorous and Portnoy has a strong narrative voice. The beginning is entirely around his overprotective and overbearing Jewish parents and his obsession with sex, imagining sex, masturbation. There are scenes where he is locked in the bathroom attempting to masturbate when his parents are trying to barge in and ask him what's wrong. He creatively describes all manners of his obsession: at one point he puts on strap of his sister's bra on the doorknob and the other on the knob of a bathroom cabinet and there the bra hangs and wobbles in front of him, as if attached to a woman.
Dignity! Health! Love! Industry! Intelligence! Trust! Decency! High Spirits! Compassion!
What I'm saying, Doctor, is that I don't seem to stick my dick up these girls, as much as I stick it up their backgrounds—as though through fucking I will discover America. Conquer America—maybe that's more like it.