Jaime Rosales, Walter Salles y otras sales del día en el Festival de Cannes
El español presentó en la Quincena de Realizadores la profunda y minuciosa «Sueño y silencio», mientras que el brasileño trajo a la muestra una decepcionante «On the road»
El aplauso no es siempre una moneda fiable en el ambiente de un festival , y en las mismas cantidades desorbitadas lo recibieron tanto la infame película francesa de Leos Carax , “Holy motors” , como la profunda y minuciosa de Jaime Rosales , “Sueño y silencio” , que se presentaba en la Quincena de Realizadores .
Rosales es un veterano de este festival, a pesar de su corta filmografía, y siempre encuentra un hueco en los escaparates de Cannes pero también en el interés de sus invitados. “Sueño y silencio” es una película difícil y áspera, con un arduo y empinado continente a base de planos largos y con un agrio contenido, pues observa a una familia antes y después de haber perdido en un accidente a una de sus dos hijas.
La película se abre sobre la cocorota de Miquel Barceló en un patinaje rápido y creativo de sus manos sobre el lienzo, y se cierra también con él y con la sugerente revelación de unas cruces y la curvada mancha del suplicio; entre estos dos momentos, Rosales invita a que del viacrucis de sus personajes se extraiga una impresión de dolor, de recuerdo, de olvido, de negación o…, lo más fuerte, lo más importante, también de epifanía, de encuentro con otra lógica inexplicable tan cercana a lo psiquiátrico como a lo espiritual, lo milagroso.
La cuesta arriba de la película proviene de una elección arriesgada (y opinable, claro) del director, que pone su ficción en manos de actores no profesionales y elude el alicatado de los diálogos , dejándolos en la escena, en la situación, y a la espera de que expresen más sentimientos que palabras. Un riesgo mayúsculo si se tiene en cuenta que hasta al propio Groucho Marx le alicataban los diálogos hasta el techo.
Yolanda Galocha, la madre, es un frontón que rebota cada uno de sus sentimientos, y Oriol Roselló, el padre, absorbe los suyos con rara naturalidad, y de este modo tan azaroso también predica la película uno de sus varios dilemas, mediante un doble elogio al recuerdo (a la presencia) y al olvido (la ausencia) . Uno se levanta de la proyección de “Sueño y silencio” con un marcado signo de interrogación en la cabeza y otro de admiración en el pecho, y con la duda de si ha visto algo muy pequeñito o algo muy, muy grande .
Supuesta creatividad
Con la de Leos Carax, en cambio, la duda sí ofende: “Holy motors” es una de las películas más ridículamente pretenciosas que uno recuerda, y eso que parte de una idea que podría considerarse original: cada día del hombre es un diverso juego teatral en el que interpreta los más variados papeles. Pero Leos Carax es justo lo contrario que Billy Wilder, el cineasta que podía convertir el excremento (por no decir mierda) en oro.
Lo más interesante de esta película es el imaginar en qué ha consistido el engaño para que participen en ella una espectacular Eva Mendes y una sorprendente Kylie Minogue , y que encima cante; el protagonista es Denis Lavant, siempre puro barro en las manos de Carax y que hace una vez más lo indecible por seguirle la pista a esa supuesta creatividad del director francés.
«Holy motors» es una de las películas más ridículamente pretenciosas se recuerdan
Aunque la mayor decepción del día fue el “On the road” de Walter Salles , una adaptación de la obra de Jack Kerouak sobre ese viaje interior y exterior por Estados Unidos, la literatura, la juventud, la rebeldía y el saquito de las drogas. Es una época y una generación muy apetecida por el cine, que es tozuda y absolutamente incapaz de extraer de ella algo meritorio, pues todos aquellos tipos geniales, Kerouak, Cassady-Moriarty, Gingsberg, Burroughs …, que llevaban una vida brutal y una actividad pendiente abajo, que leían, escribían, sufrían, amaban y se anudaban la cuerda al cuello, no dejan en la pantalla más que el retrato de una pandilla de tontos del haba, porque la imagen los banaliza, los convierte en meros gilís.
Walter Salles se dedica a ir pegando anécdotas de aquí y allá, a llevarlos en coche y entre risas y chorradas, a mostrar su lado estúpido y a decir lo sensibles y artísticos que también eran… Tiene gracia ver a Kristen Stewart , la novieta del vampiro, aquí de tapadera de la jaula de los grillos, o a Kirsten Dunst , o a Viggo Mortensen , que recuerda tanto a Williams S. Burroughs como La Croisette de Cannes a la plaza de Salmorejillo de Arriba.
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