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LONDRES 2021

Crítica: El poder del perro

por 

- Los hábitos machistas son difíciles de matar en la adaptación de Jane Campion de un relato repleto de tensión psicosexual ambientado en los últimos días del Viejo Oeste

Crítica: El poder del perro
Benedict Cumberbatch en El poder del perro

El regreso de Jane Campion a la gran pantalla (o mejor dicho, al largometraje, ya que El poder del perro se estrenará en todo el mundo de la mano de Netflix) es por supuesto un motivo de celebración. Bright Star [+lee también:
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, la anterior película de la neozelandesa, se estrenó hace más de diez años, y el último trabajo de Campion como directora (la serie de televisión Top of the Lake) se remonta a 2017. A la primera mujer en ganar la Palma de Oro (por El piano en 1993) no debería resultarle tan difícil llevar a cabo sus proyectos, pero así estamos.

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En El poder del perro, proyectada este año en la gala American Express del Festival BFI de Londres, la directora vuelve a explorar los límites entre el deseo y la violencia, jugando con las formas en que estos encajan o se oponen a las convenciones sociales, como ya hizo en El Piano, pero también en la película En carne viva (2003). Ese thriller en particular, un trabajo atmosférico y casi abrumadoramente erótico, ha sido objeto de una relectura apasionada durante los últimos años. Su estética de principios de los 90, su erotismo embriagador y un Mark Ruffalo con bigote parecen tocar la tecla adecuada para un público que busca todas estas cosas.

Lo que también resulta inspirador de En carne viva es la absoluta confianza que impulsa la obra. Una confianza que, si bien no falta, parece algo más vacilante en El poder del perro, una película que maneja sus cambios tonales y narrativos con menos solvencia. El Phil Burbank de Benedict Cumberbatch se convierte inmediatamente en una figura intrigante, como un hombre que se aferra a los valores anticuados del Viejo Oeste en 1925, luciendo sombrero y chaparreras con una determinación casi desafiante. Por otra parte, su hermano George (Jesse Plemons) es más difícil de leer. Su comportamiento tranquilo, así como la sutil interpretación de Plemons, no siempre son perceptibles, debido en parte a la inexplicable predilección de la película por las tomas amplias. Gran parte de la tensión existente entre los dos hermanos, que podría haber aportado una gran fuerza a la película, se diluye en composiciones aleatorias. En este sentido, la impresión general que transmite la obra es de una torpeza incómoda, y no de la clase emocionante y fascinante que vemos en las últimas películas de Paul Schrader o Abel Ferrara, por ejemplo.

De hecho, aunque esta estética ligeramente distorsionada puede encajar a veces con la perversa temática subyacente sobre problemas psicosexuales (que emergen de forma dramática al final de la película), en la mayor parte de los casos lastra lo que, a fin de cuentas, aspira a ser una película más astuta y convencional. Por poner un ejemplo: una escena entrañable, en la que George seduce a Rose Gordon (Kirsten Dunst), viuda y propietaria de un restaurante local, es más convincente que aquella en la que Phil aterroriza a su nueva cuñada mientras ella intenta tocar el piano. El registro apacible de la primera persiste en la segunda, tanto que la extrema incomodidad y ansiedad que refleja el rostro de Dunst, mientras intenta repetidamente interpretar una melodía, parecen sencillamente excesivas.

Sin culpar a los actores, que habitan todos sus personajes de manera convincente, resulta difícil creer en los saltos narrativos de la historia, por muy seductores que sean a nivel conceptual. La idea de un vaquero ostentosamente masculino que acosa a la nueva esposa de su hermano (un hombre mucho más tranquilo y moderno) es sin duda intrigante, ya que representa los valores anticuados y los estereotipos de una forma críticamente psicoanalítica (en línea con la popularidad del psicoanálisis a finales de los años cincuenta y sesenta, cuando se escribió la novela original). Del mismo modo, el personaje de Peter (Kodi Smit-McPhee), el hijo de Rose, fruto de su primer matrimonio, es fascinante en sí mismo: una figura joven y afeminada que llega a este entorno dominado por la testosterona como si fuera un cordero llegando al matadero, pero que acaba adaptándose a él de una forma sorprendente. Todos los elementos están cargados de significado e implicaciones, pero están tratados con demasiada torpeza para tener el impacto duradero que podrían (y deberían) tener. La hermosa banda sonora de Jonny Greenwood también es una bendición parcial, ya que a menudo ayuda a unificar las diversas partes de la película, pero a veces acaba siendo demasiado insistente, mientras que su disonancia acentúa unos ritmos y composiciones de por sí excéntricos. El poder del perro presenta un trabajo estelar por parte de todo su elenco y relata una historia más interesante que la mayoría de las películas protagonizadas por estrellas, pero también transmite la sensación de ser una oportunidad perdida.

El poder del perro es una producción de See-Saw Films, Brightstar, BBC Films, la neozelandesa Bad Girl Creek, la australiana Cross City Films, la canadiense Max Films y Netflix.

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(Traducción del inglés)

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